Por Sinesio López Jiménez
El largo vía crucis que la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) inició en los 70 está llegando a su fin.
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Es el fin de San Marcos y de la universidad pública.
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La década del 60 fue de transición de la universidad de élite y mesocrática a la universidad popular y de masas.
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En esa década se produjo un encuentro social en la UNMSM entre los hijos de élites que aún se educaban allí, los estudiantes de clase media y los primeros contingentes estudiantiles de extracción popular que llegaban a la universidad.
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Alfredo Bryce ha dicho, sin ninguna mala leche, que lo que más le llamó la atención cuando estudiaba en San Marcos es que sus compañeros de estudios se parecían mucho a sus mayordomos.
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Con la masificación y la proliferación universitaria por doquier comenzó el abandono de la universidad pública por parte del Estado, se inició la mediocrización de la enseñanza y la pérdida de gobernabilidad de la universidad.
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Las élites abandonaron San Marcos y pasaron a formarse en las universidades privadas. Los viejos profesores de prestigio se jubilaron o se fueron a otras universidades, algunos jóvenes partieron a enseñar en universidades extranjeras y pocos muy valiosos resistieron heroicamente hasta que se cansaron.
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Con la masificación de la educación pública (en todos sus niveles), esta dejó de ser un espacio de igualdad de oportunidades y se transformó en una estructura de discriminación.
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La vieja política discriminatoria de siempre que negó la posibilidad de que las élites formaran con los debajo de la escala social una comunidad política nacional.
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En los 70 la radicalización, la irracionalidad y el sectarismo político se adueñaron de San Marcos. Todo eso desembocó en el senderismo y en el terror en San Marcos y en el país en los 80.
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El movimiento estudiantil desapareció.
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San Marcos quedó en manos de una minoría intensa (el senderismo) que hacía lo que le daba la gana bajo el temor o la indiferencia de la mayoría.
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A eso se añadieron la mediocridad y la pusilanimidad crecientes de las autoridades universitarias.
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Con excepciones, desde luego. San Marcos dejó de ser un centro serio de enseñanza universitaria y de investigación.
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Recuerdo que mis clases entonces eran un permanente campo de batalla verbal con el senderismo. Supongo que otros profesores hicieron lo mismo, pero sospecho que hubo también complicidad y cobardía para enfrentar al terrorismo.
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Los apagones y las amenazas del senderismo obligaron a muchos profesores a dictar clases fuera del claustro universitario.
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A todos estos males se añadió la ocupación militar en los 90.
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San Marcos dejó de ser una universidad propiamente dicha para convertirse en un campo de batalla del terror.
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Las cosas comenzaron a cambiar en San Marcos y en el país cuando Abimael Guzmán fue apresado en Lima por la policía mientras Fujimori pescaba en el Amazonas y Montesinos diseñaba meticulosos planes para asaltar el fisco.
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Pero el abandono de la universidad pública por parte del Estado continuó.
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San Marcos siguió languideciendo en medio de la mediocridad generalizada.
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En ese contexto reaparecen nuevos brotes del senderismo, se instalan pequeñas mafias por doquier, surgen grupos estudiantiles dirigidos por operadores corruptos que ofrecen su respaldo al mejor postor.
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Autoridades pusilánimes y corruptas viven de ese clima irrespirable y se quieren perpetuar en el poder por todos los medios, incluidos la violencia y el fraude.
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Ha llegado la hora de rescatar a San Marcos de las fuerzas oscuras que la han llevado al borde de la extinción como universidad.
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Es necesario desplegar una movilización general de los estudiantes, de los profesores de buena voluntad, de los medios, de la sociedad civil y, desde luego, de las autoridades gubernamentales para construir una universidad nacional de todos que recupere el prestigio y la calidad que tuvo en sus mejores épocas.