viernes, 5 de febrero de 2010

La reforma del Estado tardará diez años . Por: HUMBERTO CAMPODONICO

05/02/2010

Nuria Esparch, jefa nacional de SERVIR, dijo hace poco: “Estamos dando los primeros pasos para avanzar en la Reforma del Estado. Reducir las escalas remunerativas, eliminar los topes salariales y definir un modelo de carrera pública podría tardar unos diez años. En lo que se refiere a las 157 escalas remunerativas existentes, queremos bajarlas a 25, lo cual no está mal. Estimo que tardaremos de 3 a 4 años en concretar esta tarea” (Gestión, 3/02/2010).


¿Eso quiere decir que, mientras tanto, los ascensos por meritocracia seguirán durmiendo el “sueño de los justos”? ¿Y, también, que los bajos sueldos de los trabajadores del sector público –incluidas las FFAA y policiales– seguirán estancados en su nivel de hace 20 años, mientras se reducen las escalas de 157 a 25?

Lamentablemente, sí, porque este gobierno no ha encarado la Reforma del Estado a pesar de contar con todos los instrumentos legales. Recordemos que, bajo Toledo, la PCM realizó una serie de importantes estudios para llevar adelante esta Reforma –que culminaron en sendos proyectos de ley– pero que nunca llegaron al Congreso. Antes, en el 2000, la Iniciativa Agenda Perú ya tenía un plan completo de Reforma del Estado (1).

No solo eso. En su Programa de Gobierno 2006, el APRA planteó, dentro del capítulo Modernización del Aparato Estatal, “reformar la carrera pública (ley del funcionario público), en la que se definan los cargos de confianza y de carrera de los organismos públicos” (acápite 19).

Más aún, en noviembre del 2006, el Poder Ejecutivo envió al Congreso el Proyecto de Ley (PL) 686, que modifica la Ley de Bases de la Carrera Administrativa y de Remuneraciones del Sector Público (el DL 276).
El PL 686 es clarísimo. Dice que “el ingreso, la permanencia, mejoras remunerativas y de condiciones de trabajo, y ascensos en la Carrera Administrativa se fundamentan en el principio de mérito, desempeño y capacidad de los postulantes y de los servidores públicos” (Art. 1). Pero el proyecto quedó en proyecto.
Dos años más tarde, en junio del 2008, al son de los decretos legislativos para “adecuarnos” al TLC con EEUU, se promulgó el DL 1023, que crea la Autoridad Nacional del Servicio Civil (SERVIR), con lo cual todo vuelve a fojas cero. Y, según la Sra. Nuria Esparch, jefa de SERVIR, tenemos para 10 años más.
¿Qué se ha hecho, entonces? Casi nada. En el 2007 se fusionaron algunos Organismos Públicos Descentralizados (OPDs). Por ejemplo, Prompex fue a Promperú, la Unidad de Inteligencia Financiera pasó a la SBS y la Agencia Peruana de Cooperación Internacional (APCI) a Relaciones Exteriores. Y en enero del 2009, con Yehude Simon de Premier, se promulgó el DU 001 2009, aumentando el sueldo a los ministros (que fue rápidamente derogado). Vaya, vaya.
SERVIR se ha dedicado, en lo fundamental, a capacitar a gerentes públicos (ya hay más de 50), introduciendo el errado criterio de que “la reforma comienza por la cabeza”, lo que deja para las calendas griegas a los 684,000 funcionarios públicos activos (cifra del censo del MEF para el 2004). La pérdida de competitividad que esto implica es enorme.
Para terminar, el argumento de siempre es que “no hay plata para la reforma del Estado”. Oiga, ¿pero no habido tres años de enormes superávits fiscales del 2006 al 2008 con que se pudo, aunque sea, comenzar la Reforma? Sí, hubo. Pero sucede que, para los neoliberales, la reforma del Estado (que incluye la meritocracia y los sueldos) es la última rueda del coche. Por eso es que ocupamos el sótano de la región en cuanto a servicio civil se refiere. Y seguiremos así, con uno que otro parche, para que los reclamos (que, justificadamente, se vienen fuertes) no incendien la pradera.


(1) Ver Cristal de Mira, Por una ley de la carrera y de las remuneraciones públicas, 9/01/09 y Reforma del Estado: Perú en el sótano de la región, 7/08/09.

