domingo, 23 de mayo de 2010

Estados Unidos recupera la salud

Estados Unidos recupera la salud
Mayo 2010

por Olivier Appaix*

Historia de una reforma mal encarada

Olivier Appaix*
La batalla política duró más de un año.
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Estuvo a punto de hundir la presidencia de Barack Obama.
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Pero, finalmente, a fines de marzo de 2010, la ley fue promulgada, ampliando la cobertura por enfermedad a 32 millones de estadounidenses, de los 50 millones desprovistos de seguridad social (o sea, una sexta parte de la población).
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Ya era hora. Un estudio de la Universidad de Harvard evaluó en 45.000 el número anual de decesos imputables a una insuficiente cobertura médica (1).
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Desde este año, los niños serán los principales beneficiarios de las disposiciones de este texto de 2.700 páginas, pero los adultos deberán esperar al año 2014 para poder aprovecharlas.
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Estas disposiciones implican especialmente la obligación de contratar un seguro, y cualquier rechazo será sancionado con una multa.
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Inspirándose en la ley aprobada en Massachussets en 2006, la reforma está dirigida a proteger a los ciudadanos de las dudosas prácticas de las compañías de seguros que rechazan hacerse cargo de los gastos si “descubren” antecedentes de la enfermedad en el asegurado.
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En cuanto al acceso obligatorio al seguro, será financiado mediante créditos impositivos.
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La cobertura del programa público Medicaid (que se hace cargo de los más pobres y de los discapacitados) se ampliará; pero los pagos para Medicare, el programa destinado a los que tienen más de 65 años, serán progresivamente reducidos.
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Los “trou de beignet” (sobreprecios) –con esa expresión se designa, desde 2006, el hecho de que el poder público no se hace cargo de los gastos para la salud ubicados en la franja entre 2.850 y 6.440 dólares anuales–, deberían desaparecer.
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Finalmente, a partir de ahora, los ingresos más elevados (250.000 dólares netos para una pareja; y 200.000 dólares para una persona sola) estarán sometidos a contribuciones.
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He aquí una promesa del candidato Obama cumplida.
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La ley debería provocar una moderación en el aumento de los costos. Los enfermos seguros de que van a ser reembolsados, no dudarán más en acudir a los servicios de cuidados ambulatorios desde la aparición de los síntomas; el temor de sufrir graves daños financieros lleva, en efecto, con demasiada frecuencia… a la sala de urgencias, la famosa “ER” (Emergency Room), en general superpoblada. Como en la serie televisiva, no es infrecuente pasar varios días en una cama en un corredor.
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Un cambio de actitud como el buscado debería reducir los riesgos de complicaciones y, por lo tanto, de los gastos que suponen. Sin embargo, resulta difícil anticipar las consecuencias financieras a mediano y largo plazo.
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Fracaso del bipartidismo
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Como se sabe, en la atención de la salud siguen siendo fuertes las desigualdades entre los ricos y el resto de la población, y entre los Estados: en Massachussets, en 2007-2008, el 5% de los habitantes no tenía cobertura social, contra el 25% en Texas.
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Los no asegurados –trabajadores independientes, empleados de pequeñas empresas y sus familias– son principalmente personas de bajos ingresos pero no lo suficientemente pobres como para estar cubiertos por Medicaid. Dadas las tarifas de las pólizas de seguros, exorbitantes y en alza permanente desde hace 10 años (+131% en promedio) (2), el tener empleo no garantiza poder tener un seguro de salud. Una familia de cuatro personas debe pagar cerca de 1.200 dólares por mes (alrededor de 900 euros), lo que lleva a algunos, sobre todo entre los jóvenes activos, a apostar a su buena salud.
