viernes, 2 de julio de 2010

Entre la oscuridad y la esperanza

Entre la oscuridad y la esperanza Temas:

Por: Mauricio Torres Tovar

El desafío que impone esta nueva época es grande. Tal vez el mayor que hayamos tenido que enfrentar en nuestra historia.
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Nos agrede y sufrimos un orden que está mal, que hace daño y que no sirve, eso lo sabemos y lo decimos con fuerza.
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No solamente están a riesgo nuestras culturas, nuestras comunidades, nuestros pueblos y familias. Es peor, la vida misma corre el riesgo de ser destruida por la ceguera de quienes se han equivocado y utilizan el mayor poder de la historia para convertir en mercancía todo lo que existe a través de su Proyecto de Muerte.
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Mandato Indígena y Popular de la Minga por la Vida, la Justicia, la Alegría, la Libertad y la Autonomía. Cali (Colombia), septiembre de 2004 En el Primer Foro Social Mundial de Salud realizado en el pasado mes de enero en Porto Alegre, la Asociación Latinoamericana de Medicina Social (Alames) y la Plataforma Interamericana de Derechos Humanos, Democracia y Desarrollo dimos a conocer un Informe sobre el Derecho a la Salud en América Latina, elaborado en el marco de la Campaña “Por el derecho a la salud en América Latina: sistemas públicos y universales de salud”.
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Este Informe permite evidenciar de un lado las múltiples desigualdades e inequidades que se viven en el continente latinoamericano, expresadas en grandes violaciones al derecho a la salud, profundizadas por la orientación dada a comienzos de la década del 90 por los organismos multilaterales para estructurar los servicios de salud desde una lógica de mercado.
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Pero, de otro lado, también evidencia los logros de las experiencias locales y nacionales, que como la cubana, la brasileña y la venezolana demuestran que sí es posible avanzar en la garantía del derecho a la salud para la población del Continente.
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Hoy en América Latina hay dos grandes tendencias de políticas de Estado en Salud, que a su vez generan dos grandes tendencias de la situación sanitaria en el Continente:
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una, que entiende la salud como un bien privado y la incorpora en la esfera de los mercados privados de salud, con marcado énfasis en la atención a la enfermedad, marginando los aspectos de salud pública, promoción y prevención, y que genera impactos sanitarios negativos en la población.
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La otra, parte del reconocimiento de las necesidades sanitarias de la población, reconoce la salud como derecho humano y busca su garantía a través de la estructuración de Sistemas Nacionales de Salud Públicos y Universales, tiene un énfasis en la promoción y la prevención, y consigue logros sanitarios positivos.
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La primera tendencia de política de salud es hegemónica en el Continente, impulsada desde comienzos de los 90 por los organismos financiadores internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional), a partir de la orientación neoliberal de reducción de los Estados y el fortalecimiento de los mercados como mecanismo fundamental para el impulso al desarrollo de las naciones.
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En este sentido, en su Informe Mundial en 1983, el Banco Mundial propuso avanzar en la reforma de los servicios de salud en cuatro estrategias referidas al:
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i) cobro de tarifas a los usuarios de servicios estatales;
ii) provisión de seguros frente a los riesgos económicos, relacionados con la atención médica,
iii) empleo eficiente de recursos no gubernamentales, y
iv) descentralización de los servicios gubernamentales.
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De tal suerte que la salud empezó a ser vista como un bien privado de consumo al satisfacer necesidades individuales por las cuales la persona está dispuesta a pagar, y cuya razón se debe dejar al pago individual y distribuirse el bien mediante las reglas de mercado, incorporando a quienes carecen de capacidad económica a través de la focalización de los subsidios.
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Este mandato fue acogido y desarrollado en un primer momento con la reforma del sistema de salud chileno a comienzos de los 80, en la que se crearon las ISAPRES, y luego, a comienzos de los 90 en Colombia, creando las EPS. Estos dos modelos, y más centralmente el modelo colombiano, al entender y desarrollar mejor las orientaciones de mercado, han sido un molde ‘adecuado’ para el conjunto de reformas en salud que se impulsan en el Continente.
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De otro lado, desde una postura contrahegemónica, hay países americanos que desarrollan otra orientación de su política de salud y resisten el embate de la orientación de las reformas inspiradas en los organismos internacionales. En esta perspectiva se defiende la salud como derecho humano y bien público, responsabilidad central del Estado, y se asegura su financiación por la vía de los impuestos generales y las cotizaciones de los trabajadores formales, y se redistribuye en la prestación de servicios con un sentido de universalidad.
