Dra. Margaret Chan
Directora General de la Organización Mundial de la Salud
Estimados colegas del sistema de las Naciones Unidas, estimados colegas del sector de la salud pública, distinguidos representantes de la sociedad civil, señoras y señores:
Lo que se puede medir, se puede hacer.
Encargué que se preparara este informe sobre la mujer y la salud con el propósito de reunir un conjunto de datos básicos sobre la salud de las mujeres y las niñas a lo largo de toda su vida en distintas partes del mundo y en distintos grupos de población en los países.
Lo hice convencida de que la salud de la mujer se ha descuidado, de que esa desatención constituye un grave obstáculo al desarrollo y de que la situación debe mejorar. También lo hice convencida de que la importancia de la mujer va más allá de su papel de madre.
Mi convicción está respaldada por mi compromiso. Cuando tomé posesión de mi cargo a comienzos de 2007, hice de la salud de la mujer y la población de África mis prioridades fundamentales. Son muchos los factores que inciden en los resultados sanitarios de esos dos grupos, por lo que las mejoras registradas constituyen una buena medida de los resultados generales de la OMS.
En el informe que nos ocupa se observa claramente que el estado de salud de las niñas y las mujeres en el África subsahariana es, prácticamente desde todo punto de vista, el peor del mundo entero. Les daré sólo un ejemplo: en los países ricos, el riesgo de muerte prematura de las mujeres de 20 a 60 años es de un 6%. En el África subsahariana ese riesgo es del 42%, es decir, siete veces superior.
Antes de intervenir ante cualquier problema de salud, es preciso hacer balance de la situación. Para que las políticas de cambio sean eficaces tienen que abordar las esferas en que los progresos son insuficientes, en que no se satisfacen necesidades concretas, en que hay muertes y enfermedades evitables o en que las tendencias observadas a lo largo del tiempo suscitan preocupación.
Cuando comparamos la salud de las mujeres y los hombres, ¿qué diferencias observamos y qué significan esas diferencias? Cuando comparamos a las mujeres de distintas regiones, culturas y grupos de ingresos, ¿qué desigualdades hay en los resultados sanitarios y cuáles son las tendencias? En los casos en que existen desigualdades, ¿sabemos a qué se deben?
Con el análisis epidemiológico de los datos disponibles, este informe sobre la mujer y la salud refuerza mi convencimiento de que muchas necesidades de salud de la mujer están desatendidas y afianza mi compromiso de llamar a la acción y dirigir una respuesta orientada a fines concretos.
Quisiera ser muy clara desde el principio. Como se puede ver en el informe, los factores que impiden que mejore la salud de la mujer no son de carácter fundamentalmente técnico o médico. Son de tipo social y político, y ambos corren parejos.
No lograremos progresos importantes mientras se siga considerando a las mujeres ciudadanas de segunda clase en tantos lugares del mundo. Tampoco lograremos grandes progresos mientras las mujeres queden al margen de las oportunidades educativas y laborales, mientras se les pague un salario inferior o no se remunere su trabajo, mientras se les niegue el derecho a la propiedad, mientras sean víctimas de la violencia, mientras no puedan disponer de los ingresos del hogar y mientras no tengan libertad para gastar dinero en atención sanitaria, ni siquiera para salvar su propia vida.
No lograremos progresos importantes mientras tantas mujeres acepten su situación de inferioridad, la sufran y la padezcan. En muchas sociedades son los hombres los que tienen el control político, social y económico. El sector de la salud no debe ser ajeno a ello. Esa desigualdad en las relaciones de poder se traduce en un acceso desigual a la atención de salud y un control desigual de los recursos sanitarios.
De hecho, evaluar los resultados sanitarios relativos a las niñas y las mujeres constituye una manera fiable de cuantificar la verdadera repercusión de la baja situación social de la mujer. Y éste debe ser nuestro punto de partida.
Lo que se puede medir, se puede hacer. Este informe ha medido el profundo impacto que la situación social tiene en la salud de las mujeres y las niñas.
