Un bono excepcional e irrepetible de mil soles y un aumento de 100 soles dividido en dos armadas de cincuenta es todo lo que ha podido dar el señor presidente de la república al personal militar y policial que, de comandantes para abajo, esperaba otra cosa.
Si yo fuera el jefe de la Inteligencia Chilena, estaría feliz. No hay nada mejor que un potencial adversario con las tropas maltratadas y desmoralizadas.
Claro que los traidorzuelos a sueldo de diversas embajadas van a salir a decir que lo hecho está bien, que no se puede más, que para qué más.
Y claro que el candidato Bayly aplaudirá la medida de García.
Pero el 5 de abril se viene una gran jornada de protesta y de lucha de los policías.
Y en las Fuerzas Armadas, por más que se pretenda negarlo, el descontento crece como una levadura puesta al horno.
García ha dado esta limosna indigna y ha pateado el tema del reajuste global de remuneraciones para el personal de las fuerzas de seguridad a la cancha del próximo gobierno.
De eso se trata el consabido “nombramiento de una comisión...”No sólo eso: el bono de mil soles y el escuálido aumento saldrán del presupuesto de Defensa, con lo que tendremos menos comisarías, menos cobertura policial, menos equipamiento operativo, menos capacidad disuasiva –aérea, marítima y terrestre- frente a un vecino agresor y rapaz que, cada semana, nos amenaza y nos muestra los bíceps tatuados del matón crónico.
Más todavía: la exclusión del personal retirado es una provocación que movilizará a cientos de miles de exasperados. Que no diga después el gobierno de García que no fue advertido.
Ahora lo da en versión envilecida y a un costo admitido de 150 millones de soles.
Esto demuestra dos cosas: que el Congreso tenía razón cuando planteó un bono de mayor cuantía y que la ministra Aráoz es una analfabeta en matemáticas al señalar que las implicancias presupuestarias en juego bordeaban los cinco mil millones de soles.
Si mil soles de bonificación suponen 150 millones de gasto, pues un bono de dos mil habría llegado a los 300 millones de soles.
¿Por qué no se ha dado un paso tan elemental en estos tiempos de prosperidades y despegues?
Recursos hay, pero al señor García no le da la gana de usarlos “en populismo”.
No le da la gana a García ni le da la gana a su entorno empresarial asesor, que ahora vive tranquilo pero que volvería a tocar la puerta de los militares si alguna vez las papas quemaran otra vez y las explosiones sucedieran a las hoces y los martillos brillando en los cerros de Lima.
Se quiere maltratar también a la Fuerza Armada porque García, en el fondo, no ha abandonado el discurso subconsciente del APRA primordial: el heroismo de Arévalo, la intrepidez de Barreto, los sucesos del cuartel O’Donovan, la masacre de Chan Chan, la epopeya popular de Cucho Haya.
Y se la quiere maltratar en materia de equipamiento y modernización porque más de uno, empezando por el presidente de la república, está atento “a no molestar a nuestros hermanos Chilenos”.
Soy de quienes ha luchado durante años para que criminales como el “Comandante Camión” o tenientes como Telmo Hurtado paguen por las atrocidades que cometieron. De mí nadie podrá decir que me corrí a la hora de enfrentar a esa gente y a sus jefes directos -Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos- y don Ricardo Uceda, a pesar de lo que hoy pueda farfullar, puede dar testimonio de cómo un reportaje suyo en torno al paradero de “Comandante Camión” me costó, por decisión de Ivcher y los Winter, la desaparición de la pantalla de “Frecuencia latina”.
De modo que a mí los pobres diablos, salidos de una Costa Rica imaginaria, no me van a decir que las Fuerzas Armadas deben desaparecer.
Ni me van a hacer creer que la derrota de Sendero fue sólo obra del GEIN y la inteligencia policial.
El Perú le debe a las Fuerzas Armadas la devolución de su dignidad salarial y la certidumbre de un auténtico equipamiento (no la farsa siniestra del núcleo básico de defensa).
Gente que sirve al gobierno de Israel –un régimen que desenfunda asesinos por todo el mundo y está militarizado hasta el tuétano- se ha cansado de decirnos que un aumento de los fondos en Defensa “acarreará inevitablemente más corrupción”.
Pues allá ellos. Ellos deben ser expertos en corrupción porque sirvieron, como ministros, a un régimen encabezado por alguien que se caía de borracho en el “Chifa Real” y se caía de patético cuando hacía sus componendas para ver si se quedaba con América Televisión.
No todo es corrupción. Que alguien quiera comprar portatropas sobrevaluadas no significa que le paguemos doscientos dólares a un policía que está expuesto a jugarse el pellejo en cualquier esquina.
Ni que tengamos a los militares, de comandantes para abajo, con sueldos de sobrevivencia y hospitales en crisis.
Peores que un eventual intento de cutra en una compra de ministerio del Interior eran los tiempos en que PPK hacía negocios con Kiko siendo primer ministro.
Lo cierto es que la Fuerza Armada no está equipada ni para defendernos elementalmente de un conato de agresión (ya no hablo de una guerra).
Y lo cierto también es que, aunque nos duela, aunque no sea “correcto”, aunque cueste decirlo, Luis Giampietri ha tenido la razón de su parte en todo este episodio.“Que los que tenemos algo mejoremos la vida de los que nada tienen”, dijo un García modestísimo (modestísimo con el cálculo de sus bienes no bien habidos, o sea todos) refiriéndose a la necesidad de mantener “un alto presupuesto social”.
¿Y la seguridad interna? ¿Y la defensa de nuestra integridad territorial? ¿Qué puestos ocupan esos dos rubros en las escogencias presupuestales del presidente de la república?
Nadie quiere privilegios ni castas cuartelarias. Lo que cualquier peruano de buena fe desea es una plena reconciliación de la sociedad con sus uniformados. Y para eso no basta un “Lugar de la memoria”. Para eso también es necesario encarar el presente.
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Posdata: la lucha que algunos libramos en contra del llamado “proyecto Collique” ha tenido un primer resultado. El gobierno ha tenido que dar marcha atrás y, para mantener las formas, ha debido apelar a una serie de enredados argumentos jurídicos. Pero esta batalla ganada no quiere decir que la guerra haya terminado. Lo que ahora se teme es que, dentro de algún tiempo, García vuelva a las andadas y le entregue a Graña y Montero y Odebrecht, sus íntimos colaboradores, la megaconstrucción de cien mil viviendas en esa misma zona. Algo de eso parece estar, entre líneas, en el raro comunicado de “Proinversión”. Habrá que estar vigilantes.