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Los casos más emblemáticos en esta orilla del modelo garantista en salud son los de Cuba y Brasil, y más recientemente el de Venezuela, además de múltiples experiencias de orden municipal (actualmente se pueden resaltar las experiencias del México D.F., Bogotá y Rosario). En un intento de síntesis de los puntos centrales que orienta cada una de estas dos políticas de salud, se pude esquematizar (Ver cuadro). En relación a los efectos que han traído estas políticas en el Continente, se pueden destacar los siguientes aspectos:

La propuesta neoliberal ha hecho que la salud se comprenda como un bien privado de consumo, que opere con las lógicas del mercado, lo que produce exclusiones e inequidades propias del mercado. Hay una salud para ricos (medicina privada), una salud para sectores asalariados (aseguramiento) y una salud para pobres (redes públicas de salud).
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En este aspecto, el modelo de gestión del riesgo ligado al aseguramiento juega un papel clave en la configuración de las actuales reformas en salud. Se puede decir que efectivamente se han incrementado las tasas de cobertura del aseguramiento, pero se han reducido las de acceso real a los servicios.
Acá se hace necesario diferenciar entre aseguramiento y acceso real a los servicios. La lógica de mercado produce una serie de barreras administrativas, económicas, geográficas y culturales para el acceso a los servicios, como mecanismos para el aumento de las utilidades del actor de mercado más beneficiado: las aseguradoras privadas.

Los campos de la salud pública y la promoción de la salud han sido marginados y disminuidos en su potencial transformador de la situación de salud de los pueblos latinoamericanos. Esto obedece a la lógica de mercado que los sitúa en el campo de las externalidades y los asigna como responsabilidad central de un Estado que se debilita paulatinamente. En la lógica de mercado, promocionar y prevenir la salud no es rentable; el negocio está en la venta de servicios individuales de atención a la enfermedad.
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Este modelo es homogeneizante, y no reconoce diferencias en términos de territorio, clase, etnia, género y diversidad sexual. Por ejemplo, son marginales los problemas básicos relacionados con la salud de las mujeres en el ámbito de la salud sexual y la salud reproductiva.
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Por último, es evidente que las políticas neoliberales de acuerdos comerciales refuerzan la onda privatizadora en el sector salud. Los TLC que se han suscritos por parte de México y Chile con Estados Unidos evidencian sus negativos efectos sanitarios, especialmente en relación con el tema de medicamentos por vía de los derechos de propiedad intelectual. De seguirse firmando los TLC y de concretarse el Alca, la disminución en acceso a medicamentos esenciales por parte de la población latinoamericana empeorará su situación de salud.
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Desde la orilla de las políticas de salud garantistas se desarrolla la estrategia de Atención Primaria en Salud, apuesta mundial hecha en 1978 en Alma Ata (Kazajstán), como forma central para lograr salud para todos y todas, a través de la cual se acercan los servicios de salud a las comunidades y se rompe con barreras de acceso, al constituirse en la puerta de entrada de la población al sistema de salud.
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Estas experiencias muestran cosas muy positivas:
1) reconocimiento de la salud como derecho social y como bien público establecido constitucionalmente;
2) sistema de salud público, solidario, que cubre a toda la población;
3) resistencia a la privatización de los servicios de salud;
4) logros con la expansión de las APS, con alta capacidad resolutiva y a menores costos;
5) resultados positivos de salud.
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En términos de los resultados sanitarios que genera el modelo neoliberal, utilizamos el caso colombiano, dado que ha sido mostrado como el ejemplo por seguir en el conjunto de las reformas sanitarias (Informe de Salud año 2000, OMS), para evidenciar sus efectos negativos en la salud de la población colombiana: No se logró la universalidad. La Ley 100 de 1993 estableció que para el año 2001 existiría cobertura en salud para toda la población; sin embargo, lo que se observa es que en el 2003, según cifras oficiales, el 38 por ciento de aquélla no estaba asegurado, tendencia que no ha mejorado en la medida en que el aseguramiento se soporta en el empleo formal, y en el actual escenario de desempleo e informalidad se hace cada vez más inviable.
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Lo privado se ha favorecido a costa de lo público. Uno de los efectos positivos más destacados por los defensores del modelo tiene relación con el incremento de los recursos financieros para el sector salud, que sin lugar a dudas es cierto; pero también es cierto que estos recursos sirven para enriquecer las arcas de las intermediadoras (aseguradoras), ya que un alto porcentaje de lo recaudado se dirige al componente administrativo y no al de promoción, prevención y atención, como corresponde (en el año 2000 se evidenció que los porcentajes de inversión de las EPS fueron del 50,2 por ciento para la prestación de servicios de atención, sólo el 3 para prevención y promoción, y más del 45 se fue hacia inversión de capital, infraestructura y patrimonio).
