Autor: Victor A. Ponce
Una encuestadora local registró que el 47% de sus encuestados no está representado por ninguno de los eventuales candidatos presidenciales. Keiko Fujimori y Ollanta Humala alcanzan más del 50% de desaprobación. Ambos encabezan las encuestas, pero les llueven algunos tomates y pedradas. Sin embargo, la cosa se agrava. Otro sondeo registra que más del 60% les dice nones a las propuestas de alianzas electorales. La coalición política, el instrumento que permitió construir las democracias modernas, es negada porque se entiende que “el pacto siempre se hace bajo la mesa”. ¿Por qué la alianza electoral genera tanta suspicacia? El descrédito de la clase política es de tal magnitud que cualquier expresión democrática se convierte en sospecha. Desde fines de los ochenta, figuras como Ricardo Belmont, Alberto Fujimori, Alberto Andrade, Alejandro Toledo y el propio Ollanta Humala, en determinado momento, representaron el sentimiento generalizado contra los partidos. Los yerros del primer alanismo, el colapso del viejo modelo estatista de sustitución de importaciones y la corrupción gestaron una ruptura devastadora entre las organizaciones políticas y los electores. El partido y la política se estigmatizaron.La mitad de los electores está en la búsqueda de una representación alternativa. Ni siquiera Humala se salva del chubasco y el cura Arana realiza calistenia para disputar con todo el espacio bolivariano. El descontento está tan extendido que la democracia no se ha librado del candidato sorpresa, ya sea de apellido izquierdista o derechista. El problema es que, en América Latina, el outsider –exceptuando algunos casos– viene con credenciales autoritarias y termina tragándose la libertad. Fujimori, Chávez y Correa son las mejores expresiones del fenómeno. ¿Hasta cuándo seguiremos con la incertidumbre del próximo gobierno? Entre el descrédito de los políticos y la amenaza del outsider, el Perú debería encontrar una alternativa diferente: la reforma de los partidos desde adentro de los mismos. El problema es que, en las llamadas corrientes socialcristianas, exceptuando la frágil emergencia de algunos alcaldes capitalinos, no hay nada nuevo bajo el sol y Lourdes Flores comete los errores de siempre. En el Apra, los cuarentones y treintones se lanzan al ruedo, pero subordinados a la omnipresencia del presidente Alan García. En Perú Posible, cualquier amague busca la complacencia de Alejandro Toledo. No es descabellado, pues, sostener que el país podría reeditar las características de las elecciones del 2006, en las que el miedo al triunfo de una candidatura se convirtió en el factor decisivo del proceso. Cuando en la sociedad predomina el temor antes que el optimismo por el futuro, entonces, la sociedad sigue enferma.