Los monos traicionados
Vie, 12/03/2010 - 05:48
Los monos no sólo son nuestros lejanos ancestros sino que pueden aportar algo en el terreno de la moral. Y más en un contexto tan penoso como el actual en el que algunos de los que encarnan la corrupción que azotó al país en los 90 circulan muy orondos y hasta postularán a las elecciones municipales o pretenden un canal de TV. Grave cosa. ¿Qué es la ética? ¿Qué reglas vulneran –además de la ley– aquellos que se ubican en las antípodas de la moral pública?
Tito Hurtado en Perú XXI de hace cuatro años –“El mono humanista”–rescató de Kautsky un libro sobre el origen de la ética publicado en Alemania en 1906 (Ética y concepción materialista de la historia). La conclusión a la que se llega es que los corruptos endémicos constituyen una suerte de regresión biológica en la evolución de las especies. Es decir, no sólo el Código Penal sino el ADN de los simios es retado.
Kautsky encontró en Darwin el origen de la ética. Al vivir todos los monos en grupo, necesitaron que sus miembros cumplan reglas sociales de altruismo y solidaridad. Así, reglas cuasi universales como las de no robar, no matar y no mentir son, digamos, datos genéticos, heredados de los monos. “Nuestra ética –dice Hurtado– bajó de los árboles, no del cielo”. La “evolución” expresada en los humanos sería el intento de proyectar esas reglas más allá de la horda o grupo al que se pertenece.
Esto no funcionó ni funciona, sin embargo, en algunos descendientes de los primates que no creyeron en el ama sua andino e hicieron de la apropiación de lo ajeno un hábito. Especialmente desde el poder, como lo hemos visto en tanto “vladivideo”. Si la evolución de la moral de los árboles fuese generalizada, la sociedad estaría imbuida de un componente genético que la inclinaría al altruismo, honestidad y respeto recíproco. El “consuelo” es que aun los peores humanoides tienen reglas dentro de su horda. Los integrantes del crimen organizado saben que hay pautas en relación a su propio grupo que tienen respetar; igual pensaban–y así actuaban–quienes en los 90 se fagocitaron el erario nacional, frecuentaban la “salita del SIN” o articulaban grupos paramilitares.
Monos eran, pues, a su manera pero prescindiendo de toda pretensión evolutiva más allá de su horda. No todos dieron el salto.
Ahora, “bien caleta”, algunos de los que tienen pesadas deudas con la sociedad –y que tendrían que guardar al menos discreto anonimato– pretenden ser candidatos. Acaso en la indispensable cruzada por la decencia una sistematización de cómo empezaron las cosas, allá por las ramas, ayudaría a la ciudadanía a no pisar de nuevo la misma piedra para no apoyar opciones regresivas en la evolución de la especie.
Vie, 12/03/2010 - 05:48
Los monos no sólo son nuestros lejanos ancestros sino que pueden aportar algo en el terreno de la moral. Y más en un contexto tan penoso como el actual en el que algunos de los que encarnan la corrupción que azotó al país en los 90 circulan muy orondos y hasta postularán a las elecciones municipales o pretenden un canal de TV. Grave cosa. ¿Qué es la ética? ¿Qué reglas vulneran –además de la ley– aquellos que se ubican en las antípodas de la moral pública?
Tito Hurtado en Perú XXI de hace cuatro años –“El mono humanista”–rescató de Kautsky un libro sobre el origen de la ética publicado en Alemania en 1906 (Ética y concepción materialista de la historia). La conclusión a la que se llega es que los corruptos endémicos constituyen una suerte de regresión biológica en la evolución de las especies. Es decir, no sólo el Código Penal sino el ADN de los simios es retado.
Kautsky encontró en Darwin el origen de la ética. Al vivir todos los monos en grupo, necesitaron que sus miembros cumplan reglas sociales de altruismo y solidaridad. Así, reglas cuasi universales como las de no robar, no matar y no mentir son, digamos, datos genéticos, heredados de los monos. “Nuestra ética –dice Hurtado– bajó de los árboles, no del cielo”. La “evolución” expresada en los humanos sería el intento de proyectar esas reglas más allá de la horda o grupo al que se pertenece.
Esto no funcionó ni funciona, sin embargo, en algunos descendientes de los primates que no creyeron en el ama sua andino e hicieron de la apropiación de lo ajeno un hábito. Especialmente desde el poder, como lo hemos visto en tanto “vladivideo”. Si la evolución de la moral de los árboles fuese generalizada, la sociedad estaría imbuida de un componente genético que la inclinaría al altruismo, honestidad y respeto recíproco. El “consuelo” es que aun los peores humanoides tienen reglas dentro de su horda. Los integrantes del crimen organizado saben que hay pautas en relación a su propio grupo que tienen respetar; igual pensaban–y así actuaban–quienes en los 90 se fagocitaron el erario nacional, frecuentaban la “salita del SIN” o articulaban grupos paramilitares.
Monos eran, pues, a su manera pero prescindiendo de toda pretensión evolutiva más allá de su horda. No todos dieron el salto.
Ahora, “bien caleta”, algunos de los que tienen pesadas deudas con la sociedad –y que tendrían que guardar al menos discreto anonimato– pretenden ser candidatos. Acaso en la indispensable cruzada por la decencia una sistematización de cómo empezaron las cosas, allá por las ramas, ayudaría a la ciudadanía a no pisar de nuevo la misma piedra para no apoyar opciones regresivas en la evolución de la especie.