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El cambio central del esquema de financiamiento, pasando del subsidio de oferta (presupuestos históricos para los hospitales) al subsidio a la demanda (pago por facturación de servicios prestados), les exigió a las instituciones de la red pública generar sus propios recursos para sostenerse económicamente a partir de la venta de servicios, lo que acarreó un aumento de las dificultades económicas para la mayoría de instituciones, llevando a varias de ellas incluso al cierre total (la más reciente, el Hospital Universitario de Barranquilla), y perdiendo con ello un patrimonio nacional, construido con tesón y grandes esfuerzos de las comunidades.
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La salud de la gente se deterioró. La situación de salud debe ser el indicador adecuado para medir los impactos de una política de salud. El énfasis del modelo en la atención a la enfermedad redujo todo el componente de salud pública a un plan (PAB, plan de atención básica). Esto llevó a debilitar programas de promoción y prevención tan importantes como los relacionados con la prevención y atención a la fiebre amarilla, la tuberculosis y la malaria, enfermedades que se han incrementado en el país (en el período 1995-2000, la fiebre amarilla reportó un total de 21 casos; la tasa promedio anual de tuberculosis pulmonar fue de 12 por 100.000 y el promedio anual de casos de malaria llegó casi a los 100.000). El Programa Ampliado de Inmunizaciones (PAI) también se debilitó, reduciendo las tasas de cobertura de vacunación hasta niveles riesgosos, que de hecho generaron reemergencia de enfermedades infectocontagiosas. La cobertura de vacunación para 2000 con antipoliomiélitica era del 81,9 por ciento de los niños, la de BCG del 90,1 y la de triple DPT del 77,8.
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En 1989, las coberturas habían llegado hasta el 94 por ciento de la población. Hay que reconocer que indicadores como los de muertes maternas e infantiles registraron disminución en las tasas nacionales, pero, al analizarlas por regiones, las de zonas como Chocó y la Orinoquia siguieron teniendo cifras vergonzosas.
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Las desigualdades en salud se acentuaron. Los datos muestran que el sistema colombiano aumentó las inequidades en salud, es decir, que quienes más necesitaban menos recibieron, y quienes más tenían más recibieron. Por ejemplo, al desagregar la distribución porcentual del subsidio en salud por condiciones socioeconómicas, se encontró que el decil 1 (los más pobres) recibía el de 4,8 por ciento, mientras que para el decil 9 era del 12,8, y del 14 para el decil 10 (los más ricos).
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Al observar los denominados gastos de bolsillo se observaron también discriminaciones de índole económica, ya que mientras los hogares donde los jefes pertenecían a regímenes especiales gastan el 5,7 por ciento de su ingreso, los del régimen subsidiado gastan el 14, y el 12,4 los no afiliados (vinculados).
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En relación con el uso efectivo de los servicios de salud, las razones más frecuentes para no acudir a éstos tuvieron que ver con los costos que generaban, bien por las cuotas moderadoras y los copagos en el régimen contributivo, bien por el pago porcentual que se debía hacer del costo de los servicios en el régimen subsidiado. Se puede decir entonces que el modelo de salud, debido a que se orienta por la lógica del mercado, origina inequidades propias de su concepción, estableciendo diferencias de beneficios y calidad, al establecer salud para ricos (medicina prepagada), salud para trabajadores (régimen contributivo), salud para pobres (régimen subsidiado) y exclusión de un sector importante de la población (vinculados).
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Pensamos que la situación sanitaria de América Latina aquí descrita amerita, entre otras cosas:
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Una amplia denuncia de la situación de marginalidad, pobreza, enfermedad y muerte en el subcontinente latinoamericano.
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Una desautorización mundial a las políticas de salud impulsadas desde el BM, el FMI y la OMC, ya que existen evidencias suficientes para demostrar su ineficacia a la hora de abordar los problemas de inequidad en salud.
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En particular, es necesario abogar por acuerdos comerciales justos, que respeten el conjunto de tratados internacionales sobre el derecho a la salud y la Declaración de Doha.
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El respaldo a los gobiernos nacionales y locales que hacen esfuerzos por garantizar efectivamente el derecho a la salud. Aquí hacemos mención particular de la propuesta de Bogotá, que busca la garantía del derecho a la salud con el impulso de la estrategia de APS denominada Salud a su Hogar, en un marco nacional adverso.
