Por: Ernesto Pinto Bazurco Embajador
Conocí al embajador Pérez de Cuéllar a inicios de 1973, cuando él era representante permanente del Perú ante las Naciones Unidas y yo me integraba junto con José Antonio García Belaunde a la misión, como primer puesto en el exterior. Aprendí por varios años sus enseñanzas y disfruté del aprecio y gravitación que tenía en la ONU. Entonces el embajador peruano ante las Naciones Unidas era un diplomático que había ejercido varias jefaturas de misión y su experiencia y reconocimiento internacional constituían un atributo para el Perú como también un aporte a la organización mundial.
Antes de ser nombrado a Nueva York, Pérez de Cuéllar abrió las relaciones con los países socialistas y ejerció las embajadas en Moscú, Varsovia y Berna. Además, se había destacado como secretario general y en los más importantes cargos en la cancillería.
Eran tiempos en los que el Perú tenía un liderazgo internacional y con ello una gran responsabilidad. Pérez de Cuéllar siempre estuvo dotado de un gran sentido por lo político, sin perder el pragmatismo. Se dio tiempo y espacio para promover cambios favorables en nuestra política interna, en base a argumentos de conveniencia internacional. Ejerció de este modo una suerte de diplomacia interna, para que el Perú, gobernado por una junta militar, se beneficie de los impulsos positivos que venían del exterior.
Pérez de Cuéllar trabajó muchos años para la paz y convivencia en el mundo. Le tocó presidir el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Fue representante de la ONU en Chipre. Luego, como todos conocemos, fue elegido como secretario general de las Naciones Unidas. Más adelante fue reelegido como el funcionario de más alto rango internacional y de mayor gravitación mundial.
El patriota retornó al Perú a ocupar el cargo de primer ministro durante el gobierno de Valentín Paniagua. Cuando el país lo necesitó para lograr la reconstrucción del ordenamiento legal, la confianza en el derecho y la verdad.
Tarea ardua, luego de la nefasta dictadura que, tal como una arremetida, destruyó las instituciones y los valores más caros de la República. Actuaron, con la complicidad de algunos malos militares y civiles que se prestaron, con rótula quebradiza y espinazo flexible, al llamado de los incapaces. Aquellos que no pudieron resolver los problemas del país por la razón, sino que lo intentaron por la fuerza y fracasaron.
Ocupó el diplomático, a la vez, la cartera de Relaciones Exteriores, lo que le permitió al Perú salir del aislamiento internacional al que lo había arrastrado la dictadura y recuperar su prestigio.
El patricio Javier Pérez de Cuéllar pertenece a una generación de peruanos como Francisco Miró Quesada Cantuarias, Juan Miguel Bákula Patiño, Fernando de Szyszlo o Armando Villanueva, que han marcado valores dignos de emular. Pérez de Cuéllar es, como ellos, un maestro para otras generaciones.
Su obra sobre derecho diplomático es de consulta obligatoria para cualquier jurista. El embajador Pérez de Cuéllar tuvo a bien también prologar mi primer libro sobre derecho internacional, política exterior y diplomacia. Así como hacer mi presentación en la obtención del título de doctor honoris causa en la Universidad Ricardo Palma.
Es un diplomático cabal, con todos los atributos. Incluso el de la paciencia. Cuando alguna vez se me nombró a un puesto que él consideraba que no daba la oportunidad de hacer lo que yo podía por el Perú, me aconsejó: “Paciencia, ya vendrá el reconocimiento”.
Hoy Pérez de Cuéllar sigue siendo, como lo compruebo en Bucarest o cualquier lugar, un referente para los diplomáticos de todo el mundo y una instancia ética internacional que prestigia al Perú.