Esta década de crecimiento económico y de gobiernos democráticos coincide, grosso modo, con los años de existencia del Acuerdo Nacional. Está pendiente la tarea de ubicar sus grandes objetivos en el marco de una visión compartida del país. Este proyecto demanda la participación de todos: de quienes gobiernan y administran el Estado en todos sus niveles; de las organizaciones políticas nacionales, regionales y locales; y del conjunto de la ciudadanía.
Pronto cumpliremos 200 años de vida independiente. Es un momento propicio para diseñar conjuntamente una visión del Perú que nos impulse a involucrarnos en su concreción, es decir, para proponer un modelo que nos permita visualizar la situación ideal que queremos alcanzar y comprometernos con el desarrollo de un enfoque estratégico para hacerlo realidad. Una visión proyectada hacia el bicentenario apuesta por una profunda transformación colectiva de nuestras maneras de percibir al país y a nosotros mismos. Inspirada en nuestra historia milenaria, debe movilizar la imaginación de los peruanos y propiciar un sentido de pertenencia a la nación. Tal transformación solo es posible en una democracia más dialogante.
Una visión compartida, capaz de suscitar el entusiasmo ciudadano, debe orientarse a la reducción de las desigualdades. Una sociedad como la nuestra, atravesada por graves abismos, requiere reducir la pobreza, fortalecer sus sistemas de educación y salud, ofrecer igualdad de oportunidades, estar atenta a los derechos de las minorías e incluir a los sectores hasta hoy marginados y respetar las diferentes perspectivas culturales que son parte esencial de nuestro patrimonio nacional.
Esto nos obliga a revisar la lógica que ha venido impulsando nuestro crecimiento. Hemos visto los logros obtenidos gracias a la disciplina fiscal y al manejo económico. ¿Cómo hacer que el crecimiento se transforme en desarrollo sostenible? Más allá del conjunto de urgencias que se tienen que subsanar con políticas sociales, es el momento de pensar en qué clase de país queremos. La diversidad de nuestros recursos naturales nos permite ser un país de minas, de mares y de bosques. Es tan importante que el país ofrezca condiciones atractivas a la inversión privada como que proteja el medio ambiente.
Desbrozar un camino al desarrollo que no sea solo aquel arrastrado por las locomotoras de las grandes inversiones implica propiciar políticas de desarrollo productivo, impulsar la innovación tecnológica y favorecer la inversión pequeña, comunal, cooperativa que redunde en una mejora de la calidad de vida de cada uno de los pueblos de nuestro país. Llevar adelante ese proyecto exige un Estado moderno, transparente y descentralizado. Además, poner en marcha el proceso de regionalización, indispensable para un desarrollo territorial articulado y acorde con las potencialidades de las regiones.
El proceso de construir una visión compartida del futuro incidirá en la cimentación de valores ciudadanos y promoverá la confianza mutua. Pondrá de manifiesto el poder de la imaginación y hará que se tome conciencia de la disciplina necesaria para llevar la imaginación al poder. Concebida desde cada uno de los rincones del país, la visión contribuirá a enfrentar los desafíos que tenemos por delante, no solo aquellos vinculados al cambio climático y los desastres naturales, sino también los que nos plantee un mundo cambiante con el cual estamos más interconectados. Hacer frente a fenómenos de alcance transnacional, como el narcotráfico o el crimen organizado, requiere tanto buscar fórmulas de colaboración regional como estar preparados para defender nuestro derecho a la paz, a nuestra historia y a la diversidad que distingue a nuestro país.
(*) Secretario técnico del Acuerdo Nacional
Pronto cumpliremos 200 años de vida independiente. Es un momento propicio para diseñar conjuntamente una visión del Perú que nos impulse a involucrarnos en su concreción, es decir, para proponer un modelo que nos permita visualizar la situación ideal que queremos alcanzar y comprometernos con el desarrollo de un enfoque estratégico para hacerlo realidad. Una visión proyectada hacia el bicentenario apuesta por una profunda transformación colectiva de nuestras maneras de percibir al país y a nosotros mismos. Inspirada en nuestra historia milenaria, debe movilizar la imaginación de los peruanos y propiciar un sentido de pertenencia a la nación. Tal transformación solo es posible en una democracia más dialogante.
Una visión compartida, capaz de suscitar el entusiasmo ciudadano, debe orientarse a la reducción de las desigualdades. Una sociedad como la nuestra, atravesada por graves abismos, requiere reducir la pobreza, fortalecer sus sistemas de educación y salud, ofrecer igualdad de oportunidades, estar atenta a los derechos de las minorías e incluir a los sectores hasta hoy marginados y respetar las diferentes perspectivas culturales que son parte esencial de nuestro patrimonio nacional.
Esto nos obliga a revisar la lógica que ha venido impulsando nuestro crecimiento. Hemos visto los logros obtenidos gracias a la disciplina fiscal y al manejo económico. ¿Cómo hacer que el crecimiento se transforme en desarrollo sostenible? Más allá del conjunto de urgencias que se tienen que subsanar con políticas sociales, es el momento de pensar en qué clase de país queremos. La diversidad de nuestros recursos naturales nos permite ser un país de minas, de mares y de bosques. Es tan importante que el país ofrezca condiciones atractivas a la inversión privada como que proteja el medio ambiente.
Desbrozar un camino al desarrollo que no sea solo aquel arrastrado por las locomotoras de las grandes inversiones implica propiciar políticas de desarrollo productivo, impulsar la innovación tecnológica y favorecer la inversión pequeña, comunal, cooperativa que redunde en una mejora de la calidad de vida de cada uno de los pueblos de nuestro país. Llevar adelante ese proyecto exige un Estado moderno, transparente y descentralizado. Además, poner en marcha el proceso de regionalización, indispensable para un desarrollo territorial articulado y acorde con las potencialidades de las regiones.
El proceso de construir una visión compartida del futuro incidirá en la cimentación de valores ciudadanos y promoverá la confianza mutua. Pondrá de manifiesto el poder de la imaginación y hará que se tome conciencia de la disciplina necesaria para llevar la imaginación al poder. Concebida desde cada uno de los rincones del país, la visión contribuirá a enfrentar los desafíos que tenemos por delante, no solo aquellos vinculados al cambio climático y los desastres naturales, sino también los que nos plantee un mundo cambiante con el cual estamos más interconectados. Hacer frente a fenómenos de alcance transnacional, como el narcotráfico o el crimen organizado, requiere tanto buscar fórmulas de colaboración regional como estar preparados para defender nuestro derecho a la paz, a nuestra historia y a la diversidad que distingue a nuestro país.
(*) Secretario técnico del Acuerdo Nacional