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La necesidad de realizar, desde la sociedad civil, informes nacionales y regionales sobre la situación de salud, con el concurso y respaldo de organizaciones internacionales como MDM, en asocio con otras y con el Relator Especial para el Derecho a la Salud de las Naciones Unidas (en particular, dada la situación de Colombia, queremos solicitar a esta Asamblea que MDM impulse en conjunto con Alames y otras organizaciones sociales la realización de un informe de la situación de salud en el país).
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Hacer presencia en los principales escenarios de debate mundial, en particular en los escenarios del BM, el FMI, la OMC, la OMS y la OPS, para que desde ellos se presione un cambio en la orientación de las políticas de salud, y para que efectivamente se respeten los acuerdos universales consignados en declaraciones y tratados internacionales de derechos humanos, en los cuales se establecen las responsabilidades de los Estados que garanticen realmente el derecho al más alto nivel posible de salud física, mental y social de los pueblos.
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Reafirmar la consigna y los propósitos mundiales de salud para todos, reconociendo el valor de la estrategia de APS como base central de los sistemas de salud.
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Darles respaldo a las diversas expresiones de organización, resistencia y movilización social que se dan actualmente en Latinoamérica por la garantía del derecho a la salud.
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Finalmente, decir, como los indígenas colombianos, que la situación actual exige unidad, creatividad, inteligencia, solidaridad, compromiso, sacrificio y mucho trabajo, pero también mucha alegría y muchas ganas de vivir. Sabemos que solos no podemos y que nos necesitamos mutuamente para entender, para resistir y para crear un país, un continente y un mundo posible y necesario.
¡Estamos seguros de que otra salud en otro mundo es posible!

Espacios para una plena dignidad humana

Espacios para una plena dignidad humana Temas:

Por: Horacio Cerutti Guldberg

El siguiente texto es la parte sustancial de la Conferencia Magistral brindada por su autor al recibir el Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Varsovia (Polonia) el 20 de mayo de 2010.

“(…) siempre estamos (re)buscando el sentido de nuestras vidas.
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Para qué, por qué, cómo, dónde, de qué manera, hacia dónde vivir son preguntas obsesivas, las cuales pueden hasta agobiarnos. Y son típicas de los sobrevivientes, dado que eso somos también sin duda alguna: sobrevivientes.
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¿En qué contexto preguntamos hoy por el sentido?
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Admito que siempre el presente es complejo y hasta amenazador.
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Situados aquí, basta con revisar los mapas de Polonia en los últimos siglos. Aparece, en una primera aproximación, un país fugaz, con fronteras móviles en permanente desplazamiento, siempre amenazado y siempre reivindicando su autonomía nacional.
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Nociones del siglo pasado, como “corredor polaco” o “Lebensraum”, sugieren algo más acerca de aquello a lo que procuro referirme.
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Pero hoy, la situación tiene tintes quizás hasta más potencialmente dramáticos para Polonia, para Nuestra América y para todo el mundo en general.
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¿Será que nos aparece así por la información casi instantánea o, al mismo tiempo, por la desinformación que esa instantaneidad conlleva?
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No lo sé a ciencia cierta.
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Sólo una enumeración, sin orden cronológico y a manera de bosquejo acumulativo, puede ayudar a captar lo que pretendo sugerir: golpe de estado en Honduras, siete bases con presencia usamericana en Colombia, compra de equipo bélico por parte de Brasil a Francia, la IV Flota nuevamente por los mares de Nuestra América después de tres décadas, crisis financiera mundial, terremoto en Haití, terremoto en Chile, profundización de la crisis económica en Grecia con amenazas fuertes en España y Portugal, explosión del volcán islandés, destrucción progresiva por razones ecológicas del Coliseo romano, derrame de petróleo incontrolable en el Golfo de México, leyes antiinmigrantes en Arizona, y un larguísimo etcétera relacionado con la contaminación o deterioro ecológico por el calentamiento global, el hambre, la exclusión creciente de inmensas mayorías de la población mundial de los servicios y derechos más elementales, conflictos étnicos y religiosos, guerras (potenciales, ocultas, en preparación, retenidas, en evaluación y proyecto).
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¿Visión apocalíptica?
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De ninguna manera y lo dice quien lleva casi cuatro décadas investigando sobre apocalipsis y escatología.
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No.
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No visión catastrofista sino mera constatación de parte –felizmente no de la totalidad– de lo que nos rodea.
