Autor: F. Eguiguren
Es frecuente señalar que la fortaleza institucional de las democracias desarrolladas se sustenta en la existencia de partidos políticos sólidos y representativos. De allí la preocupación por la debilidad de los 'partidos’ en nuestro país, o su virtual inexistencia, que incide en la precariedad del régimen político democrático. La Ley de Partidos Políticos y la exigencia de superar una votación mínima para acceder al Congreso (valla electoral) no han servido para el objetivo de incentivar la formalización y fortalecimiento de estas agrupaciones. En las pasadas elecciones proliferaron las candidaturas de grupos carentes de identidad ideológica, de lealtad interna y de organización. La inmensa mayoría de peruanos sigue sin pertenecer ni simpatizar con ningún partido, ni cree en ellos.
Se dice que el 'único’ partido es el Apra, por su estructura orgánica, disciplina e ideario; sin embargo, la experiencia demuestra (y demostrará) que sin la candidatura de Alan García no consigue ni la mitad de su caudal electoral. El PPC cumple también con los requisitos de un partido, pero tiene imposibilidad de expansión, en especial fuera de Lima. Acción Popular, tras la muerte de Fernando Belaunde y de Valentín Paniagua, tampoco tiene posibilidad de crecimiento. En cambio, los movimientos caudillistas que encabezan Luis Castañeda, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Alberto Fujimori obtienen importante respaldo electoral, pero distan mucho de contar aún con una estructura orgánica partidaria y, por sus propias características, quizá jamás la tengan. Los partidos 'nacionales’, salvo el Apra, con sus limitaciones, no existen. La mayoría de gobiernos regionales y municipales del país están a cargo de movimientos locales, donde el liderazgo personal y el caudillismo son lo determinante. Si se modificara la Ley de Partidos, como debería, permitiendo que los movimientos regionales puedan postular candidatos al Congreso en su respectivas circunscripciones, la composición política del Parlamento cambiaría sustancialmente y su representatividad mejoraría, pero sería el golpe de gracia a los partidos 'nacionales’ y tendríamos un Congreso aún más fraccionado.
Dudo que esta situación cambie o mejore en el corto plazo, menos aún para las elecciones de 2011. El futuro gobierno y Parlamento no se sustentarán en partidos sólidos. Tal vez sea tiempo, siendo realistas, de abandonar mitos y dogmas, buscando medidas que puedan mejorar la representatividad y legitimidad política y el fortalecimiento institucional de nuestra democracia, sin supeditarse a la existencia de partidos políticos, ya que estos siguen en declive
Es frecuente señalar que la fortaleza institucional de las democracias desarrolladas se sustenta en la existencia de partidos políticos sólidos y representativos. De allí la preocupación por la debilidad de los 'partidos’ en nuestro país, o su virtual inexistencia, que incide en la precariedad del régimen político democrático. La Ley de Partidos Políticos y la exigencia de superar una votación mínima para acceder al Congreso (valla electoral) no han servido para el objetivo de incentivar la formalización y fortalecimiento de estas agrupaciones. En las pasadas elecciones proliferaron las candidaturas de grupos carentes de identidad ideológica, de lealtad interna y de organización. La inmensa mayoría de peruanos sigue sin pertenecer ni simpatizar con ningún partido, ni cree en ellos.
Se dice que el 'único’ partido es el Apra, por su estructura orgánica, disciplina e ideario; sin embargo, la experiencia demuestra (y demostrará) que sin la candidatura de Alan García no consigue ni la mitad de su caudal electoral. El PPC cumple también con los requisitos de un partido, pero tiene imposibilidad de expansión, en especial fuera de Lima. Acción Popular, tras la muerte de Fernando Belaunde y de Valentín Paniagua, tampoco tiene posibilidad de crecimiento. En cambio, los movimientos caudillistas que encabezan Luis Castañeda, Ollanta Humala, Alejandro Toledo y Alberto Fujimori obtienen importante respaldo electoral, pero distan mucho de contar aún con una estructura orgánica partidaria y, por sus propias características, quizá jamás la tengan. Los partidos 'nacionales’, salvo el Apra, con sus limitaciones, no existen. La mayoría de gobiernos regionales y municipales del país están a cargo de movimientos locales, donde el liderazgo personal y el caudillismo son lo determinante. Si se modificara la Ley de Partidos, como debería, permitiendo que los movimientos regionales puedan postular candidatos al Congreso en su respectivas circunscripciones, la composición política del Parlamento cambiaría sustancialmente y su representatividad mejoraría, pero sería el golpe de gracia a los partidos 'nacionales’ y tendríamos un Congreso aún más fraccionado.
Dudo que esta situación cambie o mejore en el corto plazo, menos aún para las elecciones de 2011. El futuro gobierno y Parlamento no se sustentarán en partidos sólidos. Tal vez sea tiempo, siendo realistas, de abandonar mitos y dogmas, buscando medidas que puedan mejorar la representatividad y legitimidad política y el fortalecimiento institucional de nuestra democracia, sin supeditarse a la existencia de partidos políticos, ya que estos siguen en declive
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