Ahora que sabemos a qué nos enfrentamos, ¿qué hacer para avanzar? Les puedo asegurar que no es tarea fácil. En el terreno de la salud pública es posiblemente más fácil distribuir medicamentos y mosquiteros, y llevar a cabo intervenciones sanitarias, incluso a gran escala, que cambiar actitudes y comportamientos, sobre todo comportamientos sexuales, combatir la discriminación y mejorar la situación de la mujer.
Las sociedades crean relaciones de desigualdad y las políticas en vigor las sustentan. Eso puede cambiar.
Señoras y señores:
Examinemos algunos de los datos disponibles.
Gracias a este informe empezamos a conocer algunas tendencias y a obtener algunas repuestas. Ahora bien, si decidimos basar nuestras iniciativas en los datos objetivos y las respuestas, no hemos hecho sino empezar. La salud de la mujer también está desatendida por parte de la comunidad de investigadores y los servicios de estadística.
Uno de los resultados más sorprendentes del informe es la escasez de datos estadísticos sobre problemas de salud fundamentales que afectan a las niñas y las mujeres, sobre todo en los países en desarrollo.
La vida de las niñas comienza con una ventaja biológica. Por lo general, las mujeres viven de seis a ocho años más que los hombres. Como se indica en el informe, la tasa de mortalidad de las lactantes y las niñas pequeñas no es superior a la de los niños. Los programas de inmunización en la infancia no presentan ninguna desigualdad de género en cuanto a la cobertura, es decir, las niñas reciben la misma protección que los varones.
Sin embargo, si examinamos los datos a lo largo de la vida, esa situación inicial se modifica y los efectos de la inferioridad social de la mujer se hacen evidentes.
El informe revela que hasta un 80% de todos los cuidados de salud y el 90% de la atención de enfermedades relacionadas con el VIH/Sida son prestados en el hogar, casi siempre por mujeres. La mayor parte de ese trabajo no recibe apoyo, no se reconoce y no está remunerado.
A nivel mundial, más de 580 millones de mujeres son analfabetas, cifra casi dos veces superior a la correspondiente a los hombres. El impacto de la situación educativa en la salud de las mujeres y sus familias está muy bien documentado. ¿Cómo podemos tolerar esa enorme diferencia en una esfera que entraña oportunidades tan grandes?
En los países en desarrollo, sobre todo de Asia, el 38% de las niñas contraen matrimonio antes de los 18 años y el 14%, antes de los 15. Si esas jovencitas tienen suerte, los servicios de salud podrán gestionar al menos algunos de los conocidos riesgos sanitarios asociados a la maternidad precoz. Ahora bien, la salud pública no puede prevenir los matrimonios a edad temprana.
Estos son problemas sociales y políticos, que superan los límites de la sanidad pública y son demasiado amplios y están demasiado imbricados en normas sociales y culturales para poder resolverlos únicamente con intervenciones técnicas o médicas o con las tan necesarias reformas de los sistemas de salud.
Las sociedades y los dirigentes políticos que las gobiernan deben primero decidir que la salud de las mujeres importa. Naturalmente, la salud pública puede hacer algunas cosas. Podemos promover un mejor acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva. Podemos hacer algo en relación con el cáncer de cuello de útero o los riesgos de contraer las muchas enfermedades crónicas que afectan a la mujer en una etapa más avanzada de su vida. Podemos elaborar estrategias técnicas precisas para reducir las defunciones asociadas con el embarazo y el parto.
Todos estos esfuerzos, en última instancia, no tendrán más que unas repercusiones parciales y limitadas porque no abordan las causas fundamentales de las necesidades de salud no atendidas de las mujeres y las niñas. Esas causas radican en actitudes, normas, y comportamientos sociales y en las políticas que las perpetúan.
Cuando se compara el estado de salud de las mujeres de países de ingresos altos y de ingresos bajos, los resultados son predecibles y elocuentes. En todas las regiones y grupos de edad, las mujeres y las niñas de los países de ingresos más altos presentan niveles de mortalidad y morbilidad inferiores a los de las que viven en países de ingresos bajos.
Es tentador concluir que la pobreza es el determinante más importante de los problemas de salud de la mujer, y que, a medida que las economías crecen, los países se modernizan y los ingresos aumentan, los problemas automáticamente van desapareciendo en forma progresiva por sí solos. Si bien es cierto que la pobreza es importante, hay datos objetivos que señalan muchos otros factores.