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¿Y qué más, aparte de estos aspectos horrorosos, nos rodea?
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Muestras de fraternidad, solidaridad, comprensión, no sólo de tolerancia sino también de hospitalidad humana. Esfuerzos por no renunciar a la experiencia fecunda de una cotidianidad y un presente acogedores, agradables, donde el buen vivir, la vida buena, se manifestara a plenitud, sin limitaciones, con toda la alegría, la hermosura y la belleza que conlleva la experiencia del amor, del cariño, del respeto, del reconocimiento y del aliento que unas y unos nos brindamos junto a otros y otras.
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Pero, ¿no pasaríamos así de una aparente y negativa visión catastrofista y apocalíptica a una visión paradisíaca, ilusoria y sin sustento de ningún tipo?
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El riesgo es inmenso. La verdadera cuestión quizá pudiera abordarse como sigue: por no correr ese riesgo
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¿será aceptable negarse a imaginar un mundo mejor?
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¿Habrá que conformarse con el ‘ahí se va’ y doblar nuestros brazos derrotados antes siquiera de intentar –no sólo realizar estos sueños– sino al menos inicialmente examinar con todo rigor teórico y sapiencial nuestra relación con los ideales y los deseos?
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¿O todo debe quedar en pura ‘moralina’ ineficaz por definición, donde se predica lo que no se hace: hay que ser buenos, etcétera, etcétera, y, en el fondo, “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”?
Aquí es menester incluir una serie de nociones relacionadas entre sí y con una perspectiva inicial, aunque no exclusiva ni excluyentemente, geográfica y, cada vez más, astronómica. No por algo a eso se dedicó en cuerpo y alma nuestro amigo Andrzej Dembicz con tanta obstinación. Son las complejas, quizá por sus referencias mutuas, nociones de: espacio, lugar, sitio, región, ámbito, locus, topos, ubicación, suelo, zona, interior, exterior, paisaje, escenario, límite, punto, intersticio. Aludidas por los términos: donde, en, sobre, desde; y en correlación con otros diversos niveles discursivos: horizonte, frontera, aire, cósmico, más allá, paraíso, liminar.
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Cada uno de estos términos –y la enumeración no pretende ser exhaustiva– nos permite matizar aspectos, variantes, facetas de lo que en primera instancia es, ahora dicho en sentido positivo, espacio vital, el espacio en que habitamos o que habitamos.
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Y esta última es una distinción no por sutil menos decisiva.
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Lo habitamos porque nosotros lo construimos simbólica y fácticamente.
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La “y” juega aquí un inherente papel unificador.
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Permítanme enunciar a continuación mi tesis (¿hipótesis?) fuerte, la cual intentaré fundamentar posteriormente lo más que me sea factible. Porque, aunque lo parezca, el espacio no es algo dado en el que nos desenvolvemos.
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Somos nosotros –individual y colectivamente– quienes lo moldeamos y construimos, elaboramos a nuestra medida o a lo que creemos sería nuestra medida, aunque después aparezca como una malla o entramado restrictivo, agobiante, asfixiante, claustrofóbico.
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Un corral apestoso o un jardín paradisíaco. Muy poco, si acaso algo, de todo esto nos es dado (me refiero en cuanto nos consideramos seres humanos). Todo es construido. Lo cultural inunda lo natural hasta un punto en que ambas dimensiones se hacen casi indiscernibles.
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Y esta intromisión de una dimensión en otra aumenta progresivamente. Ya casi es impensable un paisaje no social. Por tanto, lo simbólico aparece no solamente unido a, sino también en tanto conformador de lo natural.
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No hay natural inmediato o acceso inmediato a lo natural sino siempre mediado por lo simbólico, cuya historicidad es inherente.
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Esta historicidad está también, en el límite, constituida por espacialidad en tensión, intensa, extensa, encadenada y hasta escalonada.
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Por lo dicho, someterse a vivir –si a eso se le puede llamar vivir– según un ‘modelo Auschwitz’ generalizado, extendido, donde el espacio público es prácticamente eliminado y lo privado se convierte en reducción carcelaria ultravigilada y donde a lo más está permitida la ‘convivencia’ pasiva con la TV o los medios virtuales de comunicación, sólo conduce a una restricción del espacio hasta un punto intolerable.
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¿Estamos en eso?
