domingo, 21 de febrero de 2010

El arte de mecer Por: Mario Vargas Llosa

El arte de mecer
Por: Mario Vargas Llosa Escritor

Domingo 21 de Febrero del 2010

Esta mañana, a la hora del almuerzo, escuché a mi hija Morgana contar los cuentos que les cuenta, a ella y a Stefan, su marido, la compañía de Cable Mágico para justificar su demora en instalarles el sistema de televisión por cable. Les juran que irán esta tarde, mañana, mañana en la tarde, y nunca van. Hartos de tanto cuento, han decidido pasarse a la competencia, Direct TV, a ver si es más puntual.
Lo ocurrido a Stefan y Morgana me ha tenido varias horas recordando la maravillosa historia de Ventilaciones Rodríguez S.A. que viví y padecí cerca de doce meses, aquí en Lima, hace la broma de treinta años. Nos habíamos comprado una casa en el rincón de la ciudad que queríamos, frente al mar de Barranco, y un arquitecto amigo, Cartucho Miró Quesada, me había diseñado en toda la segunda planta el estudio de mis sueños: estantes para libros, un escritorio larguísimo de tablero muy grueso, una escuadra de sillones para conversar con los amigos, y una chimenea junto a la cual habría un confortable muy cómodo y una buena lámpara para leer.
Las circunstancias harían que la pieza más memorable del estudio fuera, con el tiempo y por imprevistas razones, la chimenea. Era de metal, aérea y cilíndrica y Cartucho la había diseñado él mismo, como una escultura. ¿Quién la fabricaría? Alguien, tal vez el mismo Cartucho, me recomendó a esa indescriptible empresa de apelativo refrigerado: Ventilaciones Rodríguez S.A. Recuerdo perfectamente aquella tarde, a la hora del crepúsculo, en que su propietario y gerente, el ingeniero Rodríguez, compareció en mi todavía inexistente estudio para firmar el contrato. Era joven, enérgico, hablador, ferozmente simpático. Escuchó las explicaciones del arquitecto, auscultó los planos con ojos zahoríes, comentó dos o tres detalles con la seguridad del experto y sentenció: “La chimenea estará lista en dos semanas”.
Le explicamos que no debía apurarse tanto. El estudio solo estaría terminado dentro de mes y medio. “Ese es su problema”, declaró, con un desplante taurino. “Yo la tendré lista en quince días. Ustedes podrán recogerla cuando quieran”.
Partió como una exhalación y nunca más lo volví a ver, hasta ahora. Pero juro que su nombre y su fantasma fueron la presencia más constante y recurrente en todos los meses sucesivos a aquel único encuentro, mientras el estudio se acababa de construir y se llenaba de libros, papeles, discos, máquinas de escribir, cuadros, muebles, alfombras, y el hueco del techo seguía allí, mostrando el grisáceo cielo de Lima y esperando a la chimenea que nunca llegaba.
Mis contactos con Ventilaciones Rodríguez S.A. fueron intensos, pero solo telefónicos. En algún momento yo llegué a contraer una pasión enfermiza por la secretaria del ingeniero Rodríguez, a quien tampoco nunca vi la cara ni conocí su nombre. Pero recuerdo su voz, sus zalamerías, sus pausas, sus inflexiones, su teatro cotidiano, como si la hubiera llamado hace media hora. Hablar con ella cada mañana, los cinco días hábiles de la semana, se convirtió en un rito irrompible de mi vida, como leer los periódicos, tomar desayuno y ducharme.
“¿Qué cuento me va usted a contar hoy día, señorita?”, la saludaba yo.
Ella nunca se enojaba. Tenía la misma irresistible simpatía de su jefe y, risueña y amable, se interesaba por mi salud y mi familia antes de desmoralizarme con el pretexto del día. Confieso que yo esperaba ese instante con verdadera fascinación. Jamás se repetía, tenía un repertorio infinito de explicaciones para justificar lo injustificable: que pasaban las semanas, los meses, los trimestres y la maldita chimenea nunca llegaba a mi casa. Ocurrían cosas banales, como que el señor de la fundición caía preso de una gripe con fiebres elevadas, o verdaderas catástrofes como incendios o fallecimientos. Todo valía. Un día, que yo había perdido la paciencia y vociferaba en el teléfono como un energúmeno, la versátil secretaria me desarmó de esta manera:
