sábado, 6 de marzo de 2010

Lima, la pobre Por Juan de la Puente

Sáb, 06/03/2010 -

La elección de octubre para la alcaldía de Lima se promete por ahora como una disyuntiva entre la corrupción y la anticorrupción. Es impredecible que tal perfil sea el predominante en la campaña, porque la capital tuvo en los últimos 30 años experiencias electorales de dos signos. Mientras las elecciones de Barrantes (1983), Belmont (1989 y 1993) y Castañeda (2002 y 2006) se constituyeron en competencias primordialmente vecinales, las de Orrego (1980), Del Castillo (1986) y Andrade (1995 y 1998), fueron plebiscitarias respecto del poder de turno.
Los principales candidatos en esta elección aún no presentan sus ofertas para una metrópoli de más de 8 millones de habitantes, que en la lista de las más pobladas del mundo figura en el puesto 30 y en la de A. Latina en el 5. No obstante, algunos consideran que nuestra capital ya es una ciudad global, paradigma asociado erróneamente a las grandes obras de infraestructura.
No basta que una ciudad sea populosa para ser una ciudad global. Ni siquiera es suficiente que tenga grandes vías de comunicación y sea limpia. Los análisis más reconocidos miden variables como el nivel educativo de sus habitantes, la provisión de servicios básicos, la calidad de vida urbana, la seguridad y la tecnología. En esas mediciones aparece Lima como una ciudad polarizada, con un millón y medio de pobres, y con distritos a 30 minutos de los centros financieros con tasas de pobreza superiores al 25% (Carabayllo, Puente Piedra, Pachacámac, San Juan de Lurigancho y Villa María del Triunfo, entre otros).
Lima tiene miles de familias excluidas del mercado como fuerza laboral y como consumidoras. Nuestra capital, emergente, mestiza y emprendedora, es una realidad. También lo son la pobreza y la autocomplacencia de sus elites gobernantes, febriles defensoras del cemento como doctrina. Esa pobreza, la de la ciudad, indica que la riqueza en Lima es todavía un enclave, como hace siglos. La otra pobreza, la de sus autoridades, apunta a que nuestra principal ciudad demanda un liderazgo realmente moderno.
Hace 27 años Alfonso Barrantes cambió por una vez el paradigma de oferta electoral municipal al proponer la entrega de un vaso diario de leche a los niños pobres. Más allá de las vicisitudes de ese programa, marcó un hito: los alcaldes no pueden ignorar la pobreza de sus vecinos ni gobernar sus ciudades tratando a sus habitantes como si fuesen iguales, cuando no lo son