LA POLICIA OLVIDADA. Por Ronald Gamarra

05/02/2010

En febrero de 1975, la policía se declaró en huelga y el conflicto, encarado torpemente por la dictadura militar de entonces, escaló fuera de todo control y desembocó en el saqueo general de los comercios del centro de la ciudad de Lima, con decenas de víctimas civiles abatidas por el ejército. Era la primera vez que la policía, cansada de ser postergada, recurría a una acción de reivindicación gremial que la ley no le permite.
El caso debió tomarse como una clarinada de alerta, como una señal urgente para enmendar lo que desde el Estado se hacía mal en relación con la policía. No obstante, desde entonces, el deterioro no ha hecho sino extenderse y profundizarse sin que los varios gobiernos que se sucedieron hasta el actual hayan hecho algo efectivo por detener este lamentable declive.
El Ministerio del Interior ha visto pasar toda clase de ministros, de ideologías y personalidades multicolores, pero unidos en la improvisación y la estrechez de horizonte. Que quede claro que si el país tiene una PNP desmoralizada e ineficaz es porque así lo ha querido su clase política. No era ni es inexorable que fuese así. Momentos de excepción como las administraciones de los ministros Fernando Rospigliosi y Gino Costa, que plantearon una reforma policial profunda y ambiciosa, fueron puestos de lado por quienes prefieren reinar sobre el marasmo para sacar partido de él.
A una clase política carente de auténtica vocación democrática y profundamente corrupta le basta con tener la policía que tenemos. Porque otra cosa sería si hubiese la voluntad de relacionarse con la población de un modo distinto: respetuoso, igualitario y ajustado a la ley. Por eso, cada vez que piensan en la PNP, no van más allá del fortalecimiento de su capacidad para acciones de fuerza. No tienen igual importancia para ellos temas como la relación con la población o el estatus del propio policía, cada vez más empobrecido y menos formado.
Incluso los derechos del policía que sufre lesiones o pierde la vida en acción no son atendidos con prontitud. Los políticos suelen en tales casos rendir homenajes verbales para luego olvidar los reclamos concretos en la marabunta burocrática. Es evidente que esto no puede continuar, que no podemos seguir postergando el desafío de una reforma y reconstrucción de la PNP. Este gobierno, evidentemente, ya no la hará. Lo lamentable es que, entre los candidatos que se perfilan hacia el 2011, tampoco se percibe alguien que garantice un cambio radical de esta situación.