Las mujeres presentan algunas vulnerabilidades biológicas, relacionadas con sus funciones reproductivas, que las hacen más propensas a correr ciertos riesgos de salud. Hace muchísimo tiempo que lo sabemos. Pero ¿acaso la biología determina toda la vida de la mujer, antes y después de los años fértiles? Los mejores resultados de salud que presentan los grupos de ingresos altos indican que la respuesta es no.
Ciertamente, la biología no puede explicar por qué el 99% de la mortalidad materna se concentra en los países en desarrollo. La biología tampoco puede explicar por qué los problemas de salud y las causas principales de mortalidad y discapacidad difieren tan espectacularmente entre las mujeres de los grupos de ingresos altos y de ingresos bajos.
En los países de altos ingresos, las enfermedades crónicas, como cardiopatías, ictus, demencias y cánceres, predominan entre las 10 causas principales de defunción, y a ellos se deben más de cuatro de cada 10 fallecimientos de mujeres.
En los países de bajos ingresos, las afecciones maternas y perinatales, las infecciones del tracto respiratorio inferior, las enfermedades diarreicas y el VIH/Sida ocasionan casi cuatro de cada 10 defunciones de mujeres. Por el lado positivo, hay que decir que se dispone de herramientas para prevenir o tratar rápidamente todas estas patologías.
Esto apunta a otro problema: la desatención de las necesidades de las mujeres por parte de los servicios de salud. El cáncer de cuello de útero es un claro ejemplo de lo que significa la falta de un acceso equitativo a los servicios de salud. El cáncer de cuello de útero es el segundo tipo de cáncer más común entre las mujeres en el mundo entero. Alrededor del 80% de los cánceres de cuello de útero y una proporción aún mayor de defunciones por esta causa ocurren en países de bajos ingresos. Se trata de un cáncer que puede prevenirse mediante vacuna, detectarse precozmente mediante examen, y tratarse tempranamente con buenos resultados.
En los países en desarrollo, las complicaciones del embarazo y el parto son la causa principal de defunción y discapacidad entre las mujeres de 15 a 19 años. Los abortos peligrosos contribuyen sustancialmente a esas defunciones. Por ello, es urgente la necesidad de mejorar el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva.
Como hemos dicho, las mujeres por lo general viven más que los hombres, pero su vida no es necesariamente saludable o feliz. Como se indica en el informe, las mujeres son más susceptibles que los hombres de sufrir depresión y ansiedad. Se estima que 73 millones de mujeres adultas en todo el mundo padecen algún episodio importante de depresión cada año. Si bien las causas de las enfermedades mentales varían de una persona a otra, la baja situación social de la mujer, su carga de trabajo y la violencia que padece, son factores coadyuvantes.
La globalización de modos de vida poco saludables ejerce una fuerte influencia en estas tendencias que se observan en todas partes. La ventaja de la mujer en cuanto a esperanza de vida se está perdiendo en algunas partes del mundo. A la malnutrición como factor de riesgo de malos resultados en el embarazo se suman ahora la hipertensión, el colesterol elevado, el consumo de tabaco, la obesidad y la violencia.
Las enfermedades cardiovasculares, consideradas durante mucho tiempo una afección masculina en las sociedades ricas, es ahora la principal causa de fallecimiento de las mujeres mayores en casi todas partes.
Señoras y señores:
Hace mucho que sabemos que a medida que mejora el nivel de vida, mejora la salud. Pero éste es habitualmente un proceso gradual que se extiende a lo largo de un lapso considerable.
En los últimos decenios se han observado algunos progresos sorprendentes respecto de la mujer. Su esperanza de vida ha aumentado de apenas 51 años a principios del decenio de 1950 a 70 años en 2007, frente a 65 años para el hombre. La utilización de métodos anticonceptivos en los países en desarrollo ha pasado del 8% en el decenio de 1960 al 62% en 2007. Ahora las mujeres suelen contraer matrimonio más tarde, tener más tarde su primer hijo y vivir más tiempo.
Es, en efecto, un progreso sorprendente, pero ha ocurrido en un lapso también sorprendentemente largo.
