Jue, 01/07/2010
Hugo Neira
La lectura cuidadosa de los comentarios en diarios limeños sobre la disposición de los ciudadanos a votar por una u otra opción en el 2011 me asombra. Se suele afirmar algo que mis zapatos, que me llevan a lugares alejados de la capital, no confirman ni por asomo, y menos, mis libretas de trabajo de campo. Viajo a provincias, no tanto como quisiera. Alterno cursos y recorridos, y a partir de una gran ciudad, visito pequeños poblados, y escucho a variada gente. Lima, entretanto, solo ve su imagen en el espejo imperfecto de las encuestas. Ellas adormecen opinión y clase política.
En primer lugar, por donde he ido, he encontrado grupos políticos de esos que todavía guardan fervor, tres grupos bien diferenciados. Encontré fujimoristas, encontré nacionalistas, encontré apristas, e incluso uno que otro de izquierda, pero nadie que se declarara toledista. Digo esto, al margen del hecho de que con Alejandro Toledo tuve la mejor de las relaciones, y hoy no tengo nada en contra ni de su candidatura, ni de su postura liberal, ni nada que lo incumba. Pero como decía el filósofo, soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. ¿De dónde sale ese porcentaje que se le asigna? ¿Del vasto partido de los indecisos? Puede ser. Tampoco entiendo la tranquilidad del “think tank” de Luis Castañeda, a quien dicho sea de paso aprendí a apreciar cuando estuve a cargo de la Biblioteca Nacional. ¿Saben lo que me dijeron en una capital del sur, cuando les pregunté si votarían por Castañeda? ¿Quién lo representa aquí?, me contestaron. ¿Qué gente? Así es el Perú, hablas de política y te hablan de quiénes, y no de qué.
En segundo lugar, la dinámica económica del país productivo tiene el efecto paradójico de revolver a la sociedad y a sus sentidos. El desencanto económico es mayúsculo, la desconfianza en los políticos al tope. Las encuestas recogen mal esas emociones que no se confiesan. Los peruanos son los primeros en el barómetro latinoamericano en desalentarse de la democracia. El discurso oficial habla de éxitos, en los que no creen. Gobierno es que el da, así, directamente. Lula por eso distribuyó su famosa Bolsa familiar, que ha beneficiado a 11 millones. Mientras otros 20 millones entraban a la clase media. Pero entre los peruanos, nada crea lazos con gobierno alguno, y a Toledo le pasaba lo mismo. Salvo Fujimori, que descendía de los cielos en el generoso helicóptero. Razonemos, hay un millón de analfabetos menos. ¿Es que por eso votarán por opciones del sistema? Hay dos millones de nuevos empleos, pero no conozco un solo peruano que no le atribuya ese milagro a sus propios esfuerzos y no a condiciones macroeconómicas ajenas, o a la prudencia fiscal del segundo gobierno de Alan García.
A la clase política le deberemos sus propios funerales. Hay que felicitar a Lourdes Flores por la muy feliz idea de esa línea de demarcación entre “decentes” y “corruptos”. Excelente idea, estaba pensando en su rival por la Alcaldía. Pero mirado en el ancho Perú, ¿saben cómo se lee tal estigma? Pues simplemente, “todos son corruptos”, todos los que en algo tuvieron poder, todos menos Ollanta Humala. Eso, en otro país, sería un handicap, aquí es ventaja. Gracias a Lourdes, Humala ha dado otro paso hacia el sillón presidencial. Por lo demás, no vale la pena preguntarse si puede aparecer algún outsider. No hay que buscar muy lejos. Humala es, a la vez, el outsider y alguien ya de la clase política. Ambas cosas. Ese doble estatus lo beneficia. Lo que el país del hartazgo de los escándalos y el descontento ve en él, es un vengador. Las del año próximo, puede que sean las últimas elecciones.
