Sábado 13 de Febrero del 2010
La semana que pasó vimos a miles de políticos renunciando a sus partidos para buscar un mejor futuro electoral en otra agrupación. Existe una opinión generalizada entre los ciudadanos de que este sería un ejemplo más de la ausencia de principios de los políticos peruanos. El sabor que dejan estas deserciones es sin duda feo, pero una cosa es criticar la moral de los tránsfugas y otra cosa entender por qué los hay (y tantos) en nuestro país. ¿Acaso los políticos peruanos son culturalmente más oportunistas que otros políticos? No lo creo.
Un enfoque más útil para entender nuestro transfuguismo consiste en explorar la relación entre nuestro contexto político y el alto número de tránsfugas. Una adaptación (abreviada) de la teoría de Henry Hale para explicar la formación de un sistema de partidos ayuda a entender lo que vemos. Hale ve a los partidos políticos como “franquicias” que buscan atraer candidatos competitivos para mantener su vigencia. Los candidatos, a su vez, quieren pertenecer a un “logo” prestigioso que los ayude a ganar elecciones.
En países con partidos políticos fuertes esta “franquicia” es crucial pues otorga al candidato una ideología atractiva, prestigio, recursos y una organización que trasciende la elección. Los candidatos no solo deben militar en un partido para ser competitivos, sino que el costo de cambiar de partido es también prohibitivo.
Ahora piensen en un país como el Perú donde estas franquicias están devaluadas, tanto que carecen de recursos, cuadros y presencia territorial. Más que “logos”, entonces, lo que los candidatos buscarán son líderes populares en la encuesta mensual. La franquicia no pesa, sino la cara de su gerente de turno.
Los cambios súbitos de camiseta, entonces, se explican por el muy alto riesgo que asumen los candidatos en este contexto volátil si no consiguen una buena locomotora electoral. Así, los candidatos a las alcaldías distritales de Lima no quieren estar en la lista de un candidato provincial débil. La elección del 2006 mostró que alcaldes distritales populares que se mantuvieron fieles a sus partidos perdieron en parte porque un alto número de ciudadanos no vota en forma cruzada. Algo similar veremos en las elecciones para el Congreso. Sin un candidato presidencial fuerte es probable que candidatos locales competitivos no alcancen una curul.
Las causas de la debilidad partidaria son profundas y las soluciones complejas. Pero un primer paso para revertir la situación, por pequeño que sea, sería que los partidos comprendan el alto costo de tomar malas decisiones. Si insisten en mantener dirigencias fosilizadas y si por absurdas disputas internas no presentan buenos candidatos en aquellos lugares donde podrían tener éxito, seguiremos viendo a los tránsfugas como feos protagonistas de nuestra democracia.
Un enfoque más útil para entender nuestro transfuguismo consiste en explorar la relación entre nuestro contexto político y el alto número de tránsfugas. Una adaptación (abreviada) de la teoría de Henry Hale para explicar la formación de un sistema de partidos ayuda a entender lo que vemos. Hale ve a los partidos políticos como “franquicias” que buscan atraer candidatos competitivos para mantener su vigencia. Los candidatos, a su vez, quieren pertenecer a un “logo” prestigioso que los ayude a ganar elecciones.
En países con partidos políticos fuertes esta “franquicia” es crucial pues otorga al candidato una ideología atractiva, prestigio, recursos y una organización que trasciende la elección. Los candidatos no solo deben militar en un partido para ser competitivos, sino que el costo de cambiar de partido es también prohibitivo.
Ahora piensen en un país como el Perú donde estas franquicias están devaluadas, tanto que carecen de recursos, cuadros y presencia territorial. Más que “logos”, entonces, lo que los candidatos buscarán son líderes populares en la encuesta mensual. La franquicia no pesa, sino la cara de su gerente de turno.
Los cambios súbitos de camiseta, entonces, se explican por el muy alto riesgo que asumen los candidatos en este contexto volátil si no consiguen una buena locomotora electoral. Así, los candidatos a las alcaldías distritales de Lima no quieren estar en la lista de un candidato provincial débil. La elección del 2006 mostró que alcaldes distritales populares que se mantuvieron fieles a sus partidos perdieron en parte porque un alto número de ciudadanos no vota en forma cruzada. Algo similar veremos en las elecciones para el Congreso. Sin un candidato presidencial fuerte es probable que candidatos locales competitivos no alcancen una curul.
Las causas de la debilidad partidaria son profundas y las soluciones complejas. Pero un primer paso para revertir la situación, por pequeño que sea, sería que los partidos comprendan el alto costo de tomar malas decisiones. Si insisten en mantener dirigencias fosilizadas y si por absurdas disputas internas no presentan buenos candidatos en aquellos lugares donde podrían tener éxito, seguiremos viendo a los tránsfugas como feos protagonistas de nuestra democracia.