La estrategia competitiva de la corrupción en el Perú.
El escándalo de los petroaudios revela, al igual que el de los vladivideos, hace una década, una responsabilidad que suele pasar inadvertida en todos estos entuertos: el de la empresa privada.
En el follón de los petroaudios es evidente que el origen del problema radica en el interés de alguna empresa que todavía no ha sido cabalmente identificada –pero que, sobre la base de indicios abundantes, muchos ubican en el sector del cemento– de conseguir resultados empresariales a través de iniciativas en la arena política y de mecanismos ilícitos.
Cambiar una ley para beneficiarse; ganar una concesión gracias a una coima; corromper a un magistrado para elevar el arancel; contratar a un chuponeador para saber en qué anda el competidor; reclutar directores por su cercanía al poder; pagarle a un periodista para que hable bien de uno; poner en la nómina –con formas encubiertas– a congresistas; citar al ministro en la suite; o elegir al abogado por sus malas artes, son solo algunas formas sucias con que ciertas empresas diseñan su ‘estrategia competitiva’ como si su benchmark fuera Trafa S.A.
Con frecuencia, la decisión de algunas empresas de incurrir en comportamientos oscuros como esos se ve incentivada por la actitud promiscua de políticos encumbrados que, a través de biombos como sus hijos, socios, cajeros o amigos, les ofrecen un mecanismo fast track para conseguirles lo que ellas debieran lograr compitiendo en el mercado.
A veces, la aceptación de estas prácticas obedece al temor a que, si no se las toma, se las ofrecerán al competidor. Es decir, la preocupación de que la única manera de poder competir en un entorno corrupto es incurriendo en actos corruptos.
Es obvio que las empresas necesitan realizar una gestión de sus intereses, es decir, lobby. Pero esto lo deben conducir con profesionalismo y honestidad, y no como, lamentablemente, suele ocurrir hoy a través de la corrupción que algunos políticos ofrecen, por ejemplo, a través de sus familiares.
Cambiar esto es, sin duda, difícil pero indispensable pues la corrupción es un factor que detiene el progreso. Las naciones más honestas, según los rankings de Transparencia Internacional, suelen ser las más competitivas y las que más crecen.
Este cambio no va a venir del mundo político sino que debe ser impulsado desde el propio sector empresarial, donde suele estar el motor y motivo de la corrupción. Ello demandaría un cambio radical en relación con lo que ahora ocurre, lo cual debiera convertirse en una prioridad de organizaciones como la Confiep, con el fin de establecer pactos sólidos que promuevan que la honestidad sea un valor que las empresas desarrollen con más entusiasmo, convicción y efectividad que ahora.