“Ay, señor Vargas Llosa, usted riñéndome y amargándose la vida y yo desde aquí estoy viendo el cielo, le digo”.
“¿Cómo que viendo el cielo? ¿Qué quiere usted decir?”
“Que se nos ha caído el techo, le juro. Anoche, cuando no había nadie. Pero no es ese accidente lo que me da más pena, sino haber quedado mal con usted. Mañana le llevamos su chimenea sin falta, palabra”.
Un día tuvo la extraordinaria sangre fría de asegurarme lo siguiente:
“Ay, señor Vargas Llosa, usted haciéndose tan mala sangre y yo viendo desde aquí su chimenea linda, nuevecita, partiendo en el camión que se la lleva a su casa”.
Mentía tan maravillosamente bien, con tanto aplomo y dulzura, que era imposible no creerle. Al día siguiente, cuando la llamé para decirle que no era posible que el camión que me traía la chimenea se demorara más de veinticuatro horas en llegar de la avenida Colonial de Lima hasta Barranco (no más de diez kilómetros) se sobrepasó a sí misma, asegurándome en el acto, con acento afligido y casi lloroso:
“Ay, usted no se imagina la desgracia terrible que ocurrió: el camión con su chimenea chocó y ahora el chofer está con conmoción cerebral en el Hospital Obrero. Felizmente, su chimenea no tuvo ni un rasguño”.
La historia duró más de un año. Cuando la chimenea llegó por fin a la casa de Barranco ya casi nos habíamos acostumbrado al hueco del techo por el que, un día, una paloma distraída se extravió y aterrizó en mi escritorio. Lo más divertido —o trágico— del final de este episodio fue que a la chimenea bendita solo pudimos usarla una sola vez. Con resultados desastrosos: el estudio se llenó de humo, todo se ensució y yo tuve un comienzo de asfixia. Nunca más intentamos encenderla.
Aquella secretaria mitológica de Ventilaciones Rodríguez S.A. era una cultora soberbia de una práctica tan extendida en el Perú que es poco menos que un deporte nacional: el arte de mecer. “Mecer” es un peruanismo que quiere decir mantener largo tiempo a una persona en la indefinición y en el engaño, pero no de una manera cruda o burda, sino amable y hasta afectuosa, adormeciéndola, sumiéndola en una vaga confusión, dorándole la píldora, contándole el cuento, mareándola y aturdiéndola de tal manera que se crea que sí, aunque sea no, de manera que por cansancio termine por abandonar y desistir de lo que reclama o pretende conseguir. La víctima, si ha sido “mecida” con talento, pese a darse cuenta en un momento dado de que le han metido el dedo a la boca, no se enoja, termina por resignarse a su derrota y queda hasta contenta, reconociendo y admirando incluso el buen trabajo que han hecho con ella. “Mecer” es un quehacer difícil, que requiere talento histriónico, parla suasoria, gracia, desfachatez, simpatía y solo una pizca de cinismo.
Detrás del “meceo” hay, por supuesto, informalidad y una tabla de valores trastocada. Pero, también, una filosofía frívola, que considera la vida como una representación en la que la verdad y la mentira son relativas y canjeables, en función, no de la correspondencia entre lo que se dice y lo que se hace, entre las palabras y las cosas, sino de la capacidad de persuasión del que “mece” frente a quien es “mecido”. En última instancia, la vida, para esta manera de actuar y esta moral, es teatro puro. El resultado práctico de vivir “meciendo” o siendo “mecido” es que todo se demora, anda mal, nada funciona y reinan por doquier la confusión y la frustración. Pero esa es una consideración mezquinamente pragmática del arte de mecer. La generosa y artística es que, gracias al meceo, la vida es pura diversión, farsa, astracanada, juego, mojiganga.
Si los peruanos invirtieran toda la fantasía y la destreza que ponen en “mecerse” unos a otros, en hacer bien las cosas y cumplir sus compromisos, este sería el país más desarrollado del mundo. ¡Pero qué aburrido!
LIMA, FEBRERO DEL 2010

