03/11/2009
Por Nicolás Lynch
2016, esa es la nueva fecha que preside la imaginación de Alan García. Es el año en el que piensa reelegirse por tercera vez. Si hace unos meses nos dijo que no podía elegir a su sucesor pero sí podía impedir que fuera elegido quien él no quería, ahora nos está diciendo, para quien quiera escucharlo, que el 2016 se va a reelegir él mismo como Presidente. De allí un conjunto de iniciativas pensadas no solo para el 2011, sino principalmente para el 2016.
No es inocente, por ello, la iniciativa del voto facultativo. Se presenta como lo contrario de lo que es. Nos dicen que se trataría de ampliar los derechos democráticos de los ciudadanos que ahora podrían incluso decidir no votar. Sin embargo, se olvida de que su contrario, el voto obligatorio, fue una reivindicación democrática que se puso en práctica para impulsar el desarrollo de elecciones libres y justas en las que participaran la mayor cantidad posible de ciudadanos. En la precariedad actual, cambiar esta regla fundamental solo tendría como consecuencia marginar de un derecho a un número aún mayor de peruanos. Justamente los más pobres, que eventualmente podrían votar por una opción distinta al neoliberalismo reinante.
Pero no ha sido esta la única iniciativa de García en estos días. El Congreso aprobó la semana pasada, sin mayor debate en los medios, subir de 1 al 3% del registro electoral el número de firmas necesarias para que un partido pudiera inscribirse legalmente. Exactamente lo contrario a lo que sucede en los países democráticos, donde los sistemas electorales tienden a rebajar los requisitos para inscribirse, para que todo el que quiera pueda competir, y a aumentar el mínimo de votos necesario para tener una bancada congresal, para que se facilite el funcionamiento de las instituciones representativas. Aquí lo que se quiere es evitar la competencia, las alternativas nuevas al desorden actual, para que el poder no tenga mayores desafíos.
Por último, el Ejecutivo ha observado, con argumentos de forma, la ley que permitía el voto electrónico, de manera tal que se impida la puesta en funcionamiento de un mecanismo que mejore la verdad electoral e impida el fraude en mesa en el que son duchos los partidos más organizados. Estas son tres piezas más de un rompecabezas que se va armando desde Palacio, con el objetivo de que cualquiera de los próximos días nos despertemos con las manos atadas y la mordaza puesta sobre la boca.