sábado, 28 de noviembre de 2009

La mafia educativa

La mafia educativa
Sáb, 28/11/
Por Alberto Adrianzén M। (*)


El escándalo en torno a la Universidad Alas Peruanas (UAP) demuestra lo mal que anda nuestro sistema universitario। Como se sabe, la UAP, gracias a una sentencia judicial inaudita, es la única universidad que está al margen de la Ley Universitaria. Su historia muestra claramente cómo la corrupción y la impunidad fujimoristas, campean aún en nuestro país.


Como ha informado este diario (13/11/09) fue gracias a un fallo “del inefable Juzgado de Derecho Público (ahora desaparecido) –que presidió el procesado y destituido Percy Escobar y que fuera creado por Montesinos para operar judicialmente de acuerdo con los intereses fujimoristas– que la UAP ha podido abrir hasta la fecha 26 filiales a nivel nacional (en 23 diferentes regiones) y unas 9 Unidades Académicas Descentralizadas, pese a que la Ley Universitaria lo prohíbe expresa y estrictamente”।... La UAP es la única universidad que opera “legalmente” (hace ya varios años) al margen de la legalidad universitaria ya que no es fiscalizada ni por el Consejo Nacional para la Autorización de Funcionamiento de Universidades (Conafu) ni por la Asamblea Nacional de Rectores (ANP)।

Por eso, han creado una red al mejor estilo montesinista (una mafia) de “socios”, “colaboradores” y “allegados” para mantener tamaña ilegalidad y crecer en todo el país। En esta red estarían involucrados personas vinculadas al despacho presidencial, al alcalde de Lima, congresistas (sobre todo apristas), jueces, magistrados, políticos, militares, periodistas, etc., que gozarían de una serie de granjerías otorgadas por este “centro universitario”.


Sin embargo, el escándalo de la UAP no solo es corrupción. La UAP evidencia cómo la proliferación de universidades privadas sin ningún control y de baja calidad, ha hecho un daño estructural a la educación y al país. Ello ha terminado por sepultar cualquier posibilidad de desarrollo de carreras técnicas de mando medio. Los esfuerzos del sistema educativo desde los años 70 por establecer una educación más vinculada al trabajo y menos a los “títulos profesionales”, han naufragado con la multiplicación de estos centros superiores.
En los años 90 diversas encuestas (ver Imasen Confidencial) mostraban que sectores importantes de la sociedad optaban por carreras técnicas. Incluso, se creía que un técnico podía ganar más dinero que un profesional. Se puede afirmar que se estaba frente a un cambio cultural: la movilidad social era posible gracias al trabajo y al esfuerzo personal (procesos más igualitarios), y no mediante el simple expediente de imitar a la elite que basaba su legitimidad en el título profesional. Se estaba construyendo una racionalidad moderna muy distinta a las pautas oligárquicas.
Ese cambio cultural abortó. No es extraño que hasta hoy a los miembros de la clase alta, por ejemplo, se les siga llamando “doctores”. La mercantilización de la educación, tanto escolar como universitaria, vendió la ilusión del título profesional como el principal vínculo de ascenso social. Hoy sabemos que esa ilusión, además de ser una gran estafa, es también una gran frustración: los hijos de las clases populares que estudian en esas universidades y que obtienen su título profesional difícilmente podrán competir con los de clases altas y medias que estudian en otras escuelas y universidades privadas tanto nacionales como extranjeras.
Las carreras técnicas, tan necesarias para nuestro desarrollo, quedaron así relegadas a un segundo plano, y los técnicos al no tener un “título profesional” carecen de reconocimiento social. Vivimos en una sociedad bloqueada y premoderna que solo favorece a las elites y a unos cuantos pillos (socios incluidos) que lucran con la educación y con los peruanos. Finalmente, no hay que olvidarnos que quien maneja hoy los destinos de la educación es dueño de una universidad privada y amigo del Presidente.

(*) albertoadrianzen.lamula.pe

Depredadores de la política


Depredadores de la política


Sáb, 28/11/2009
Por Juan de laPuente



Parece instalarse en la sociedad la incertidumbre respecto de la autoridad moral de los líderes de la democracia para conducir el país en el futuro. Este ánimo se relaciona con los escándalos diarios que salpican a la elite política en los poderes estatales y órganos constitucionales. Las encuestas no han recogido la intensidad de esa duda más allá de la clásica pegunta “en qué instituciones confía”, donde el gobierno, el PJ, el Congreso y los partidos se ubican en las preferencias más bajas.
Dos sondeos limeños recientes, no obstante, ubican la punta de ese iceberg que asoma, en un caso de modo más directo. A inicios del mes, en una encuesta de la PUCP el 65% se declaró entre insatisfecho y muy insatisfecho con el funcionamiento de la democracia. Luego, en la reciente encuesta que realizó en la capital la U. de Lima, el 57% aprueba el gobierno de Alberto Fujimori a 9 años de su caída, frente al 31% que lo aprobaba el 2002. El respaldo a Fujimori alcanza los dos tercios en los sectores D y E, y es más pronunciado en las mujeres (62%) y en los ciudadanos de entre 28 y 37 años de edad (63%).
En un escenario preelectoral los partidarios y detractores del fujimorismo podrán aludir a estos porcentajes, unos a la solidaridad con Fujimori y otros a la campaña proselitista en marcha. En cualquiera de los sentimientos, sin embargo, subyace el desapego a la democracia y a sus respuestas a los problemas del país. Más aún si, en el sondeo de la U. de Lima, el 50% simpatiza con Fujimori como persona a pesar de que solo un tercio cree que en su gobierno se beneficiaron los pobres.
La construcción de la desconfianza en las instituciones no es paralela a la desconfianza en la elite. Se entreteje con ella, de modo que es un error asumir que la falta de legitimidad institucional no implica un desprecio ciudadano directo por los políticos. Así, el rito diario de la depredación de la política es un ejercicio antidemocrático y, a la vez, un acto suicida. Cada votación amañada, designación equívoca, fraude descubierto o lobby amparado, es un clavo más en un ataúd donde irán a dar los huesos de las instituciones, sus líderes y sus partidos. Así vistas las cosas, es increíble que la elite siga jugando con un tiempo del que le queda poco mientras que de la garganta de la sociedad parece surgir un grito conocido: ¡que se vayan todos!