http://sapoperu2011.blogspot.com/

Ética y política. Por Martín Tanaka

Ética y política
Dom, 21/02/2010 - 05:00

Las últimas encuestas de opinión sugieren que en el momento actual los candidatos con mayor respaldo electoral son, para la alcaldía de Lima, Lourdes Flores y Alex Kouri, y para la Presidencia de la República, Luis Castañeda y Keiko Fujimori.
Esto ha llevado a Alejandro Toledo, Ollanta Humala y Lourdes Flores a proponer la conformación de algún tipo de frente o alianza que permita construir una candidatura “demócrata” que enfrente las candidaturas éticamente cuestionables de Kouri y K. Fujimori.
Mientras que parece claro que finalmente Flores asumirá el reto de la candidatura en Lima en nombre de este frente, la cosa aparece muy confusa para la elección presidencial.
Después de la renuncia de Salvador Heresi y de otros personajes a sus partidos para poder ser candidatos de otros percibidos con mayor opción de triunfo, esta discusión es refrescante.
Si bien Kouri tiene derecho a continuar en la arena política a pesar de sus “errores”, de asumir los costos de estos y seguir adelante, y si bien Keiko Fujimori puede decir que ella no es responsable por las decisiones que tomó su padre siendo presidente, también los ciudadanos tenemos derecho a desconfiar de personajes que no han hecho deslindes claros con prácticas corruptas como la segunda y que encarnan maneras de hacer política en las que la celada y la mentira resultan centrales, como el primero.
Recordar si no la propuesta de Kouri a Montesinos (enero de 1998) de aprobar en el Congreso una ley en contra del Callao, para que él encabece una protesta, que luego permita a Fujimori quedar bien derogando la ley, y a él presentarse como opositor.
Esta retorcida manera de hacer política debió ser excesiva incluso para Montesinos. Habría que añadir que Luis Castañeda no es precisamente un emblema de la transparencia, la rendición de cuentas y el compromiso contra la corrupción.
Otro ángulo del asunto nos remite a las percepciones de la población. ¿Cómo se entiende que las personas supuestamente odien la corrupción y la suciedad de la política, pero apoyen a candidatos asociados con esta? Me parece que hay un problema básico de información y evaluación: una autoridad que tiene un presupuesto de 100, roba 0 e invierte 100, es peor evaluado que otro cuyo presupuesto es 500, roba 300 e invierte 200. El segundo hizo más obra, y eso parece ser lo que cuenta.

La ciudadanía también parece valorar positivamente la “viveza”, el no ser un “caído del palto” como reivindicó para sí en alguna ocasión Alberto Fujimori, dada la percepción de que el político es un mundo excesivamente tramposo.
Por ello, si bien no sabemos si estas propuestas de frente serán viables electoralmente, al menos tienen el mérito de recordarnos que nos hemos habituado demasiado a que la política se reduzca a una competencia pragmática por llegar al poder, olvidando que de lo que se trata es de defender algunos principios y propuestas.

El Presidente en su propio laberinto. Por Carlos Castro


Dom, 21/02/2010 - 05:00

El presidente Alan García es un político de marchas y contramarchas.
Cuando el Congreso aprobó el bono policial respondió que no gobernaba para los que tienen trabajo en el Estado sino para los pobres.
Más tarde se encargó de descartar el bono y habló de aumentar a militares y policías en base a los méritos de cada uno.
Finalmente, ayer dejó de lado lo último y anunció el bono en una medida que lejos de tranquilizar ha removido aún más las aguas de la policía que se hallan bastante movidas desde hace algún tiempo.
Si no, veamos las declaraciones de los efectivos detenidos por participar en la pasada protesta de sus colegas en retiro.
Uno de ellos advirtió que mientras el Presidente indulta a los corruptos apresa a los policías que entregan su vida en defensa del país y que ganan sueldos miserables. Lo hizo con una expresión que refleja el sentimiento de molestia y encono que existe en la mayoría de ellos.

Es indudable que el bono es un auxilio para policías y militares, sobre todo en esta época de gastos escolares. Es positivo también en tanto se aplica sin escalas –de comandantes a suboficiales– y alcanza a las viudas de los efectivos caídos en función y de los discapacitados. Hasta ahí los beneficios de la bonificación. Los problemas comienzan cuando deja de lado a los pensionistas y jubilados en una medida que todas las organizaciones policiales y militares –sin excepción– han rechazado. Su respuesta inmediata: la marcha en marzo próximo.

