viernes, 13 de noviembre de 2009


Los dos Perú de siempre Prof. Sinesio López

Jaime de Althaus confunde su biografía con la historia del Perú. Cree que la historia del capitalismo en el país comienza con él (y con Fujimori). Piensa que el modelo neoliberal es la única revolución capitalista y que las anteriores formas de desarrollo capitalista (el modelo oligárquico-exportador y la industrialización sustitutiva de importaciones) no eran tales sino que eran economías rentistas. De Althaus ve solo las rupturas, pero es ciego ante las continuidades del pasado.

Ciertamente hubo un cambio en la estructura de la propiedad, en el establecimiento de una economía de mercado y en el descentramiento del Estado, pero hubo también continuidades importantes: “El nuevo modelo se construyó sobre la estructura estatal anterior, es decir, las inversiones vinieron principalmente atraídas por las privatizaciones de las empresas estatales que estaban ubicadas en los sectores primarios (minas, agricultura) y de servicios (energía bancos, telecomunicaciones, hoteles, etc.), este fue un cambio en la propiedad y la gestión y continuidad en los sectores” (Gonzales de Olarte, 2008).

Como el modelo oligárquico-exportador, el neoliberalismo peruano es también un capitalismo inducido por la demanda externa de materias primas de China, de Europa y de EEUU. Sus impulsos vienen de afuera y su dinámica y su crisis dependen de afuera.

Por esa razón Efraín Gonzales de Olarte caracteriza al neoliberalismo peruano como un modelo primario exportador y de servicios (Peser). Junto a las minas y a los servicios se ha desarrollado, es cierto, un sector industrial articulado a la agroexportación y a los servicios. Salvo este último sector, el neoliberalismo despliega una producción basada en una alta intensidad de capital y en poca absorción de mano de obra.

Su eslabonamiento a otros sectores de la economía es muy débil, lo que reduce su efecto multiplicador en la producción y en el mercado. Además, el neoliberalismo ha fragmentado el mundo del trabajo y ha destruido su capacidad de acción colectiva diferenciando a los trabajadores en planilla de los contratados, los services, etc. En el sector minero, por ejemplo, solo el 30% está en planilla y el 70% es mano de obra volátil y sin derechos: no tienen seguro, ni vacaciones, ni jubilación.

El neoliberalismo es un modelo de desarrollo centrado en la costa, en Lima y en muy pocos oasis de otras regiones: “En 1940 Lima tenía 645 mil habitantes y representaba el 10% de la población del Perú. Hoy en día concentra unos 8 millones de personas, es decir, 30% de la población y alrededor de la mitad del PBI. El ingreso familiar per capita equivale a 3.7 veces el de Ayacucho. El problema es doble. Por un lado, estas brechas de ingreso son muy grandes y, por el otro, el diferencial no tiende a cerrarse” (Economía y Sociedad, 72, septiembre 2009).

La costa crece, se desarrolla, se diversifica, distribuye empleos e ingresos, reduce la pobreza, pero la sierra y la selva permanecen estancadas. La costa está articulada por el mercado mientras la sierra busca integrarse a través de la demanda de nación y de más Estado. Mientras la pobreza se ha reducido de 36.1% en 2004 a 25.7% en 2007 en la costa, ella solo se ha reducido de 64.7% al 60.1% en la sierra en el mismo período (Francke, 2009). La desigualdad, en cambio, sigue victoriosa. Pese a que el Perú ha tenido en estos últimos 7 años altas tasas de crecimiento, el alto nivel de desigualdad casi no se ha movido.

El neoliberalismo es asimismo poco distributivo. Pese a que el crecimiento del PBI y la rentabilidad promedio de las empresas han crecido significativamente los sueldos y salarios no han mejorado. La participación del trabajo en el PBI ha bajado de 25% en el 2002 a 21.9% en el 2007. La distribución del ingreso presenta cifras de escándalo: el sueldo promedio del sector A es 20 veces más que el salario promedio del sector E. (Campodónico. 2009).