En el conjunto de Estados Unidos, en 2007, el 62% de las quiebras personales fueron provocadas por gastos en cuidado de la salud (3). Sin embargo, el 78% de las personas involucradas había contratado un seguro de salud. Pero esto no protege contra las consecuencias financieras de una afección grave. Las negativas a hacerse cargo de los gastos son moneda corriente, ya sea porque las aseguradoras juzgan el tratamiento inadecuado (sin tener que justificarlo), ya sea porque invalidan el contrato con el pretexto de que había algún antecedente médico.
La calidad de la atención médica no siempre es buena (4). Los exámenes invasivos, como la radioscopia, se multiplican, bajo la presión de médicos incitados a prescribir siempre más, por razones financieras (5) y también por el temor a un error médico o a una “mala práctica” que pueda arruinarlos. Los procesos se multiplican, con indemnizaciones tan elevadas que la administración Bush trató de ponerles un techo.
Aunque el cuerpo médico ofrece prestaciones de gran calidad para los “cuidados extremos” (urgencias, primeros auxilios, procedimientos para los casos difíciles o críticos), no ocurre lo mismo con las prestaciones corrientes. El médico clínico tiende a desaparecer; los pacientes están mal controlados, en particular cuando sufren de diabetes o de enfermedades cardiovasculares. Y, sin embargo, el sistema estadounidense sigue siendo, por lejos, el más costoso del mundo.
Apelando a una solución no partidaria, el candidato Obama hizo de la lucha contra esas profundas desigualdades su objetivo principal de política interna. Fue en el Congreso donde apareció la difícil tarea de elaborar un plan minucioso. Y que tuviera dos condiciones principales: ningún crecimiento del déficit presupuestario; y ningún aumento de impuestos para los hogares con ingresos inferiores a 250.000 dólares anuales.
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“Si de entrada hubiéramos tenido un procedimiento detallado de definición de objetivos, todo habría sido más fácil”, constata el senador Jeff Bingaman, demócrata de Nuevo México.
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De hecho, un verdadero circo mediático y político estuvo a punto de llevar las cosas al mismo desastre que en 1993-1994. Los planes y cláusulas particulares se multiplicaron tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado.
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Los debates se hicieron eternos, especialmente respecto de si las aseguradoras subvencionadas por el Estado federal tomarían o no a su cargo los abortos, a pesar de que, desde 1976, la enmienda Hyde le prohíbe financiar la interrupción voluntaria del embarazo.
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Sin embargo, Obama esperó meses para poner en juego su capital político. Recién volvió a aparecer en el centro de la escena a fines del verano de 2009; y recién en febrero de 2010 fue presentado el primer “plan” gubernamental. Su demostrada voluntad de bipartidismo no tuvo efectos, ya que ningún representante republicano apoyó su propuesta. Para el partido de la oposición, el “big government” trata de adueñarse de una parte importante de la economía privada, se arroga el derecho de decidir si hay que “desconectar a la abuela”, y todo esto profundizando los déficits. Sin embargo, según la Oficina de Presupuesto del Congreso (CBO) de Estados Unidos, cuyos análisis gozan de respeto, en un cierto plazo, la reforma del sistema de salud reducirá de manera significativa los gastos del Estado.