Alrededor del 85% de la población mundial de 3300 millones de mujeres vive en países de ingresos medios y bajos. Si bien la pobreza es un factor importante, en el informe también se establece un vínculo directo entre la discriminación contra la mujer y su situación de inferioridad en materia de salud.
Si se priva a las mujeres de la oportunidad de desarrollar todo su potencial humano, incluidas las posibilidades de llevar una vida saludable y, al menos, algo más feliz ¿está verdaderamente sana la sociedad? ¿Qué nos dice esta situación acerca del estado del progreso social en el siglo XXI?
El llamamiento a la acción debe trascender el sector de la salud y llegar a otras áreas como la educación, el transporte, el empleo, y los marcos jurídico y judicial. Fundamentalmente, se trata de un llamamiento para la programación y adopción de políticas centradas en la mujer en todos los sectores, con un enfoque que abarque todas las instancias decisorias.
Por sobre todo, la atención primaria de salud, con su hincapié en la equidad, la justicia social y la posibilidad de que todos hagan oír su voz, ofrece la oportunidad de marcar una diferencia mediante el cambio de las políticas. Y necesitamos la voz y el peso de la sociedad civil para exigir responsabilidad a los dirigentes políticos.
Al presentar este informe, la OMS pretende iniciar un amplio diálogo de política a fin de elaborar una agenda para el cambio tanto dentro del sector de la salud como mucho más allá de él.
Por último, cabe señalar que no hay una receta mundial para el cambio. Los programas de acción deben adaptarse a los distintos contextos. Como se señala en el informe, los problemas de salud de la mujer varían considerablemente entre los países y las regiones. Por ejemplo, el embarazo de las adolescentes es motivo de gran preocupación en muchos países. En otros, en cambio, es necesario abordar el problema del suicidio de las mujeres que ingieren plaguicidas. Esta es una forma horrible de morir y una señal clara de una miseria extrema e insoportable.
Tenemos que estar alerta a estos signos y responder con compasión y darnos cuenta de que son rasgos distintivos de lo que significa ser mujer en cualquier parte, en cualquier momento.
Lo que se puede medir, se puede hacer.
Encargué que se preparara este informe sobre la mujer y la salud con el propósito de reunir un conjunto de datos básicos sobre la salud de las mujeres y las niñas a lo largo de toda su vida en distintas partes del mundo y en distintos grupos de población en los países.
Lo hice convencida de que la salud de la mujer se ha descuidado, de que esa desatención constituye un grave obstáculo al desarrollo y de que la situación debe mejorar. También lo hice convencida de que la importancia de la mujer va más allá de su papel de madre.
Mi convicción está respaldada por mi compromiso. Cuando tomé posesión de mi cargo a comienzos de 2007, hice de la salud de la mujer y la población de África mis prioridades fundamentales. Son muchos los factores que inciden en los resultados sanitarios de esos dos grupos, por lo que las mejoras registradas constituyen una buena medida de los resultados generales de la OMS.
En el informe que nos ocupa se observa claramente que el estado de salud de las niñas y las mujeres en el África subsahariana es, prácticamente desde todo punto de vista, el peor del mundo entero. Les daré sólo un ejemplo: en los países ricos, el riesgo de muerte prematura de las mujeres de 20 a 60 años es de un 6%. En el África subsahariana ese riesgo es del 42%, es decir, siete veces superior.
Antes de intervenir ante cualquier problema de salud, es preciso hacer balance de la situación. Para que las políticas de cambio sean eficaces tienen que abordar las esferas en que los progresos son insuficientes, en que no se satisfacen necesidades concretas, en que hay muertes y enfermedades evitables o en que las tendencias observadas a lo largo del tiempo suscitan preocupación.
Cuando comparamos la salud de las mujeres y los hombres, ¿qué diferencias observamos y qué significan esas diferencias? Cuando comparamos a las mujeres de distintas regiones, culturas y grupos de ingresos, ¿qué desigualdades hay en los resultados sanitarios y cuáles son las tendencias? En los casos en que existen desigualdades, ¿sabemos a qué se deben?