Los autoritarismos suben con urnas, luego las suprimen. En fin, felices fiestas. Celébrenlas, puede que el próximo julio del 2011, el Perú tenga otro nombre, otra bandera. Y pase a ser una provincia caraqueña. Y no sé qué brazo levantaremos, si el izquierdo, el derecho, o acaso los dos. Como cuando te dan el alto.
En primer lugar, por donde he ido, he encontrado grupos políticos de esos que todavía guardan fervor, tres grupos bien diferenciados. Encontré fujimoristas, encontré nacionalistas, encontré apristas, e incluso uno que otro de izquierda, pero nadie que se declarara toledista. Digo esto, al margen del hecho de que con Alejandro Toledo tuve la mejor de las relaciones, y hoy no tengo nada en contra ni de su candidatura, ni de su postura liberal, ni nada que lo incumba. Pero como decía el filósofo, soy amigo de Platón, pero más amigo de la verdad. ¿De dónde sale ese porcentaje que se le asigna? ¿Del vasto partido de los indecisos? Puede ser. Tampoco entiendo la tranquilidad del “think tank” de Luis Castañeda, a quien dicho sea de paso aprendí a apreciar cuando estuve a cargo de la Biblioteca Nacional. ¿Saben lo que me dijeron en una capital del sur, cuando les pregunté si votarían por Castañeda? ¿Quién lo representa aquí?, me contestaron. ¿Qué gente? Así es el Perú, hablas de política y te hablan de quiénes, y no de qué.
En segundo lugar, la dinámica económica del país productivo tiene el efecto paradójico de revolver a la sociedad y a sus sentidos. El desencanto económico es mayúsculo, la desconfianza en los políticos al tope. Las encuestas recogen mal esas emociones que no se confiesan. Los peruanos son los primeros en el barómetro latinoamericano en desalentarse de la democracia. El discurso oficial habla de éxitos, en los que no creen. Gobierno es que el da, así, directamente. Lula por eso distribuyó su famosa Bolsa familiar, que ha beneficiado a 11 millones. Mientras otros 20 millones entraban a la clase media. Pero entre los peruanos, nada crea lazos con gobierno alguno, y a Toledo le pasaba lo mismo. Salvo Fujimori, que descendía de los cielos en el generoso helicóptero. Razonemos, hay un millón de analfabetos menos. ¿Es que por eso votarán por opciones del sistema? Hay dos millones de nuevos empleos, pero no conozco un solo peruano que no le atribuya ese milagro a sus propios esfuerzos y no a condiciones macroeconómicas ajenas, o a la prudencia fiscal del segundo gobierno de Alan García.
A la clase política le deberemos sus propios funerales. Hay que felicitar a Lourdes Flores por la muy feliz idea de esa línea de demarcación entre “decentes” y “corruptos”. Excelente idea, estaba pensando en su rival por la Alcaldía. Pero mirado en el ancho Perú, ¿saben cómo se lee tal estigma? Pues simplemente, “todos son corruptos”, todos los que en algo tuvieron poder, todos menos Ollanta Humala. Eso, en otro país, sería un handicap, aquí es ventaja. Gracias a Lourdes, Humala ha dado otro paso hacia el sillón presidencial. Por lo demás, no vale la pena preguntarse si puede aparecer algún outsider. No hay que buscar muy lejos. Humala es, a la vez, el outsider y alguien ya de la clase política. Ambas cosas. Ese doble estatus lo beneficia. Lo que el país del hartazgo de los escándalos y el descontento ve en él, es un vengador. Las del año próximo, puede que sean las últimas elecciones.
Los autoritarismos suben con urnas, luego las suprimen. En fin, felices fiestas. Celébrenlas, puede que el próximo julio del 2011, el Perú tenga otro nombre, otra bandera. Y pase a ser una provincia caraqueña. Y no sé qué brazo levantaremos, si el izquierdo, el derecho, o acaso los dos. Como cuando te dan el alto.