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Ante la insubordinación, el presidente trató de volver a centrar la atención del Congreso en las desviaciones de las compañías de seguros. Pero incluso la idea de crear un competidor público de las compañías privadas con el fin de inducir una moderación en los precios fue rechazada por el Senado. Evidentemente, el considerable peso de los grupos de influencia no es ajeno a esto, ya que desempeñaron un papel importante en la redacción de la ley, gracias a gastos de lobby nunca alcanzados hasta entonces en la historia legislativa estadounidense: 486 millones de dólares (363 millones de euros) en 2008 y 544 millones (407 millones de euros) en 2009 (6).
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La industria farmacéutica financió su apoyo a través de su sindicato, Pharmaceutical Research and Manufacturers of America, que aceptó un esfuerzo de reducción de los precios (80.000 millones de euros en 10 años) contra la prolongación de la prohibición de importar medicamentos y la garantía de una mayor protección de sus derechos de propiedad intelectual. Aunque su principal asociación profesional –la American Medical Association– se opone a cualquier regulación, los médicos se unieron al proyecto, principalmente porque están muy descontentos con las prácticas de las aseguradoras. Éstas últimas, en cambio, mantuvieron su oposición al hecho de que la ley les prohíbe rechazar a un enfermo a causa de una condición “preexistente” suceptible de provocar la enfermedad.
En definitiva, esta reforma no cuestiona los temas fundamentales. A pesar de las violentas protestas del Partido Republicano y de los ultraliberales, la ley del mercado sigue rigiendo el acceso a la atención médica. Las fenomenales diferencias de precio por un mismo acto –según quien sea el asegurador, el tipo de establecimiento de salud y la posesión o no de un seguro– van a subsistir. Por ejemplo, una internación en el hospital de la Universidad de Duke, en Carolina del Norte, se factura ocho veces más cara a una persona no asegurada que a una que tiene seguro.
Y, siguiendo el ejemplo del sistema existente en Massachussets, la ley federal incluso amplía el mercado de los seguros privados, desde el momento en que obliga a todos a contratar una póliza. Estos ingresos suplementarios van a reforzar el poder de empresas que ya son en parte responsables del gigantesco costo de la salud.
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Los gastos seguirán poco controlados, aunque los economistas estiman que un tercio de ellos no sirve para nada. Sobre la cuestión de las “bolsas” previstas en cada Estado (discrecionalmente) con el fin de poner esos planes en competencia ante las personas que carecen de cobertura, la experiencia de Massachussets hubiera debido alertar a Washington: aunque la tasa de cobertura actual es allí del 97%, no se ejerce ningún control sobre el costo de la atención médica ni sobre el de las pólizas, y lo que hay es una lucha de todos contra todos.
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En abril, el Connector, la bolsa de este Estado, rechazó la mayor parte de las propuestas de las compañías que pretendían aumentar sus tarifas del 8% al 32% (de una punta a otra del país se habían anunciado aumentos del 40% y más en las semanas anteriores al voto de la ley federal).
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El maquis del sistema de salud no se volverá más comprensible para los ciudadanos por mucho tiempo. Si bien la equidad en el acceso a los cuidados de salud progresa un poco, su muy mala relación costo-eficacia permanece inalterada. n
1 Andrew P.Wilker (bajo la dir. de), “Health insurance and mortality in US adults”, American Journal of Public Health, Birmingham, diciembre de 2009.
2 Kaiser Family Foundation, septiembre de 2009.
3 Estudio de la Universidad de Harvard citado por Business Week, Nueva York, 4-6-09.
4 Un estudio de 2008 realizado por el Commonwealth Trust (publicado en el British Medical Journal) clasificaba en último lugar a Estados Unidos en la calidad de la atención médica entre los diecinueve paises industriales avanzados estudiados.
5 Bruno Palier, La Réforme des systèmes de santé, Que sais-je?, París, nueva edición en 2009.
6 “Federal lobbying climbs in 2009 as lawmakers execute agressive congressional agenda”, Center for Responsive Politics, 12-2-2010; www.opensecrets.org

