Por Sinesio López Jiménez
El discurso de la extrema derecha es excluyente y es tan viejo como la Conquista y la Colonia, que diferenciaron la república de españoles de la de indios para oprimirlos y expoliarlos.
Los movimientos nacionales (indígenas, mestizos y criollos) de la Independencia no lograron sustituirlo por un discurso hegemónico e integrador y por eso continuó en la república criolla del siglo XIX, en la oligárquica del siglo XX y sigue en la neoliberal de hoy.
En la república oligárquica, a la exclusión de los indios, mestizos y cholos se añadió la del Apra y la de la izquierda marxista, los nuevos demonios de la derecha de entonces.
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El artículo 53 de la Constitución de 1933 excluyó al Apra y al PC acusándolos de ser partidos internacionales. Los defensores a ultranza del neoliberalismo extremo pretenden hoy excluir a PR, al humalismo, a los partidos de izquierda en general, al Sutep, a los sindicatos y a los movimientos sociales, acusándolos (obviamente con mentiras y calumnias) de ser socios del terrorismo.
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¿Es ganador el discurso excluyente de la ultraderecha en el contexto peruano de hoy? Mi hipótesis es que ese discurso está condenado al fracaso por varias razones.
En primer lugar, el Perú, pese a sus deficiencias, es ya un país de ciudadanos que demandan derechos y asumen responsabilidades y que ha llegado a ser tal superando una serie de exclusiones (de género, de edad, de raza, de cultura, de alfabetismo, etc.).
En segundo lugar, existe una sociedad civil, no tan vigorosa pero significativa, conformada por organizaciones, asociaciones y redes sociales múltiples que constituyen espacios de integración y de cohesión social.
En tercer lugar, existe un régimen democrático que, más allá de sus debilidades, es aceptado por la mayoría de los ciudadanos como la mejor forma de gobierno. Su vigencia implica el pluralismo, la tolerancia y la integración.
Finalmente, creo que la mayoría de los peruanos, desgarrada por una serie de contradicciones y fracturas de todo tipo (nacionales, sociales, regionales, raciales, culturales, etc.) y traumatizada por la reciente guerra fratricida, no está dispuesta a reproducirlas ni siquiera en el discurso.
En el actual contexto social y político son los discursos incluyentes e integradores los que tienen éxito. Por eso, Susana ganó el debate del lunes pasado. Mi hipótesis es que su discurso empata más con el espíritu y con las demandas de integración de la gente. Hay diversas maneras de construir discursos de integración. La de Susana es comunitarista-liberal que deja de lado las contradicciones y las diferencias para afirmar la unidad.
Yo prefiero los proyectos hegemónicos que toman en cuenta las contradicciones y las diferencias, las resuelven mediante propuestas culturales y políticas y las expresan en un discurso integrador como el de Haya y el de Mariátegui (el que pensaba, el de los Siete Ensayos) en los 30.
Es una lástima que Lourdes se haya dejado arrastrar por un discurso excluyente cuando ya estaba instalada en un discurso pluralista y competitivo.