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En buena medida. Nuestras experiencias espaciales y temporales aparecen todas predeterminadas casi en su totalidad. Por dónde vamos, a qué hora, con quiénes estamos, para qué, cómo, etcétera, etcétera. Todo (pre)planificado, (pre)parado, (pre)determinado, (pre)decidido. Lo cual lleva a preguntarnos: ¿Y nosotros qué decidimos? Pues, del ‘menú’ que se presenta, lo que más nos guste. Siempre y cuando no se nos ocurra cuestionar o cambiar el menú o, mucho peor, también el modo de cocinar, los ingredientes, los ritmos, las recetas, los instrumentos de cocina, la ubicación de la cocina y el comedor, las horas de comer, el decorado, las cocineras y cocineros, los condimentos y todo lo demás.
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Esta transgresión es vista como irracional, ilusoria, irrealizable, imposible, fuera de toda justificación, irreal; en el límite delirante, ‘utópica’.
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Una idiotez (en sentido etimológico) absurda y hasta muy peligrosa. Proponer ingenuamente paraísos suele llevar a infiernos todavía peores. Por tanto, mejor abstenerse. Porque, entonces, nos habríamos deslizado de los riesgos apocalípticos e idealistas a ciertos mesianismos, los cuales pudieran llegar incluso a adquirir matices milenaristas.
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Y no es por ahí, considero, que debe enfocarse nuestra reflexión sino asumiendo estos riesgos de caminar por la cuerda floja, por la cornisa, junto a estos abismos como equilibristas para poder avanzar creativamente.
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Porque la pregunta de fondo, decisiva e in-evadible, puede enunciarse así: ¿Es posible, sí, posible, renunciar a la dignidad humana plena? Pareciera que la respuesta sea claramente “No”.
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Pero, después comenzarían los matices: no renunciamos, sólo aceptamos lo que se pueda. Peor es nada. Lo mejor es enemigo de lo bueno. Hay que conformarse con los pedacitos de espacio y tiempo que nos son concedidos (¿las migajas que caen de la mesa?), finalmente, el carpe diem de mi, mutatis mutandi, tocayo Horacio. En otras palabras, disfrutemos la pachanga mientras se pueda, evadamos dificultades, no dejemos para mañana lo que podamos hacer (¿gozar?) hoy, a cualquier precio que sea o, para decirlo en términos de la ética del darvinismo social: ande yo caliente, ríase la gente. Vámonos, pues, de vacaciones. Y ahí toparemos de nuevo con el mismo obstáculo. Resulta que todo estará (pre)organizado, y el contacto con la naturaleza resultará igual de artificial en cualquier organización turística del globo.
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¡Ahora hasta se preparan viajes turísticos a la luna! Después serán a Marte, etcétera, etcétera.¿Cómo ubicarnos eficientemente antes del (pre)? Ése es el punto neurálgico. ¿Es inteligente disfrutar el aquí y el ahora? ¡Por supuesto! Lo que no es inteligente es aceptar que el hic y el nunc sean impuestos bajo la máscara de que no hay otras posibilidades. Y eso no porque se desee que las haya sino porque efectivamente las hay o podemos construirlas (¿inventarlas?). Es cuestión de nuestro ingenio (razón apasionada y nunca por ello perturbada) examinar todas estas aristas y buscar los cómos, cuándos, dóndes, etcétera y, sobre todo, los para qué y para quiénes. Este es un trabajo que requiere convergencia de esfuerzos, comunión intelectual, creación de hermandades en búsquedas y persecución de la concreción de ideales.
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El asunto es entonces encontrar el modo de pensar y realizar lo nuevo que deseamos y necesitamos.
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Nuestra América fue vista originalmente como un espacio vacío por ser llenado de acuerdo con las necesidades y los proyectos de quienes llegaron a ‘descubrirla’. Cuando se advirtió que había seres aquí, no se dudó en apreciarlos primero como ‘buenos’, pero, apenas mostraron resistencia a las imposiciones, ya no se pudieron librar de los descalificativos: bárbaros, salvajes, incivilizados, etcétera. Quizás el único reconocimiento que se les hizo fue el declararlos “homúnculos”, como un modo de no negar totalmente su humanidad, lo cual hubiera dejado sin sustento la labor evangelizadora y su correlato colonizador, sino aceptar apenas lo mínimo para eso, aunque sin plenitud ni vigencia ninguna. Sujetos sujetados o, más bien, objetos maleables al gusto de los dominadores.
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Toda la historia a partir de allí ha estado plagada de estos esfuerzos por lograr autorreconocimiento, autovaloración, autonomía, por lo tanto ser sujetos sustentadores del propio protagonismo, de las propias responsabilidades, de los propios anhelos, de las propias decisiones, de los propios deseos. Lo cual se dice fácil pero ha resultado de muy difícil concreción. No es casual que el denominado ‘descubrimiento’ de esta parte del globo haya conllevado también la idea de un Nuevo Mundo.
