De tiempo en tiempo, y parece que ahora con mayor frecuencia que antes, somos informados de eventos producidos por la naturaleza afectando a vidas humanas, generando grandes costos sociales y económicos.
Dependiendo de la condición de país desarrollado o subdesarrollado, que en gran medida traduce la solidez económica y la conciencia de la población para hacer frente a estos desastres, la capacidad de respuesta va a permitir que las poblaciones afectadas se recuperen en el menor tiempo posible.
Cuanto mayor es la pobreza, los daños de la población y sus estructuras sociales son mayores. Haití es un ejemplo de ello, hoy nos condolemos todos, mañana el dolor formará sus callos y la pobreza seguirá igual.Hace más de 10 años aprendí que es posible prevenir o mitigar los efectos de los desastres naturales.
De la manera más simple que puede ser entendida por cualquier ciudadano, se nos enseñó que en la ocurrencia de estos eventos de la naturaleza existe siempre un antes, durante y después de los desastres; y sobre todo comprender que los desastres no avisan, y por lo tanto debemos estar siempre preparados.
Estos conceptos elementales son aplicables también a los desastres producidos por la intervención del hombre, como el reciente desastre económico mundial, los desastres sanitarios producidos por ausencia de políticas de salud, y como tales susceptibles de prevenirse.
Evidentemente, si nuestros gobernantes tuvieran incorporada en su estructura de razonamiento mental este chip llamado “cultura de prevención” otra sería la historia de nuestros pueblos y no exponer a los más pobres a padecer las consecuencias de la falta de previsión.Hace más de dos años nuestro país vivió en Ica, Huancavelica y Ayacucho los efectos de un terremoto del cual hasta la fecha aún seguimos padeciendo la consecuencia de un Estado paquidermo y más de un indicio de corrupción se ha puesto al descubierto.
El verticalismo del Estado, donde se cree que algunos iluminados tienen la solución de los problemas, y la ausencia de participación directa de la población afectada, son la garantía del fracaso de la rehabilitación y recuperación ante los desastres.Ica no es ajena a ello; hace tres meses estuve por esos lares y constaté la precariedad en la atención que se continúa dando en los hospitales del sector público.
La propaganda mediática podrá generar información equivocada en quienes no viven en carne propia esa realidad, pero los ciudadanos iqueños saben bien de las inhumanas condiciones en que son atendidos, donde se alterna el sofocante calor del día y las frías amanecidas, casi a la intemperie, con carpas que no protegen de nada. Este medio periodístico ha señalado de manera objetiva en más de una oportunidad las condiciones como se trabaja.
El Cuerpo Médico del Hospital de Ica ha expresado su preocupación por la forma compulsiva como las autoridades pretenden obligarlos a trabajar, sin condiciones de bioseguridad, exponiendo tanto a pacientes como a los mismos trabajadores, profesionales y técnicos y auxiliares.
Es hora pues de cambiar el modelo de gestión estatal ante los desastres, sea este del gobierno nacional, regional o local. La participación directa de los afectados, aunada al conocimiento del problema y el uso adecuado de herramientas de gestión, son la mejor garantía de transparencia, eficiencia y reconocimiento social.