miércoles, 16 de septiembre de 2009

PEDRADAS CONTRA LOS POLITICOS


Autor: Victor A. Ponce

Una encuestadora local registró que el 47% de sus encuestados no está representado por ninguno de los eventuales candidatos presidenciales. Keiko Fujimori y Ollanta Humala alcanzan más del 50% de desaprobación. Ambos encabezan las encuestas, pero les llueven algunos tomates y pedradas. Sin embargo, la cosa se agrava. Otro sondeo registra que más del 60% les dice nones a las propuestas de alianzas electorales. La coalición política, el instrumento que permitió construir las democracias modernas, es negada porque se entiende que “el pacto siempre se hace bajo la mesa”. ¿Por qué la alianza electoral genera tanta suspicacia? El descrédito de la clase política es de tal magnitud que cualquier expresión democrática se convierte en sospecha. Desde fines de los ochenta, figuras como Ricardo Belmont, Alberto Fujimori, Alberto Andrade, Alejandro Toledo y el propio Ollanta Humala, en determinado momento, representaron el sentimiento generalizado contra los partidos. Los yerros del primer alanismo, el colapso del viejo modelo estatista de sustitución de importaciones y la corrupción gestaron una ruptura devastadora entre las organizaciones políticas y los electores. El partido y la política se estigmatizaron.La mitad de los electores está en la búsqueda de una representación alternativa. Ni siquiera Humala se salva del chubasco y el cura Arana realiza calistenia para disputar con todo el espacio bolivariano. El descontento está tan extendido que la democracia no se ha librado del candidato sorpresa, ya sea de apellido izquierdista o derechista. El problema es que, en América Latina, el outsider –exceptuando algunos casos– viene con credenciales autoritarias y termina tragándose la libertad. Fujimori, Chávez y Correa son las mejores expresiones del fenómeno. ¿Hasta cuándo seguiremos con la incertidumbre del próximo gobierno? Entre el descrédito de los políticos y la amenaza del outsider, el Perú debería encontrar una alternativa diferente: la reforma de los partidos desde adentro de los mismos. El problema es que, en las llamadas corrientes socialcristianas, exceptuando la frágil emergencia de algunos alcaldes capitalinos, no hay nada nuevo bajo el sol y Lourdes Flores comete los errores de siempre. En el Apra, los cuarentones y treintones se lanzan al ruedo, pero subordinados a la omnipresencia del presidente Alan García. En Perú Posible, cualquier amague busca la complacencia de Alejandro Toledo. No es descabellado, pues, sostener que el país podría reeditar las características de las elecciones del 2006, en las que el miedo al triunfo de una candidatura se convirtió en el factor decisivo del proceso. Cuando en la sociedad predomina el temor antes que el optimismo por el futuro, entonces, la sociedad sigue enferma.

¿ UNA DEMOCRACIA SIN PARTIDOS ??

Autor: F. Eguiguren

Es frecuente señalar que la fortaleza institucional de las democracias desarrolladas se sustenta en la existencia de partidos políticos sólidos y representativos. De allí la preocupación por la debilidad de los 'partidos’ en nuestro país, o su virtual inexistencia, que incide en la precariedad del régimen político democrático. La Ley de Partidos Políticos y la exigencia de superar una votación mínima para acceder al Congreso (valla electoral) no han servido para el objetivo de incentivar la formalización y fortalecimiento de estas agrupaciones. En las pasadas elecciones proliferaron las candidaturas de grupos carentes de identidad ideológica, de lealtad interna y de organización. La inmensa mayoría de peruanos sigue sin pertenecer ni simpatizar con ningún partido, ni cree en ellos.
Se dice que el 'único’ partido es el Apra, por su estructura orgánica, disciplina e ideario; sin embargo, la experiencia demuestra (y demostrará) que sin la candidatura de Alan García no consigue ni la mitad de su caudal electoral. El PPC cumple también con los requisitos de un partido, pero tiene imposibilidad de expansión, en especial fuera de Lima. Acción Popular, tras la muerte de Fernando Belaunde y de Valentín Paniagua, tampoco tiene posibilidad de crecimiento. En cambio, los movimientos caudillistas que encabezan Luis Castañeda, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Alberto Fujimori obtienen importante respaldo electoral, pero distan mucho de contar aún con una estructura orgánica partidaria y, por sus propias características, quizá jamás la tengan. Los partidos 'nacionales’, salvo el Apra, con sus limitaciones, no existen. La mayoría de gobiernos regionales y municipales del país están a cargo de movimientos locales, donde el liderazgo personal y el caudillismo son lo determinante. Si se modificara la Ley de Partidos, como debería, permitiendo que los movimientos regionales puedan postular candidatos al Congreso en su respectivas circunscripciones, la composición política del Parlamento cambiaría sustancialmente y su representatividad mejoraría, pero sería el golpe de gracia a los partidos 'nacionales’ y tendríamos un Congreso aún más fraccionado.
Dudo que esta situación cambie o mejore en el corto plazo, menos aún para las elecciones de 2011. El futuro gobierno y Parlamento no se sustentarán en partidos sólidos. Tal vez sea tiempo, siendo realistas, de abandonar mitos y dogmas, buscando medidas que puedan mejorar la representatividad y legitimidad política y el fortalecimiento institucional de nuestra democracia, sin supeditarse a la existencia de partidos políticos, ya que estos siguen en declive