El riesgo de un presidente que miente con tanta franqueza.
Lo más peligroso del sainete alrededor de la supuesta encuesta aprista es la constatación –por la explicación tan contradictoria como disparatada– de que el presidente de la República miente para justificarse y cree que gobierna un país de tontos que aceptarán cualquier cosa que a él se le ocurra y repita la corte adulona que lo rodea.
“Hemos hecho una encuesta que llega a 27 mil personas, las encuestas normales se aplican a 1,200 personas”, dijo García el sábado.
Las críticas que justificadamente surgieron después de la revelación de su ‘anormal encuesta’ se dirigieron a indagar por lo absurdo de un universo tan exagerado, además de conocer quién hizo el sondeo, quién lo pagó –el Estado o un privado rompón–, y la legitimidad de que el gobierno pudiera usar recursos públicos para satisfacer una curiosidad privada.
La respuesta del gobierno empezó anteayer con una intervención radial del ex premier Jorge del Castillo con el tono de ‘mayormente desconozco’ y sazonada con insinuaciones sin duda inaceptables contra las encuestadoras, pero alcanzó su momento central ayer por la mañana cuando el presidente García volvió a las ondas radiales para justificar su encuesta.
Su explicación fue un firulete propio de Cantinflas que sería muy gracioso si no fuera el presidente de la República. Junto con las cada vez más frecuentes expresiones de intolerancia nerviosa que exhibe el jefe de Estado, señaló que la encuesta de 27 mil entrevistados la hizo “la Red Informática del Apra” sin costarle un centavo al Estado pues se usó la organización partidaria con 830 locales a nivel nacional. Va pa´la peña García.
Cualquier encuestador serio o un profesor de estadística básica podría explicar que lo que está sosteniendo el presidente carece de fundamento, con la excepción de la encuestadora Idice –tradicionalmente vinculada al Apra–, que ayer ofreció unas declaraciones tan confusas como contradictorias con la explicación dada por el presidente García.
Acá lo evidente es que el jefe de Estado mintió el sábado cuando soltó lo de su encuesta o mintió el martes cuando quiso explicarse.
O en las dos oportunidades. Ahora ya no es claro si la encuesta realmente existe, si el presidente estaba ‘faroleando’ con su universo de encuestados, o si se usaron recursos públicos como los de las encuestas regulares que aplica el Estado.
Lo único cierto es el peligro que representa un presidente con voluntad de mentir con tanta franqueza durante el tramo final de un gobierno al que en general le ha ido bien pero que puede desbarrancarse por su ambición política desmedida, y por la megalomanía de su líder, a quien nadie en su corte se atreve a decirle que el rey está desnudo.