El Presidente anunció también un aumento de 100 soles en dos etapas y la formación de una nueva comisión –imaginan cuántas se han formado en este gobierno y no han concluido en nada– para determinar en 180 días una propuesta de reestructuración de los sueldos de las Fuerzas Armadas y de la Policía. La decisión presidencial confirma un hecho que se ha convertido en una realidad en este gobierno: sólo reacciona ante la protesta de las organizaciones sociales. Si las esposas de los policías y militares, las viudas, los jubilados y los discapacitados no hubieran protestado no habría salido ni el bono.

Ocurre que García olvidó, como ha sucedido con muchas de sus otras promesas, que en su campaña para retornar al poder prometió en el objetivo seis Defensa Nacional la homologación de los sueldos de las FFAA y PNP, a través de una ley de haberes. En el 2006, dos meses antes de la primera vuelta, en una reunión con militares en retiro, reiteró este compromiso. Y olvidó también que a fines de su primer gobierno promulgó el DL 213-90, por el cual disponía se homologara los sueldos de unos y otros, algo que nunca se cumplió. Como se ve, militares y policías tienen más de un motivo para estar indignados con este gobierno y para no creer en los resultados de la nueva comisión.
Es la misma indignación que recorre entre los damnificados de los últimos desastres abandonados a su suerte, de los maestros ninguneados en sus reclamos, de los agricultores para quienes el PREDA es una burla más, de los docentes universitarios tratados como ciudadanos de otro país, de los empleados civiles de los institutos armados que llevan sus sueldos congelados por años o de los nativos que ven cómo la Ley de la Selva sigue siendo una espada de Damocles para sus comunidades. Hasta el próximo domingo

Izquierdas : Por Rocío Silva Santisteban

Dom, 21/02/2010 - 05:00

Hay quien dice que las elecciones destruyen a la izquierda. Obviamente no se trata necesariamente de los maoístas de antaño que consideraban a todos los que no comulgaban con el “correcto camino del proletariado” como unos oportunistas electoreros, infantiles y revisionistas. No, al contrario. Me refiero a aquellos que sostienen que cuando se viene una elección –y todo el mundo de nuevo y a acomodarse– se producen problemas de matiz que finalmente fragmentan a la precaria izquierda peruana. ¿Por qué si las propuestas de corrección del modelo neoliberal que comulgan con una mística de justicia social y redistributiva son, en el fondo, muy parecidas unas a otras?, ¿por qué no cabe la posibilidad de un espacio –no sé si frente, acuerdo, polo, movimiento, o lo que quieran llamarle– que aglutine no solo por cálculos electorales, sino precisamente, por ideas comunes?, ¿qué ofrecerles a todos los jóvenes que no tienen ni la menor idea de lo que fue Izquierda Unida ni se acuerdan haber tomado vasos de leche en nombre del tío Frejolito?
Hoy ese amplio espectro de las diversas izquierdas –nacionalistas, internacionalistas, medioambientales, proéticas, militantes, activistas, socialistas– deben construir no solo la unidad sino un nuevo discurso que hable, que sea visible, que diga algo, más allá de la cháchara en sordina a que nos tienen acostumbrado el lenguaje de las ONGs, del desarrollismo, de lo jurídico, del feminismo. Mística: eso es lo que se requiere. Apelar al otro. Significar algo. Hablarle cara a cara y sin temores al peruano o a la peruana que votará por primera vez y que ha sobrevivido aprendiendo en la niñez a la despolitización de la sociedad. No subestimar a los jóvenes, por el contrario, exigirles que sean ellos los protagonistas de la nación.
Para eso por supuesto se requiere de vocación de poder. Pensar en elecciones, pero sobre todo, pensar en una recomposición de las formas de organizar la democracia. Y para eso es necesario radicalizar la democracia en el sentido más prístino posible: me refiero a participar efectivamente del gobierno a través de muchas formas de representación y acción. Lo que sucede es que este modelo, al que están tan acostumbrados los sectores populares que deben gestionar desde el agua hasta la luz, exigen del ciudadano/a. –¿“pobladores”?– dejar de lado la pasividad del voto cada cinco años. En un país profundamente autoritario, donde se prefiere dejar al “líder” la resolución de los problemas y la ejecución de las soluciones, la facilidad de vegetar como ciudadano abona una modorra política y moral que definitivamente está en las clases medias y medio-altas identificadas con un mundo ilusorio de consumo y servicios. Esa modorra es la otra cara de la moneda del boom del equipamiento del hogar, de las 4x4, de las casas de playa minimalistas. Esa modorra política no puede contagiar a todo el espectro social.
Como decía Friedrich Hölderlin, “los pueblos se amodorran pero el destino no deja que se duerman”. Así que, antes de que el destino nos lance su cubo de agua a los ojos, es preferible levantarse y pasar a la acción. Y si bien es cierto que se requiere revisar el sistema de partidos, e incluso, dejar una puerta abierta a los movimientos sociales organizados y a otro tipo de participación política no-partidaria, ahora más que nunca es necesario renovar el lenguaje de las diversas izquierdas. En un mundo donde lo abstracto deviene en inútil frente a lo mediático y visual, es necesario condensar el discurso, unificarlo, darle vida, fuerza, vitalidad, belleza, ligereza, eficacia. Descartar de una vez y para siempre aquellas palabras que por usadas y re-usadas, se vuelven retórica, y pierden definitivamente su color: “articulación”, “fuerzas progresistas”, “cambio”, sobre todo esta última, tan devaluada por ese antojadizo uso anaranjado.