Los desafíos de la izquierda Prof. Sinesio López

En América del Sur sólo Perú y Colombia se inscriben en el neoliberalismo extremo. Todos los demás países se ubican, con algunos matices, en el campo de la izquierda.



¿Se mantendrá este mapa político en la próxima década? Si las próximas elecciones sólo se decidieran por los éxitos y los logros, la izquierda debiera seguir gobernando. Pero sospecho que hay otros actores y factores: el peso creciente de las nuevas generaciones, sus deseos crecientes de innovación y sus exigentes demandas de calidad de vida.


Son valores y demandas propios de una sociedad desarrollada. Eso es lo que expresa el exitoso candidato chileno Marco Enríquez-Ominami, ubicado también en el campo de la izquierda. Si la coalición gobernante no entiende esta exigencia juvenil de renovación, la derecha puede ganar el gobierno en Chile.


El probable triunfo de Piñera puede significar el comienzo de una corrida del péndulo hacia la derecha en América del Sur, pero no significaría, sin embargo, la implantación de un neoliberalismo extremo que, si se tienen en cuenta la crisis mundial y las circunstancias latinoamericanas, ya no es viable en América Latina.


¿Se puede revertir la excepcionalidad peruana y colombiana en América del Sur? Mi hipótesis es que, dada la crisis actual (nacional e internacional), la izquierda puede terminar con la excepcionalidad peruana si enfrenta exitosamente cinco desafíos.




En primer lugar, la presentación de un candidato único de izquierda, creíble y confiable para las mayorías del país, que ocupe el espacio de centro izquierda y que evite su fragmentación. Tendría que desplegar una amplia convocatoria social y política que contrarreste el intento de la derecha de arrinconarla y de sobrepoblar con candidatos ese espacio.
En segundo lugar, la izquierda tendría que unificar a las principales fuerzas de ese signo que exhiben una probada trayectoria democrática. Es difícil, si no imposible (y a lo mejor tampoco es deseable), que todos los partidos izquierdistas reconstituyan una especie de Izquierda Unida de estos tiempos. Sería un error político, por ejemplo, acercarse a las nuevas organizaciones que vienen del terrorismo y que han hecho un viraje hacia el juego electoral. Si las principales fuerzas de izquierda se unifican y apoyan un candidato único, es difícil que emerjan candidatos menores que le hagan el juego a la derecha.


En tercer lugar, la izquierda tendría que forjar una amplia coalición social que impulse y viabilice un modelo de desarrollo centrado y a la vez abierto al mercado internacional, inclusivo, integrador y descentralizado. Las clases populares, los pobres y muy pobres no constituyen una base social suficiente para ganar el poder y gobernar. Son necesarios también las clases medias y el empresariado nacional. A las demandas de Estado efectivo es necesario añadir la exigencia de calidad del desarrollo que resuelva los problemas del empleo y de la pobreza.



En cuarto lugar, la izquierda, para ser una alternativa creíble y confiable de gobierno, tendría que convocar a un equipo tecno-político calificado y con experiencia de gestión gubernamental. Este desafío, pese a que es el menos difícil dada la orientación izquierdista de un sector importante de técnicos, profesionales e intelectuales, tiene una enorme importancia pues da confianza tanto a las élites sociales como a las clases populares.




En quinto lugar, la izquierda tendría que mostrarse plural y tender puentes a todos los gobiernos de izquierda de América Latina. Sería un error (que le costaría una posible victoria) la adscripción a una u otra corriente de las izquierdas existentes en AL.



¿Podrá la izquierda enfrentar y resolver estos desafíos?




ES DIFICIL , PERO NO IMPOSIBLE. Las circunstancias ayudan, pero ¿existe voluntad política en los principales actores de la izquierda para constituir una alternativa de gobierno seria, responsable y exitosa? El tiempo lo dirá.