jueves, 28 de enero de 2010

Sentido común

28.01.2010

Estados alterados . Marcos Ibazeta Marino

Siempre se nos ha enseñado que la ira es uno de los pecados capitales, pero también que psicológicamente un desborde emocional que desemboque en una actitud iracunda implica, o una total falta de autocontrol por carencias de valores, de buenos ejemplos y de convicciones morales, sociales, espirituales y religiosas, o, la presencia patógena de causas esquizoides o paranoicas.
Normalmente, cuando la violencia derivada de la ira se manifiesta en un determinado comportamiento, se presume que somos los hombres los que no tenemos mayor autocontrol emocional, sin que nadie se haya dado el trabajo de investigar que, si bien es cierto, el machismo condujo a una situación donde el hombre ejercía violencia contra la mujer, es más cierto aún que la ira afecta no solo a un género sino al ser humano en general, de modo que hay violencia de género pero no solo de hombre a mujer, sino también de mujer a mujer y de hombre a hombre, la que por inercia se proyecta a la violencia contra los niños, venga de un hombre o de una mujer.
Ahora bien, cuando esa violencia se masifica se convierte en una violencia social y, si la causa de la misma es la ira, entonces asistiremos a espantosos casos de agresión, sadismo, tortura, desfiguración de rostro o cuerpos en general, cuyos resultados tienen que ser sufridos por el agredido, psícológica y físicamente si sobrevive, o simplemente cargados en el cuerpo inerte de un cadáver.La impunidad acrecienta la ira destructora como un extraordinario mecanismo de poder para sojuzgar a cualquiera.
Conocemos casos de niños y niñas que han sufrido agresiones feroces por aparentes amigas o amigos, por familiares y también por presuntos docentes de buena voluntad, cuyos ataques nunca fueron denunciados por temor, por resignación o vergüenza.
Antes yo creía que los salvajes métodos de ajustes de cuentas que utilizaban las bandas de delincuentes o los cárteles de drogas era un asunto del crimen organizado, pues así lo mostraba la historia de los gánsteres en los Estados Unidos, del Cártel de Medellín y actualmente de los cárteles mexicanos.
Sin embargo, en el Perú, día a día, asistimos a noticias de crímenes cometidos con gran crueldad y; cosa curiosa, que sea, entre otros, el mundo del folclore donde la alevosía, insania e inhumanidad campee a su libre antojo. Y no disminuye. Sigue aumentando.