Presiona por el SOAT


El presidente Alan García defendió ayer el cuestionado proyecto del Soat Médico, un gran negocio para las empresas aseguradoras, y dijo que el Ejecutivo está dispuesto a ir a un punto medio que significaría que el seguro lo paguen los hospitales y los médicos, esto con el fin de que se apruebe ya en el Congreso.
Explicó que el Parlamento considera que el pago del Soat debe hacerlo el Estado, pues es el propietario de los hospitales y debe hacerse responsable de lo que ahí ocurre, por lo cual, dijo, que el Ejecutivo quiere ir a un punto medio, que paguen los médicos y el Estado. “Al Estado no se le puede cargar todo y aquí estamos acostumbrados a más sueldos por acá, a la creación de más fondos por allá, y esos recursos salen de la miseria de la gente a quienes no le construimos ni el canal de irrigación. Vamos a punto medio que también paguen los médicos”, advirtió.

García se burla Por: César Hildebrandt


Alan García se burla de los militares y policías peruanos.
Un bono excepcional e irrepetible de mil soles y un aumento de 100 soles dividido en dos armadas de cincuenta es todo lo que ha podido dar el señor presidente de la república al personal militar y policial que, de comandantes para abajo, esperaba otra cosa.
Si yo fuera el jefe de la Inteligencia Chilena, estaría feliz. No hay nada mejor que un potencial adversario con las tropas maltratadas y desmoralizadas.
Claro que los traidorzuelos a sueldo de diversas embajadas van a salir a decir que lo hecho está bien, que no se puede más, que para qué más.
Y claro que el candidato Bayly aplaudirá la medida de García.
Pero el 5 de abril se viene una gran jornada de protesta y de lucha de los policías.
Y en las Fuerzas Armadas, por más que se pretenda negarlo, el descontento crece como una levadura puesta al horno.
García ha dado esta limosna indigna y ha pateado el tema del reajuste global de remuneraciones para el personal de las fuerzas de seguridad a la cancha del próximo gobierno.
De eso se trata el consabido “nombramiento de una comisión...”No sólo eso: el bono de mil soles y el escuálido aumento saldrán del presupuesto de Defensa, con lo que tendremos menos comisarías, menos cobertura policial, menos equipamiento operativo, menos capacidad disuasiva –aérea, marítima y terrestre- frente a un vecino agresor y rapaz que, cada semana, nos amenaza y nos muestra los bíceps tatuados del matón crónico.
Más todavía: la exclusión del personal retirado es una provocación que movilizará a cientos de miles de exasperados. Que no diga después el gobierno de García que no fue advertido.
García se opuso al bono propuesto por el Congreso.
Ahora lo da en versión envilecida y a un costo admitido de 150 millones de soles.
Esto demuestra dos cosas: que el Congreso tenía razón cuando planteó un bono de mayor cuantía y que la ministra Aráoz es una analfabeta en matemáticas al señalar que las implicancias presupuestarias en juego bordeaban los cinco mil millones de soles.
Si mil soles de bonificación suponen 150 millones de gasto, pues un bono de dos mil habría llegado a los 300 millones de soles.
¿Por qué no se ha dado un paso tan elemental en estos tiempos de prosperidades y despegues?
Recursos hay, pero al señor García no le da la gana de usarlos “en populismo”.
No le da la gana a García ni le da la gana a su entorno empresarial asesor, que ahora vive tranquilo pero que volvería a tocar la puerta de los militares si alguna vez las papas quemaran otra vez y las explosiones sucedieran a las hoces y los martillos brillando en los cerros de Lima.
Se quiere maltratar también a la Fuerza Armada porque García, en el fondo, no ha abandonado el discurso subconsciente del APRA primordial: el heroismo de Arévalo, la intrepidez de Barreto, los sucesos del cuartel O’Donovan, la masacre de Chan Chan, la epopeya popular de Cucho Haya.