¡Basta ya!

Basta ya!
mayo/2010

Por Nelson Manrique

Aparentemente la podredumbre que envuelve al gobierno aprista –que hasta aquí ha tenido un gran éxito neutralizando los intentos de combatir la corrupción que carcome a la administración pública– ha generado finalmente una reacción saludable en el cuerpo social peruano. Con muy pocos días de separación se han producido dos pronunciamientos trascendentales, que constituyen un síntoma de que algo nuevo y esperanzador empieza a gestarse por fuera de los canales institucionales de la política, que a estas alturas son el problema y no parte de la solución.
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El primer pronunciamiento se titula “Recuperemos la ética pública. La corrupción afecta a los más necesitados” y lo ha emitido la Conferencia Episcopal Peruana, la representación de los obispos del Perú y la máxima autoridad de la Iglesia. Los obispos señalan cómo la corrupción constituye un ataque contra los intereses de la nación, y especialmente contra los más pobres, y se aúna a la demanda ciudadana de luchar decididamente contra flagelo, emplazando al gobierno a tomar medidas concretas para enfrentarlo.
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El segundo pronunciamiento es obra del grupo Ciudadanos de Segunda Categoría (CSC), así designado aludiendo al trato otorgado por Alan García a quienes cuestionan la corrupción institucionalizada y la captura del Estado por intereses privados.
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Su pronunciamiento, titulado “¡Basta ya de corrupción! ¡Recuperemos nuestro país!” (La República, 16/5/10), ha sido suscrito por varios colectivos gremiales, artísticos, étnicos, políticos y por centenares de ciudadanos de las más variadas actividades y procedencias (las adhesiones se reciben en ciudadanosdesegunda@yahoo.com). CSC señala que la corrupción tiene su origen en las más altas esferas del poder, actuando en asociación con “malos empresarios”, y es amparada por las entidades del Estado, contando con el aval del presidente Alan García, quien, a pesar de sus discursos de lucha contra la corrupción, protege a los corruptos y asegura su impunidad.
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La sucinta revisión que CSC realiza de los casos de corrupción más destacados es suficiente para mostrar la gravedad del mal: petroaudios, Business Track, Alas Peruanas, malbarateo de nuestras reservas de gas, Comunicore, presupuesto del Metropolitano, peajes del Callao, “faenones” de Del Castillo y Hernán Garrido Lecca, robo de 20 toneladas de documentos de los archivos del Ministerio de Salud, luego de la salida de este último del ministerio –a quien se señala adicionalmente interviniendo en el caso de los cementeros mexicanos–, tráfico de tierras de Cofopri por funcionarios apristas, negociados con productos de primera necesidad, y un largo etc.
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A la lista deberemos sumarle esta semana el blindaje que el Congreso ha otorgado a Carlos Raffo, Luis Castañeda Lossio y Miro Ruiz, amparándolos y enviándonos el mensaje de que la ley es para los ciudadanos de segunda pero no para los compadres de la rosca. Estamos notificados.
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Estoy en Huancayo y constato que la campaña electoral marcha viento en popa. La tradicional Plaza Huamanmarca está ocupada íntegramente por las instalaciones de un “Hospital de la Solidaridad”, que propagandiza el nombre del Dr. (?) Luis Castañeda Lossio. Unas pocas cuadras más allá –muy cerca de “Baby’s House, el palacio de la estimulación”– un panel propagandiza un “Multinet de la Solidaridad”, siempre luciendo el nombre del gran benefactor. Bienvenidas las iniciativas solidarias, a condición de que el filántropo utilice su plata para dar rienda suelta a su incontenible emoción social. Pero cuando los fondos de la Municipalidad de Lima se utilizan para apuntalar la campaña presidencial de Luis Castañeda estamos ante un nuevo caso de corrupción, que habrá que añadir a la lista.
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La corrupción finalmente ha terminado siendo reconocida por los ciudadanos como el problema más grave de la nación, como lo atestiguan todas las encuestas recientes. Los pronunciamientos que se están produciendo constituyen una reacción orgánica contra esta infección que está pudriendo el tejido social. No hay ninguna razón por la que tengamos que resignarnos a que cuatro pillos nos secuestren el país.
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Ha llegado la hora de movilizarse.