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Un mundo novedoso donde todo lo difícilmente aceptable en el Viejo aquí sería realizable, pasible de ser concretado efectivamente, experimentable, hasta disfrutable. La historia de esta parte del globo está plagada de estas mezclas entre constataciones fácticas y deslizamientos casi imperceptibles hacia zonas fantásticas, curiosa y sugestivamente erotizadas. Visiones del paraíso se entremezclaron con espacios disponibles para todos los ideales habidos y por haber. Como si constituyera este trozo del globo el lugar, el espacio adecuado para soñar despiertos, y no sólo eso sino también y sobre todo para hacer de esos sueños apetecidos realidades tangibles y disfrutables.
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Por algo la utopía surgió en relación con este sector de la geografía universal. Me refiero al término con todas sus entremezcladas y sugestivas alusiones. Ese topos no disponible en el Viejo Mundo aparecería como lo totalmente a la mano en el Nuevo. Y daría lugar a pensar-imaginar-elucubrar-soñar-diseñar-ocupar un no lugar que no existe, pero que debiera existir si… En un inmenso ‘si’ condicional que brinda las pautas de todo lo deseable en cada caso. Por ello, también hay que prestarle atención a la toponimia. No resultan vanos los nombres, la innumerable lista de nombres que se han dado o atribuido a nuestras regiones. Porque al llamarlas o denominarlas se ha estado y se está tratando de asegurar cierto dominio principalmente simbólico de esos espacios.Este esfuerzo de convergencia y construcción implica suma de esfuerzos y de interlocución respetuosa, al tiempo que alerta máxima frente a las falacias naturalista e idealista. Ni tránsito descuidado de descripciones a prescripciones, ni lo contrario. Felizmente, estas dificultades y confusiones entre lo enunciativo y lo normativo suelen estar muy lejos de la tensión utópica. Confundir lo que es con lo que debiera ser o anhelamos que sea, es tanto como anular esa misma tensión, la cual surge justamente por la contraposición entre ser (indeseable) y deber ser (deseable, anhelado, soñado).
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Es esta tensión lo que remueve toda la estructura de nuestro imaginar-decidir-y-actuar cotidiano, estructura procesual consecuente, ante la cual no podemos evadirnos ni ignorarla. Lo que común y simplistamente ha sido visualizado como fuga utópica en realidad no es tal. Ni en cuanto al denominado ‘género’ utópico ni, muchísimo menos, en relación con la tensión utópica entre un statu quo intolerable y unos ideales ansiados de vida plena o de un mundo más acogedor.En este esfuerzo por ejercer en plenitud el derecho a nuestra utopía y dejar de ser sólo un aparente espacio disponible para las utopías ajenas (las de aquellos que, por cierto, jamás tomaron en cuenta nuestros derechos y más bien se impusieron siempre por la fuerza), requerimos un enconado compromiso en la reconstrucción de nuestra propia historia, de nuestras visiones de la misma, de nuestro propio pensamiento y filosofía, de nuestros ideales y nuestras búsquedas. Una reapropiación de la dimensión simbólica de nuestro locus o topos espacio-temporales.
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Fuimos colonia, espacio donde sólo se aplicaban decisiones tomadas en las metrópolis y, aun cuando se ejerciera la fórmula “se acata pero no se cumple” por parte de muchos funcionarios locales, siempre los intereses por ser satisfechos eran ajenos. Roto el vínculo colonial, permanecieron espacios neocoloniales. Puerto Rico es quizá la muestra más flagrante, con su ingeniosa noción de “estado libre asociado”, galimatías que abrió espacios de articulación política pero no logró avanzar en una independencia siempre postergada. Y el resto de la región, con himno, banderita, fuerzas armadas propias y supuestas soberanías en tanto monopolio de la violencia por parte del Estado en un territorio determinado (incluyendo mar territorial), sería visto como integrada por logrados Estados nacionales.
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Sin embargo, las decisiones siguieron tomándose en los centros, y estas periferias padecieron la dependencia con dominación.