Con el análisis epidemiológico de los datos disponibles, este informe sobre la mujer y la salud refuerza mi convencimiento de que muchas necesidades de salud de la mujer están desatendidas y afianza mi compromiso de llamar a la acción y dirigir una respuesta orientada a fines concretos.
Quisiera ser muy clara desde el principio. Como se puede ver en el informe, los factores que impiden que mejore la salud de la mujer no son de carácter fundamentalmente técnico o médico. Son de tipo social y político, y ambos corren parejos.
No lograremos progresos importantes mientras se siga considerando a las mujeres ciudadanas de segunda clase en tantos lugares del mundo. Tampoco lograremos grandes progresos mientras las mujeres queden al margen de las oportunidades educativas y laborales, mientras se les pague un salario inferior o no se remunere su trabajo, mientras se les niegue el derecho a la propiedad, mientras sean víctimas de la violencia, mientras no puedan disponer de los ingresos del hogar y mientras no tengan libertad para gastar dinero en atención sanitaria, ni siquiera para salvar su propia vida.
No lograremos progresos importantes mientras tantas mujeres acepten su situación de inferioridad, la sufran y la padezcan. En muchas sociedades son los hombres los que tienen el control político, social y económico. El sector de la salud no debe ser ajeno a ello. Esa desigualdad en las relaciones de poder se traduce en un acceso desigual a la atención de salud y un control desigual de los recursos sanitarios.
De hecho, evaluar los resultados sanitarios relativos a las niñas y las mujeres constituye una manera fiable de cuantificar la verdadera repercusión de la baja situación social de la mujer. Y éste debe ser nuestro punto de partida.
Lo que se puede medir, se puede hacer. Este informe ha medido el profundo impacto que la situación social tiene en la salud de las mujeres y las niñas.
Ahora que sabemos a qué nos enfrentamos, ¿qué hacer para avanzar? Les puedo asegurar que no es tarea fácil. En el terreno de la salud pública es posiblemente más fácil distribuir medicamentos y mosquiteros, y llevar a cabo intervenciones sanitarias, incluso a gran escala, que cambiar actitudes y comportamientos, sobre todo comportamientos sexuales, combatir la discriminación y mejorar la situación de la mujer.
Las sociedades crean relaciones de desigualdad y las políticas en vigor las sustentan. Eso puede cambiar.
Señoras y señores:
Examinemos algunos de los datos disponibles.
Gracias a este informe empezamos a conocer algunas tendencias y a obtener algunas repuestas. Ahora bien, si decidimos basar nuestras iniciativas en los datos objetivos y las respuestas, no hemos hecho sino empezar. La salud de la mujer también está desatendida por parte de la comunidad de investigadores y los servicios de estadística.
Uno de los resultados más sorprendentes del informe es la escasez de datos estadísticos sobre problemas de salud fundamentales que afectan a las niñas y las mujeres, sobre todo en los países en desarrollo.
La vida de las niñas comienza con una ventaja biológica. Por lo general, las mujeres viven de seis a ocho años más que los hombres. Como se indica en el informe, la tasa de mortalidad de las lactantes y las niñas pequeñas no es superior a la de los niños. Los programas de inmunización en la infancia no presentan ninguna desigualdad de género en cuanto a la cobertura, es decir, las niñas reciben la misma protección que los varones.
Sin embargo, si examinamos los datos a lo largo de la vida, esa situación inicial se modifica y los efectos de la inferioridad social de la mujer se hacen evidentes.
El informe revela que hasta un 80% de todos los cuidados de salud y el 90% de la atención de enfermedades relacionadas con el VIH/Sida son prestados en el hogar, casi siempre por mujeres. La mayor parte de ese trabajo no recibe apoyo, no se reconoce y no está remunerado.
A nivel mundial, más de 580 millones de mujeres son analfabetas, cifra casi dos veces superior a la correspondiente a los hombres. El impacto de la situación educativa en la salud de las mujeres y sus familias está muy bien documentado. ¿Cómo podemos tolerar esa enorme diferencia en una esfera que entraña oportunidades tan grandes?