Y se la quiere maltratar en materia de equipamiento y modernización porque más de uno, empezando por el presidente de la república, está atento “a no molestar a nuestros hermanos Chilenos”.
Soy de quienes ha luchado durante años para que criminales como el “Comandante Camión” o tenientes como Telmo Hurtado paguen por las atrocidades que cometieron. De mí nadie podrá decir que me corrí a la hora de enfrentar a esa gente y a sus jefes directos -Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos- y don Ricardo Uceda, a pesar de lo que hoy pueda farfullar, puede dar testimonio de cómo un reportaje suyo en torno al paradero de “Comandante Camión” me costó, por decisión de Ivcher y los Winter, la desaparición de la pantalla de “Frecuencia latina”.
De modo que a mí los pobres diablos, salidos de una Costa Rica imaginaria, no me van a decir que las Fuerzas Armadas deben desaparecer.
Ni me van a hacer creer que la derrota de Sendero fue sólo obra del GEIN y la inteligencia policial.
El Perú le debe a las Fuerzas Armadas la devolución de su dignidad salarial y la certidumbre de un auténtico equipamiento (no la farsa siniestra del núcleo básico de defensa).
Gente que sirve al gobierno de Israel –un régimen que desenfunda asesinos por todo el mundo y está militarizado hasta el tuétano- se ha cansado de decirnos que un aumento de los fondos en Defensa “acarreará inevitablemente más corrupción”.
Pues allá ellos. Ellos deben ser expertos en corrupción porque sirvieron, como ministros, a un régimen encabezado por alguien que se caía de borracho en el “Chifa Real” y se caía de patético cuando hacía sus componendas para ver si se quedaba con América Televisión.
No todo es corrupción. Que alguien quiera comprar portatropas sobrevaluadas no significa que le paguemos doscientos dólares a un policía que está expuesto a jugarse el pellejo en cualquier esquina.
Ni que tengamos a los militares, de comandantes para abajo, con sueldos de sobrevivencia y hospitales en crisis.
Peores que un eventual intento de cutra en una compra de ministerio del Interior eran los tiempos en que PPK hacía negocios con Kiko siendo primer ministro.
Lo cierto es que la Fuerza Armada no está equipada ni para defendernos elementalmente de un conato de agresión (ya no hablo de una guerra).
Y lo cierto también es que, aunque nos duela, aunque no sea “correcto”, aunque cueste decirlo, Luis Giampietri ha tenido la razón de su parte en todo este episodio.“Que los que tenemos algo mejoremos la vida de los que nada tienen”, dijo un García modestísimo (modestísimo con el cálculo de sus bienes no bien habidos, o sea todos) refiriéndose a la necesidad de mantener “un alto presupuesto social”.
¿Y la seguridad interna? ¿Y la defensa de nuestra integridad territorial? ¿Qué puestos ocupan esos dos rubros en las escogencias presupuestales del presidente de la república?
Que las Fuerzas Armadas y policiales sepan que una inmensa mayoría está con ellas.
Nadie quiere privilegios ni castas cuartelarias. Lo que cualquier peruano de buena fe desea es una plena reconciliación de la sociedad con sus uniformados. Y para eso no basta un “Lugar de la memoria”. Para eso también es necesario encarar el presente.
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Posdata: la lucha que algunos libramos en contra del llamado “proyecto Collique” ha tenido un primer resultado. El gobierno ha tenido que dar marcha atrás y, para mantener las formas, ha debido apelar a una serie de enredados argumentos jurídicos. Pero esta batalla ganada no quiere decir que la guerra haya terminado. Lo que ahora se teme es que, dentro de algún tiempo, García vuelva a las andadas y le entregue a Graña y Montero y Odebrecht, sus íntimos colaboradores, la megaconstrucción de cien mil viviendas en esa misma zona. Algo de eso parece estar, entre líneas, en el raro comunicado de “Proinversión”. Habrá que estar vigilantes.