sábado, 28 de noviembre de 2009

Depredadores de la política


Depredadores de la política


Sáb, 28/11/2009
Por Juan de laPuente



Parece instalarse en la sociedad la incertidumbre respecto de la autoridad moral de los líderes de la democracia para conducir el país en el futuro. Este ánimo se relaciona con los escándalos diarios que salpican a la elite política en los poderes estatales y órganos constitucionales. Las encuestas no han recogido la intensidad de esa duda más allá de la clásica pegunta “en qué instituciones confía”, donde el gobierno, el PJ, el Congreso y los partidos se ubican en las preferencias más bajas.
Dos sondeos limeños recientes, no obstante, ubican la punta de ese iceberg que asoma, en un caso de modo más directo. A inicios del mes, en una encuesta de la PUCP el 65% se declaró entre insatisfecho y muy insatisfecho con el funcionamiento de la democracia. Luego, en la reciente encuesta que realizó en la capital la U. de Lima, el 57% aprueba el gobierno de Alberto Fujimori a 9 años de su caída, frente al 31% que lo aprobaba el 2002. El respaldo a Fujimori alcanza los dos tercios en los sectores D y E, y es más pronunciado en las mujeres (62%) y en los ciudadanos de entre 28 y 37 años de edad (63%).
En un escenario preelectoral los partidarios y detractores del fujimorismo podrán aludir a estos porcentajes, unos a la solidaridad con Fujimori y otros a la campaña proselitista en marcha. En cualquiera de los sentimientos, sin embargo, subyace el desapego a la democracia y a sus respuestas a los problemas del país. Más aún si, en el sondeo de la U. de Lima, el 50% simpatiza con Fujimori como persona a pesar de que solo un tercio cree que en su gobierno se beneficiaron los pobres.
La construcción de la desconfianza en las instituciones no es paralela a la desconfianza en la elite. Se entreteje con ella, de modo que es un error asumir que la falta de legitimidad institucional no implica un desprecio ciudadano directo por los políticos. Así, el rito diario de la depredación de la política es un ejercicio antidemocrático y, a la vez, un acto suicida. Cada votación amañada, designación equívoca, fraude descubierto o lobby amparado, es un clavo más en un ataúd donde irán a dar los huesos de las instituciones, sus líderes y sus partidos. Así vistas las cosas, es increíble que la elite siga jugando con un tiempo del que le queda poco mientras que de la garganta de la sociedad parece surgir un grito conocido: ¡que se vayan todos!