En los países en desarrollo, sobre todo de Asia, el 38% de las niñas contraen matrimonio antes de los 18 años y el 14%, antes de los 15. Si esas jovencitas tienen suerte, los servicios de salud podrán gestionar al menos algunos de los conocidos riesgos sanitarios asociados a la maternidad precoz. Ahora bien, la salud pública no puede prevenir los matrimonios a edad temprana.
Estos son problemas sociales y políticos, que superan los límites de la sanidad pública y son demasiado amplios y están demasiado imbricados en normas sociales y culturales para poder resolverlos únicamente con intervenciones técnicas o médicas o con las tan necesarias reformas de los sistemas de salud.
Las sociedades y los dirigentes políticos que las gobiernan deben primero decidir que la salud de las mujeres importa. Naturalmente, la salud pública puede hacer algunas cosas. Podemos promover un mejor acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva. Podemos hacer algo en relación con el cáncer de cuello de útero o los riesgos de contraer las muchas enfermedades crónicas que afectan a la mujer en una etapa más avanzada de su vida. Podemos elaborar estrategias técnicas precisas para reducir las defunciones asociadas con el embarazo y el parto.
Todos estos esfuerzos, en última instancia, no tendrán más que unas repercusiones parciales y limitadas porque no abordan las causas fundamentales de las necesidades de salud no atendidas de las mujeres y las niñas. Esas causas radican en actitudes, normas, y comportamientos sociales y en las políticas que las perpetúan.
Cuando se compara el estado de salud de las mujeres de países de ingresos altos y de ingresos bajos, los resultados son predecibles y elocuentes. En todas las regiones y grupos de edad, las mujeres y las niñas de los países de ingresos más altos presentan niveles de mortalidad y morbilidad inferiores a los de las que viven en países de ingresos bajos.
Es tentador concluir que la pobreza es el determinante más importante de los problemas de salud de la mujer, y que, a medida que las economías crecen, los países se modernizan y los ingresos aumentan, los problemas automáticamente van desapareciendo en forma progresiva por sí solos. Si bien es cierto que la pobreza es importante, hay datos objetivos que señalan muchos otros factores.
Las mujeres presentan algunas vulnerabilidades biológicas, relacionadas con sus funciones reproductivas, que las hacen más propensas a correr ciertos riesgos de salud. Hace muchísimo tiempo que lo sabemos. Pero ¿acaso la biología determina toda la vida de la mujer, antes y después de los años fértiles? Los mejores resultados de salud que presentan los grupos de ingresos altos indican que la respuesta es no.
Ciertamente, la biología no puede explicar por qué el 99% de la mortalidad materna se concentra en los países en desarrollo. La biología tampoco puede explicar por qué los problemas de salud y las causas principales de mortalidad y discapacidad difieren tan espectacularmente entre las mujeres de los grupos de ingresos altos y de ingresos bajos.
En los países de altos ingresos, las enfermedades crónicas, como cardiopatías, ictus, demencias y cánceres, predominan entre las 10 causas principales de defunción, y a ellos se deben más de cuatro de cada 10 fallecimientos de mujeres.
En los países de bajos ingresos, las afecciones maternas y perinatales, las infecciones del tracto respiratorio inferior, las enfermedades diarreicas y el VIH/Sida ocasionan casi cuatro de cada 10 defunciones de mujeres. Por el lado positivo, hay que decir que se dispone de herramientas para prevenir o tratar rápidamente todas estas patologías.
Esto apunta a otro problema: la desatención de las necesidades de las mujeres por parte de los servicios de salud. El cáncer de cuello de útero es un claro ejemplo de lo que significa la falta de un acceso equitativo a los servicios de salud. El cáncer de cuello de útero es el segundo tipo de cáncer más común entre las mujeres en el mundo entero. Alrededor del 80% de los cánceres de cuello de útero y una proporción aún mayor de defunciones por esta causa ocurren en países de bajos ingresos. Se trata de un cáncer que puede prevenirse mediante vacuna, detectarse precozmente mediante examen, y tratarse tempranamente con buenos resultados.
En los países en desarrollo, las complicaciones del embarazo y el parto son la causa principal de defunción y discapacidad entre las mujeres de 15 a 19 años. Los abortos peligrosos contribuyen sustancialmente a esas defunciones. Por ello, es urgente la necesidad de mejorar el acceso a los servicios de salud sexual y reproductiva.