POR CÉSAR HILDEBRANDT : BAYLY Y LA CORRUPCIÓN


Jaime Bayly ha llegado a tener seis puntos de intención de voto en Lima.Su “nicho”, su público, su respaldo light –y quizá mudable- está entre los jóvenes de 18 a 30 años de los niveles sociales A y B.No parece ser esta encuesta de la Universidad Católica motivo suficiente para que el baylismo limeño haga la fiesta que está haciendo. Pasar del 6 por ciento capitalino y acomodado a ganar una elección nacional se presenta como una larga marcha. Pero lo que es indiscutible es que Bayly ha obtenido, en un mes de provocaciones ingeniosas, lo que a otros les cuesta años y lo que otros pierden en unos pocos meses. La fragua de Bayly, políticamente hablando, es su bien ganado narcisismo. Es un escritor torrencial y muchas veces talentoso, un comediante triunfal, un comunicador nato, un neurótico indiscreto y perverso que es capaz de anunciar pesares ficticios y hablar como un notario helado de su propia, inminente y fantasiosa muerte.Bayly ha llegado a amarse tanto que si pudiera desdoblarse del todo se casaría consigo mismo.Es también socialmente inimputable y ha logrado, gracias a su simpatía, que se le perdone todo. Las barbaridades que ha escrito, su admisión pública de que “no tiene puta idea de para qué quiere ser presidente”, su prochilenismo fervoroso que lo empuja a plantear la virtual desaparición de las Fuerzas Armadas peruanas, sus oscuras escaramuzas con aquel amante argentino llamado Martín, su degradante persecución en contra de Diego Bertie –supuesta y ocasional pareja precoz del ahora candidato-, toda esa montaña de desatinos habría sepultado las ambiciones de cualquier mortal común y corriente.Pero Bayly parece tocado por un dios pagano que lo aurolea de teflón y agüita santa, un ángel de la guarda que no lo desampara ni de noche ni de día (sobre todo de noche).Pero si las locas ambiciones –locas pero legítimas- de este ego omnívoro explican parte de su candidatura, lo cierto, lo dolorosamente cierto, es que Bayly no estaría en la lid electoral si la clase política peruana hubiese hecho una mínima parte de sus tareas.Es la ruina de la política peruana y el desastre de la educación aquello que explica, en el fondo, el fenómeno Bayly.Si los partidos son siglas, vientres putos de alquiler, aglomeraciones sin ideas claras, o maquinarias enormes donde las elecciones internas se manipulan y envilecen –tal es el caso del Apra-, ¿qué pueden pensar los desafectos más jóvenes? Pues que un revulsivo esperpéntico nos puede caer bien. Bayly es un astuto fruto del desánimo de muchísimos jóvenes, de su asco por la política, de su rechazo a la farsa. Que quienes rechazan la farsa apuesten por Bayly parece una ironía autoinfligida. Y que su nicho electoral esté en las clases altas da una idea de que, en materia de valores, el desastre educacional del Perú va de la cima a la sima. Si gente como García, Kouri, Castañeda -y muchos otros más- demuestran a diario que en el Perú la ética está demás y que valores como la honradez, el cumplimiento de la palabra empeñada, la prolijidad en el manejo del dinero público, han dejado de existir, ¿con qué vigas sostenemos la ilusión de país y de nación y de propósitos comunes?Esto es una escombrera. De este Haití ético que es el Perú de hoy, puede salir cualquier ocurrencia, la más tesonera extravagancia, el capricho más ridículo.Pero la escombrera también tiene una causa. Y esa causa es lo que podríamos llamar la actual hegemonía de la corrupción.La corrupción es vieja en el Perú. Pero quien mejor la organizó, quien la convirtió en institución intersectorial y en manual de magisterio fue Alberto Fujimori.Y en muchos aspectos, el fujimorismo, como clima y nube tóxica, sigue siendo protagónico.El primer síntoma de esa supervivencia es que en el Perú actual ha crecido aún más la legión de ciudadanos que piensan que el robo es inevitable y que la coima tiene mucho de natural.Esto no es anomia. La anomia es la prescindencia distante de leyes y de normas sociales. Lo que pasa en el Perú actual es mucho más profundo y escabroso. Aquí se aprecia, se estima, se alienta la corrupción.Un corrupto exitoso en el Perú –y sobre todo en Lima, el epicentro de este cáncer- es alguien a quien muchos admiran. Mezcla de machismo, ignorancia, arribismo y propensión a tomar todos los atajos que se presenten, esta cultura de la corrupción, esta autorización tácita para que los encumbrados violen la ley o se hagan de fortunas vertiginosas, ha logrado arrinconar a la virtud y encumbrar a la fechoría llamándola “pragmatismo” y aun normalidad o destino.Es cierto que en Chile o en Ecuador –o en Colombia y Brasil, para no hablar de los Estados Unidos- la corrupción asoma su pezuña de vez en cuando. Pero, por lo general, cuando un escándalo de este tipo estalla en esos países hay un cierto revuelo, una sanción social, una intervención muchas veces enérgica de jueces y fiscales.En pocos países la corrupción se premia o se celebra. Mi país, tocado por una infección de la que ya hablaba hace un siglo González Prada, ha desmantelado, gracias a García, el sistema que permitió encarcelar a algunos malandrines.Es cierto que hubo un paréntesis de luz en todo este proceso. Y ese tramo soleado tuvo un nombre: Valentín Paniagua.Pero recordemos qué pasó después. Después llegaron Toledo y PPK a “restaurar el orden”. Entonces supimos que había una delgada línea roja que unía al hotel “Melody” con la fuga de Schutz, a Maiman con el lobismo aventajado de los amigotes de Toledo. El fujimorismo había vuelto. Pero este era más letal.Porque a Fujimori lo enfrentamos quienes estamos convencidos de que la democracia es irremplazable. Y entonces fue la batalla entre el despotismo sin ilustración de Fujimori y los valores de la democracia. Con Toledo, para nuestra desgracia, se desacreditó la democracia. El mecanismo de regeneración del Perú se atascó en los negocios de las licitaciones y las concesiones. La transición se volvió intransitiva y murió con Paniagua.No necesito abundar en detalles respecto de lo que ha significado el retorno de García. Ese retorno ha sido la confirmación plena de que en el Perú la tendencia mayoritaria es considerar el bandidaje político como un asunto menor.No digo que el señor Humala hubiese hecho un buen gobierno –en realidad, con la maleza que arrastró al parlamento habría hecho un gobierno espantoso y anarquizante-. Lo que digo es que tuvimos la oportunidad de elegir a Lourdes Flores, una mujer de centro y hasta ese momento sin tacha alguna, y la desperdiciamos. Optamos por “el mal menor”. El costo de esa opción ha sido enorme. Nunca sabremos cabalmente de qué tamaño es el actual saqueo del presupuesto nacional y de qué modo la podredumbre ha cundido, de arriba a abajo, desde la cabeza malograda a la circulación periférica, en los ministerios, los municipios, los gobiernos regionales, las instituciones.Un problema mayor es que la corrupción que padecemos es incompatible con el capitalismo y el mercado. La corrupción no sólo roba sino que desalienta a la honestidad y destruye la meritocracia. Si para ganar una licitación es mejor ser amigo que ser mejor y si algunas decisiones sobre gasto e inversión pasan por ciertas covachas del compadrismo porteño, ¿de qué liberalismo hablamos?El capitalismo creador que cambió al mundo no se hizo con lodo sino con trabajo y con valores.Un maremoto mundial lo ha cambiado casi todo. Lo que hacía Henry Ford ahora lo hacen gansters de la banca. Pero volviendo a lo nuestro: si el Apra es ese padre que devora a sus hijos, si la oposición es ese silencio, si la prensa del entretenimiento ha derrotado a la prensa seria, si los partidos deambulan en busca de un líder perdido, entonces nadie debería sorprenderse ante lo que está sucediendo: Bayly propone terminar de vender el país y, al mismo tiempo, plantea una revolución. Esa revolución, sin embargo, se detiene en el matrimonio gay, o en el concordato con Roma. Quietismo en lo económico –para que acabemos de cerrar lo poco de industria que nos queda- y audacias de segunda para el cojudeo. Buena fórmula. Malos tiempos.