Tiempos de contrarreforma Por Alberto Adrianzén M. (*)
Según el Latinobarómetro de este año (encuesta que se aplica en 18 países de América Latina), el Perú ocupa el último lugar respecto a la “satisfacción con la democracia”. Solo el 14% de los entrevistados afirma estar “muy satisfecho o más bien satisfecho” con ella. Ocupamos el puesto 16 cuando se pregunta si “se gobierna para el bien de todo el pueblo”. Solo un 15% cree en esa afirmación. El país está ubicado en penúltimo lugar respecto a si se ha reducido la corrupción. Solo un 28% afirma que esta lacra está disminuyendo.
Por otro lado, también ocupamos el penúltimo lugar cuando se pregunta “cuán justa es la distribución de la riqueza”: sólo un 10% considera que es “muy justa o justa”. Finalmente, el Perú ocupa el primer lugar respecto a sentirse discriminados. Los peruanos consideran que 52% de sus connacionales son discriminados. No es extraño, en este contexto, que la mitad crea que es posible una democracia sin partidos y sin Congreso.
Y viendo la realidad, no me extraña que el pesimismo, pese a los altisonantes discursos presidenciales, en lugar de disminuir aumente entre nosotros. El último escándalo (también se le puede llamar malversación y peculado) protagonizado por el presidente del Congreso, Luis Alva Castro, y avalado vergonzosamente por el conjunto de partidos en el Parlamento, parece confirmarles a los peruanos que de seguir por este camino las cosas no van cambiar y sí podemos esperar más bien que empeoren.
Digamos que el espíritu optimista y refundacional que se vivió durante el breve gobierno de transición de Valentín Paniagua hoy parece naufragar definitivamente, ya no solo por la incapacidad de los gobernantes sino también por su terca voluntad de gobernar contra las mayorías nacionales. Es el regreso a la “normalidad” que reclaman los grandes grupos de poder económico y la derecha.
En la última conversación que tuve con el presidente Paniagua, cuatro días antes de que lo internaran, y luego de un intercambio de ideas sobre lo que venía ocurriendo en el país, me dijo casi al terminar y con mucha pasión, algunas cosas que ahora interpreto como parte de su testamento político. Una de ellas fue que el gobierno de transición había cometido el error de no haber reformado profundamente los medios que estaban en manos de los montesinistas y que tanto daño hicieron a la democracia.
Ahora, con la distancia que impone el tiempo, y viendo cómo marcha el país y el papel de algunos de ellos, creo, sinceramente, que el presidente Paniagua tenía razón. Sospecho, además, que sus palabras expresaban un gran desaliento con lo que venía sucediendo en ese momento. Como se sabe el presidente Toledo no hizo –cuando pudo hacerlo– nada para cambiar la realidad mediática del país.
Lo turbio e indignante del reciente indulto a Crousillat por este gobierno viene de tiempo atrás e incluye también al gobierno de Alejandro Toledo.
También sospecho que ese desaliento estaba marcado por su consideración de que se había hecho muy poco por profundizar una transición que debía de ser refundacional como él lo había planteado; pero también por el triunfo de Alan García. Si se observa bien, algunos medios de comunicación, salvo honrosas excepciones, siguen el mismo patrón fujimorista: ser las geishas del poder. Cuando las transiciones se detienen y no se profundizan –eso sucedió en los 80 y en esta década– lo que tenemos es una mayor presencia de los poderes fácticos, un gran retroceso y hasta una contrarrevolución como lo fue el fujimorismo y ahora Alan García. Dicho en otros términos: lo que hoy está en marcha es el más claro intento de regresar al esquema autoritario de los años 90; es decir, una contrarreforma que, paradójicamente, está dirigida por un presidente de un partido que en el pasado (¿será verdad?) quiso hacer una revolución para favorecer a las clases populares.
(*) albertoadrianzen.lamula.pe