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Ante el diagnóstico de estas específicas situaciones de dependencia, ya no coloniales ni neocoloniales, se reafirmó en el último tercio del siglo XX la necesidad de impulsar procesos de liberación que pudieran culminar así la independencia plena, la emancipación integral. En esos contextos, la reivindicación de la democracia en serio y no meramente procedimental –esa democracia plena en que la soberanía corresponde efectivamente a las ciudadanas y los ciudadanos, al pueblo político en el sentido fuerte del término, a ese sujeto colectivo que es el llamado a decidir efectivamente sobre su destino y exigir de sus representantes el cumplimiento eficiente, cabal, responsable, legal y, sobre todo, legítimo de sus mandatos– ha constituido el ideal más añorado en estos últimos decenios y la exigencia mayor de los días que corren.
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Claro que a esa dimensión va asociada la demanda de satisfacer en forma adecuada las necesidades básica y radicales de una sociedad harta de esperar y que, en no pocos ámbitos de la región, se ha decidido a organizarse para reinventar la política de cabo a rabo.
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Con todos los riesgos y ambigüedades que esto implica.En este contexto ha ido tomando forma también una percepción que poco a poco tiende a generalizarse, relacionada con la denominada deuda externa y que quizá convenga reconocer como deuda eterna.
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Para decirlo sin ambages: de supuestos deudores vamos cayendo en la cuenta de que somos acreedores. Esto porque es más lo que se ha extraído abusivamente de Nuestra América que lo que esta región se ha endeudado. Incluso intereses y deudas así estrechamente concebidas han sido pagadas ya con creces. En fin, renacimientos de la vida colectiva se procuran por las vías no violentas de reformas constitucionales. También intentos de renovaciones a fondo de las organizaciones institucionales se experimentan en casi toda la región. Su efectividad está por verse.
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La integración desde las bases de la sociedad y la constitución de una Nuestra América como sujeto protagónico de la relaciones internacionales sigue siendo una tarea pendiente.
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Probablemente, sin esa dimensión será imposible construir ese espacio donde la dignidad humana sea vivida a plenitud. La vía aparece abierta. La demanda es cada vez más clara y nítida. Las propuestas son nutridas cada vez más por la creatividad de inmensos sectores de masa de la población. Son, en definitiva, nuestros sueños diurnos. Y no es malo tenerlos; lo malo es no trabajar disciplinadamente para hacerlos realidad. Porque los sueños forman parte de la realidad y colaboran siempre en el modelado e interminable re-modelado de esa misma realidad.
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Nuestra realidad. De la que venimos, en la que estamos y la que necesitamos modificar. Es una tarea abierta, y nada ni nadie podrá clausurarla o diseñarla totalitariamente.
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Siempre estaremos allí, nosotros y las hijas y los hijos de nuestras hijas y nuestros hijos para procurar esa culminación tan añorada y, esperamos, merecida.
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El filosofar tiene en todo esto tareas nodales por cumplir. Sin su aporte crítico y autocrítico suele ser difícil lograr una mirada holística que permita denunciar sinsentidos y enrumbarse hacia sentidos apropiados.
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El filosofar está llamado precisamente a pensar esta realidad compleja para encontrar las grietas en la dominación, tanto interna como externa, y lograr ejercicios de ingenio a la búsqueda de concretar las transformaciones que no lleven a más de lo mismo sino a un futuro verdaderamente alternativo. Porque hay que evitar caer en el victimismo, atribuyendo todo a una causalidad reductivamente externa, y asumir lo que nos corresponde. La articulación de las tres instancias en que la temporalidad juega nos permite instalarnos en el espacio de modo protagónico.
Porque reconstruir la memoria del pasado ayuda a no reiterar como comedia lo sobrellevado como tragedia. Atisbar matinalmente el futuro nos permite enfrentarnos a visiones crepusculares donde la filosofía sólo cumple funciones justificadoras de lo dado (logrado, impuesto, establecido, consolidado).
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Así, como siempre, todo se juega en el presente.
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Ese presente constituido por una compleja articulación convergente de aquí y ahora es el espacio-tiempo fecundante, en el cual se gesta lo que viene, se reconstruye lo que fue y se disfruta lo que ocurre. Por eso no me cansaré de situar mi propio filosofar, y hasta de sugerir que cabe generalizarlo bajo el ámbito simbólico del colibrí con toda su carga y fuerza polisémica.
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Esta ave americana rompe con su pico la clausura de la flor y permite algo que, tanto en la teoría como en la práctica, resulta decisivo: no llegar tarde.
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Las demandas son muchas, las tareas inmensas, las responsabilidades asumibles y la creatividad fecundante. No podemos quedarnos en meras alegorías. ¡Manos a la obra y a compartir riesgos, logros y fracasos sin temor ni temblor, porque la vida humana merece vivirse a plenitud, y la dignidad humana de todas y de todos no es negociable ni canjeable bajo ningún aspecto!