Elogio del desmemoriado A. Álvarez Rodrich
El fácil olvido es la mejor arma para robar en la política.
Nuestra política sigue dando la sensación de inmundicia porque varios de sus miembros –sin distingo de partido o ideología– actúan como pirañitas insaciables que usan el poder para llenarse el bolsillo, lograr beneficios indebidos, lanzar negocios de alcantarilla, representar intereses privados ilícitamente, o privilegiar al amigo, entre otras formas de saqueo viables por la alta tolerancia a la corrupción y por la poca memoria de los peruanos.
Desde los visitantes a la suite del pirata dominicano que buscaban la prebenda o financiar su campaña, hasta los mantenidos de Alas Peruanas, el gobierno actual es un ejemplo lamentable pero que no posee el monopolio de la suciedad.
Un caso reciente, por lo patético y obvio de la falta, y por el descaro para encubrirla por casi toda la comunidad política, es el de Luis Alva Castro.
Luego de que hace poco se revelara que, como presidente del Congreso, autorizó un bono mensual a un grupo de trabajadores allegado a él, ahora se conoce el insólito financiamiento de un show de la artista Fabiola de la Cuba.
Hasta la eventual buena intención de esa decisión no puede evitar el reconocimiento de que esto es, sin duda, un delito, pues no se puede usar el dinero público para fines privados sin una estructura legal que lo autorice de acuerdo con procedimientos establecidos como, por ejemplo, un concurso público.
Salvando las distancias, entre los US$ 15 mil entregados por Alva Castro a De la Cuba, y los US$ 15 millones otorgados por Alberto Fujimori a su compinche Vladimiro Montesinos con el camuflaje de una falsa ‘CTS’, la modalidad se parece con la diferencia de los tres ceros más a la derecha.
Peor ha sido la reacción de Alva Castro –en la práctica, una confesión sincera– al solicitar el descuento del regalo de sus ingresos futuros como parlamentario, pues la devolución de la ‘merca’ no limpia el delito, como bien debiera conocer alguien con tanta experiencia en el sector público como él.
Pero mucho más grave que todo eso es el respaldo cómplice del Consejo Directivo del Congreso, que ha decidido limpiar a su presidente. Nunca más otorongos que ahora.
Lo hacen porque asumen, con acierto, que el peruano es desmemoriado.
Quizá por eso el presidente Alan García ha dicho, con el fin de minimizar el entuerto de Alva Castro, que “hay problemas en el Parlamento que son momentáneos. Dentro de quince años, nuestros hijos, quienes son el futuro, no se acordarán de esos incidentes”. Tiene razón.
¿Qué les dirán estos señores a sus hijos, dentro de quince años, cuando les pregunten cómo forjaron la herencia que recibieron?