Filosofía alanista

Dom, 23/05/2010
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Por Fernando Rospigliosif
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El presidente Alan García no solo cambió el populismo por la ortodoxia económica. Ahora ha adoptado una nueva filosofía: obras y más obras.
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Entre los varios cambios que experimentó Alan García respecto a su primer gobierno (1985-90), el que más ha sido destacado es, sin duda, el abandono del populismo y su reemplazo por la ortodoxia.
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García atribuye el desastre en que terminó su gestión a la hiperinflación y al empobrecimiento general del país provocados por su política económica heterodoxa. Ahora ha actuado cuidadosamente en este campo, para lo cual ha puesto al frente del Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central de Reserva a técnicos liberales y políticamente independientes.
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Sabe perfectamente que sus compañeros de partido –los que manejaron la economía en su primer periodo– son ineptos y obsecuentes.
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Pero otro cambio importante, que no ha sido relevado, es la concepción de la política que ha asumido García en el ocaso de su carrera. Finalmente, ha adoptado las ideas simplistas y estrechas de dictadores como Manuel Odría y Alberto Fujimori.
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Obras y no palabras
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El sábado 15, en una inauguración en San Juan de Miraflores, expresó con toda claridad su nueva filosofía (y la del aprismo, por consiguiente):
“Al pueblo no le interesa más que la obras, y no los discursos ni las discusiones en las tribunas y el Congreso. Al pueblo no le interesan los titulares de escándalo, sino saber quién le da luz, asfalto, quién le mejora su barrio y le presta para hacer su casa.
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Esa es la verdadera política social y popular”. (“Presidente García pide abrir paso a las obras y dejar de lado la politiquería”, Andina, 15.5.10).
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No hay ningún lapsus ni error. Esa es la idea que tiene hoy García de la política, idea que viene expresando desde hace algún tiempo y que es coherente con su actuación cotidiana.
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“Al pueblo no le interesa más que las obras”, recalca el presidente. No es que también le interesen las obras, sino eso es lo único que le interesa. Eso es lo que cree el García del siglo XXI.
Paternalismo y clientelismo
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Al pueblo le interesa “saber quién le da”. Otra idea clave que se complementa enteramente con la actitud de amplios sectores populares acostumbrados a pedir, a extender la mano y recibir.
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El patrón le da, el vasallo o cliente recibe.
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El presidente, el gobierno, no son representantes del pueblo para administrar y gestionar los recursos del Estado que provienen de los impuestos que pagan los ciudadanos. Son patrones que mandan y disponen de los bienes públicos como les da la gana.
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Si son buenos, le dan al pueblo lo que más agradece, obras.
Roba pero hace obra
“Al pueblo no le interesan los titulares de escándalo”, dice García.
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Se refiere, obviamente, a las denuncias de corrupción de las últimas semanas. En realidad, a los escándalos que han jalonado todo su gobierno.
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García ha hecho enteramente suya la extendida percepción de que todos los políticos son ladrones y que, por tanto, son mejores los que roban y hacen obra que los que roban y no hacen nada.
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Naturalmente, no se puede esperar una política anticorrupción de un gobierno corrupto que cree que ese es un tema que no le importa al pueblo sino a un puñado de excéntricos caviares, y que por tanto no tiene importantes implicancias políticas y electorales.
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Para que no quede duda alguna, lo reiteró varias veces en ese discurso:
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“Esa es la política que predicamos, es la política de obras, el lenguaje de obras. Basta ya de palabrería y politiquería. Abran paso a las obras que es lo que quiere el pueblo y por lo que vota el pueblo”. (Andina, 15.5.10).
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La única política es la de las obras, el resto es palabrería y politiquería. El pueblo vota solo por las obras. ¿Quedó claro?
Reformas al tacho
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Por supuesto, en una concepción de la política como la de Alan García
no cuentan cosas como por ejemplo las reformas institucionales. Cambiar el Poder Judicial, la educación, las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional, no son obras tangibles, que la gente vea.
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La calidad de la educación, la seguridad ciudadana, una justicia honesta e imparcial, son extravagancias y ridiculeces de caviares, politiquería insustancial, palabrería aburrida.
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Lo que importa es el cemento, el asfalto, lo que se ve y permanece.
Por los siglos de los siglos
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“Las palabras y los insultos de los políticos se los lleva el aire, nadie se acuerda, pero el cemento la obras, la casa esa se queda por decenios y a veces por siglos”. (Andina, 15.5.10).
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Así, García espera pasar a la historia y ser recordado por los peruanos por sus obras, no por la incompetencia y la corrupción que han caracterizado sus dos gobiernos.
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Por eso también, su alianza con el fujimorismo está anclada en una concepción similar de la política, no solo en necesidades tácticas