Raúl Wiener Analista
CONGREZZO
En el Congreso de 1992 no había comepollos, lavapiés, mataperros, contrata domésticas, contrata chibolas, robaluz, etc. Sin embargo, cuando Fujimori pronunció sus inolvidables palabras “disolver, disolver…”, hubo un abrumador apoyo a la decisión de cerrar la supuesta casa de las leyes y un aplauso a los anuncios presidenciales que los próximos inquilinos de la plaza Bolívar ganarían un sueldo mínimo y no serían reelegibles.
Esto, por cierto, quería decir que el presidente había logrado convertir la crisis de la política, que era esencialmente una crisis de gobierno, en una de los políticos con representación nacional y departamental que andaban peleándose entre ellos y de vez en cuando intentaban algún tímido gesto de control hacia el Ejecutivo. Fujimori acusó al Congreso de obstruccionista e inútil, y propuso una fórmula que para evitar la “obstrucción” (control), aumentaba la inutilidad.
Un Congreso que puede ser sustituido como legislador (decretos leyes, decretos de urgencia y otras leyes del Ejecutivo); que no fiscaliza (fiscales y jueces archivan sus denuncias); no representa (la población no tiene mecanismos para fiscalizar a sus parlamentarios); no debate (los tiempos de intervención son mínimos); ¿para qué puede servir si no es como espacio para el reparto de los últimos mendrugos del poder, que es lo que hace que los partidos se peleen ubicaciones como premio consuelo, y todo arribista con dinero e influencias se sienta con derecho a su curul?
Si entre las pocas cosas que verdaderamente puede decidir el Congreso está determinar el sueldo de sus propios miembros, está tendida la trampa para que congresistas improductivos se peleen con el pueblo. Es lo que hizo el sátrapa de los 90, al picar en el asunto de las remuneraciones de los disueltos, y hacerse el loco con las gollerías de sus reemplazantes, que luego fueron ametralladas por la prensa. Y lo repitió el actual gobernante que también exigió rebaja de sueldos y luego dejó que siguieran subiendo con pretextos y disfraces, hasta que algún medio terminaba destapándolos para aumentar la vergüenza.
El Congreso que hoy existe es hijo de la despolitización y el pragmatismo fujimorista, a la que se han adaptado los partidos, que juegan con sus reglas: mayorías de componenda, tránsfugas, capitulaciones ante el poder central, pequeñas trapacerías, otoronguismo, etc.
Esto no se va a componer con títulos universitarios o certificados de antecedentes, si es que además la congresista más culta del hemiciclo duerme durante las sesiones y destaca por sus declaraciones racistas y autoritarias.
No tengo ninguna duda que el Congreso es el reflejo de una sociedad que no se ha repuesto de la autocracia y que cada tanto vive la ilusión del salvador para luego desencantarse de todo. El papel de los medios es canalizar esa desilusión y derivarla donde menos entorpezca el funcionamiento del sistema.
Claro, que cuando el 70% del parlamento está en falta y aún la que no ha jurado ya está cuestionada, lo que se está diciendo es que mejor estaríamos con el recinto cerrado. Y que el santo remedio es todo el poder a la presidencia, es decir a García como ayer a Fujimori.