Una vez más, el APRA dio una lección sobre la democracia que practican su jefe y sus dirigentes. En su reciente Congreso, los dirigentes fueron escogidos a través de una lista única y por votación a mano alzada. Aquella promesa de “un militante, un voto” fue flor de una tarde. Lejos y mudas estuvieron las bases.Gobernar democráticamente el país o una institución cualquiera es una deuda que nos tenemos en el futuro. Democracia en Perú sólo se entiende como elegir representantes cada cierto tiempo y nada más. Se considera al partido aprista como democrático porque participa en elecciones, pero el partido sólo es una estructura piramidal con un caudillo jefe del que todos dependen. En la vida cotidiana, sus dirigentes repiten los viejos modelos históricos que nacieron en tiempos coloniales con los hacendados dueños de tierras, de hombres y mujeres, con los padres de familia todopoderosos, con el ejército de jefes para todo, con la Iglesia Católica y el dominio de sus jefes en nombre de su Dios, y con las pocas escuelas y una Universidad. Después, en tiempos republicanos, se multiplicaron las escuelas y Universidades y surgieron los partidos políticos entendidos como haciendas de nuevo tipo. El modelo sigue vivo y coleando. Parecía que los llamados “cuarentones” eran portadores de algunos aires de cambio. Se diluyeron sus secretas y pequeñas o grandes exigencias, porque fue más importante el acuerdo entre cúpulas para repartirse los puestos de dirección y de participación en las elecciones próximas. Probablemente, los nuevos líderes no se sintieron suficientemente fuertes para desafiar el orden establecido y prefirieron “salvar la unidad” impuesta por el jefe Alan García que ocupa la plaza de jefe dejada por Haya, aceptando nuevas secretarías inventadas en el momento. Lo ideal sería que en el APRA -y en todos los partidos que padecen de los mismos males, matices más, matices menos- se elija a dirigentes y a candidatos por voto universal y secreto, con cuatro pequeñas reglas de juego: 1, mandar obedeciendo, propuesta zapatista que quiere decir algo muy sencillo: los dirigentes se limitan a cumplir los encargos de las bases; 2, un militante un voto, sin Congreso ni mediaciones, y con una vigilancia en serio de un organismo como la ONPE; 3, no reelección, y 4, revocación del mandato de quienes no cumplen los encargos de las bases. Por ese camino, caudillos y aprendices de caudillos tendrían los días contados, las llamadas bases tendrían vela en el entierro y dejarían de estar pintadas en las paredes, y no tendríamos paquidermos con cuarenta años en el Congreso, dispuestos a vender sus almas para no perder sus privilegios y prebendas. Dentro de un esquema organizativo como el que acabo de señalar, sería posible discutir ideas, programas y propuestas para cambiar el mundo. En el último Congreso aprista no se discutió de idea o propuesta alguna. Reprodujeron su misma pobreza intelectual de los últimos cincuenta años.