No estoy de acuerdo con quienes se escandalizan ante los afanes electorales de Jaime Bayly. Tiene derecho a postular, o soñar con la presidencia, inclusive si al final todo se reduce a una simple treta publicitaria; pero, cuidado, tampoco es que de pronto vaya a convertirme en seguidor político del irreverente novelista.
Bayly es un “outsider” en tanto representa una brizna iconoclasta que introduce en la agenda pública un tema medular habitualmente ignorado: ¿qué modelo de sociedad queremos construir los peruanos en el siglo XXI?
A su manera —más bien atropellada— el literato plantea preguntas inquietantes como la pertinencia de un Estado laico, los derechos de los gays, el aborto, la eutanasia, la legalización de las drogas, la discriminación, etc. Rompe tabúes con una larga lista que en el interés cotidiano de los ciudadanos ha desplazado a las solemnes y aburridas polémicas entre la izquierda socialista y la derecha liberal.
Quizá no sea sensato tomar muy en serio las travesuras de Bayly, pero es interesante que alguien confronte la cuestión crítica de si los peruanos somos una nación pluralista, racista, tolerante, cerrada, hipócrita, flexible o tradicionalista.
Desde las primeras elecciones que me tocó reportar periodísticamente en 1978, hasta las del 2006, he verificado que casi todos nuestros políticos siguen centrados en el análisis de las antiguas estructuras del poder, basadas en organizaciones hoy profundamente trastrocadas, como la familia, los gremios, la Iglesia y otro puñado de instituciones. Y en la lucha electoral terminan centrándose en teorías, ideologías y dogmas inmovilizados en el tiempo, como si no se hubiese producido cambio alguno a lo largo de nuestra casi bicentenaria independencia.
Es hora de escudriñar una nueva sociedad pluralista, dinámica, plenamente sintonizada con la globalización. Tenemos que renovar el discurso, porque inclusive los enfoques sobre el desborde popular, la choledad y el mestizaje ya han sido ampliamente superados en un mundo posmoderno que tiene nuevas claves de interpretación, como la secularización de la fe, la multiculturalidad, la alteridad, la lucha por los derechos humanos, la legitimidad de las minorías, la tolerancia, el hiperconsumismo, la adaptación a nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones, el replanteamiento del aprendizaje humano, la tendencia a la desintegración del Estado-nación, etc.
No sé si Bayly transita por el legado de grandes autores como Popper, Sartre, Maritain, Sartori, Habermas, Levinas, Gevaert y tantos otros filósofos de la condición humana, pero a su manera está recordando a los políticos que no puede ignorarse el debate sobre la libertad, en el entendido que esta no es pura subjetividad y coherencia interior, sino que se vive también en un espacio de cambiantes relaciones interpersonales. Esto es, en una sociedad y un Estado que deben volver a modelarse a partir de una ética y ciertos valores que conjuntamente necesitamos redefinir y validar.
¿Tendrá el divertido conductor televisivo la capacidad para atender un reto tan serio, o seguiremos haciendo “zapping” hasta encontrar propuestas más atractivas en la política nacional?