Como hemos dicho, las mujeres por lo general viven más que los hombres, pero su vida no es necesariamente saludable o feliz. Como se indica en el informe, las mujeres son más susceptibles que los hombres de sufrir depresión y ansiedad. Se estima que 73 millones de mujeres adultas en todo el mundo padecen algún episodio importante de depresión cada año. Si bien las causas de las enfermedades mentales varían de una persona a otra, la baja situación social de la mujer, su carga de trabajo y la violencia que padece, son factores coadyuvantes.
La globalización de modos de vida poco saludables ejerce una fuerte influencia en estas tendencias que se observan en todas partes. La ventaja de la mujer en cuanto a esperanza de vida se está perdiendo en algunas partes del mundo. A la malnutrición como factor de riesgo de malos resultados en el embarazo se suman ahora la hipertensión, el colesterol elevado, el consumo de tabaco, la obesidad y la violencia.
Las enfermedades cardiovasculares, consideradas durante mucho tiempo una afección masculina en las sociedades ricas, es ahora la principal causa de fallecimiento de las mujeres mayores en casi todas partes.
Señoras y señores:
Hace mucho que sabemos que a medida que mejora el nivel de vida, mejora la salud. Pero éste es habitualmente un proceso gradual que se extiende a lo largo de un lapso considerable.
En los últimos decenios se han observado algunos progresos sorprendentes respecto de la mujer. Su esperanza de vida ha aumentado de apenas 51 años a principios del decenio de 1950 a 70 años en 2007, frente a 65 años para el hombre. La utilización de métodos anticonceptivos en los países en desarrollo ha pasado del 8% en el decenio de 1960 al 62% en 2007. Ahora las mujeres suelen contraer matrimonio más tarde, tener más tarde su primer hijo y vivir más tiempo.
Es, en efecto, un progreso sorprendente, pero ha ocurrido en un lapso también sorprendentemente largo.
Alrededor del 85% de la población mundial de 3300 millones de mujeres vive en países de ingresos medios y bajos. Si bien la pobreza es un factor importante, en el informe también se establece un vínculo directo entre la discriminación contra la mujer y su situación de inferioridad en materia de salud.
Si se priva a las mujeres de la oportunidad de desarrollar todo su potencial humano, incluidas las posibilidades de llevar una vida saludable y, al menos, algo más feliz ¿está verdaderamente sana la sociedad? ¿Qué nos dice esta situación acerca del estado del progreso social en el siglo XXI?
El llamamiento a la acción debe trascender el sector de la salud y llegar a otras áreas como la educación, el transporte, el empleo, y los marcos jurídico y judicial. Fundamentalmente, se trata de un llamamiento para la programación y adopción de políticas centradas en la mujer en todos los sectores, con un enfoque que abarque todas las instancias decisorias.
Por sobre todo, la atención primaria de salud, con su hincapié en la equidad, la justicia social y la posibilidad de que todos hagan oír su voz, ofrece la oportunidad de marcar una diferencia mediante el cambio de las políticas. Y necesitamos la voz y el peso de la sociedad civil para exigir responsabilidad a los dirigentes políticos.
Al presentar este informe, la OMS pretende iniciar un amplio diálogo de política a fin de elaborar una agenda para el cambio tanto dentro del sector de la salud como mucho más allá de él.
Por último, cabe señalar que no hay una receta mundial para el cambio. Los programas de acción deben adaptarse a los distintos contextos. Como se señala en el informe, los problemas de salud de la mujer varían considerablemente entre los países y las regiones. Por ejemplo, el embarazo de las adolescentes es motivo de gran preocupación en muchos países. En otros, en cambio, es necesario abordar el problema del suicidio de las mujeres que ingieren plaguicidas. Esta es una forma horrible de morir y una señal clara de una miseria extrema e insoportable.
Tenemos que estar alerta a estos signos y responder con compasión y darnos cuenta de que son rasgos distintivos de lo que significa ser mujer en cualquier parte, en cualquier momento.
Gracias.
Dra. Margaret ChanDirectora General de la Organización Mundial de la Salud