La presente controversia sobre el incremento del salario mínimo –con el Gobierno jugando a la mecedora mientras desoye las recomendaciones de la OIT– en realidad es parte de un debate mucho mayor sobre la realidad de las remuneraciones en el Perú, que, acorde a numerosos estudios, se encuentran muy por debajo de los promedios regionales, convirtiéndonos en un verdadero “cholo barato” latinoamericano.
Esto es especialmente chocante, si consideramos que la economía peruana ha tenido uno de los mejores desempeños de la región en los últimos años. El producto ha crecido, los negocios y las ganancias empresariales se han multiplicado, pero los ingresos reales de los trabajadores siguen estancados en niveles similares a los de 10 ó 15 años atrás.
Este estancamiento remunerativo resulta más llamativo al compararnos con nuestros vecinos. Tomemos, por ejemplo, la evolución del salario real en la industria para Perú y Chile, dos países que han gozado a lo largo de la década de un significativo crecimiento, el cual sólo fue interrumpido por la recesión global durante el 2009. Incluso en ese contexto, el Perú fue –comparativamente– menos afectado, y, mal que bien, las perspectivas son que este año la economía retomará su crecimiento.
Utilizando data oficial, es posible comparar la evolución de las remuneraciones a los obreros del sector industrial en ambos países para el periodo diciembre 2002-abril 2009, con resultados reveladores: Mientras en Chile el salario real del obrero creció 8.7%, en el Perú el salario real del sector manufacturas en Lima Metropolitana incluso retrocedió levemente (0.5%).
¿A qué viene esto? A que, si en ambos países hubo prosperidad durante esos años, esta debió también beneficiar –en mayor o menor medida– al trabajador. Y, en efecto, así sucedió en Chile, pero no en el Perú. Más allá de las diferencias metodológicas y técnicas que puedan haber en la data disponible, esta indicaría que mientras en Chile el incremento de la riqueza sí se reflejó en las remuneraciones reales, no fue tanto así en nuestro país.
Obviamente, hay una cantidad de factores que podrían explicar este fenómeno: diferencias en la dimensión y naturaleza del crecimiento económico de cada país; diferencias en la productividad de los trabajadores de uno y otro; diferentes estructuras y niveles de demanda y oferta en los respectivos mercados laborales, legislaciones laborales distintas, etc.
Cierto, pero aún persiste el hecho de que el trabajador peruano, en promedio, no sólo estaría ganando menos, sino que, la mejora de su ingreso en estos años ha sido, comparativamente, menor, o, peor aun, inexistente. Esto debería llamar a reflexión, en un momento en que estamos estancados en una discusión fútil sobre el salario mínimo, y en donde pareciera que hay sectores en el Estado y el empresariado que siguen enamorados del “cholo barato”.
La desconexión que existe entre el auge económico y las remuneraciones no es solo una cuestión de interés teórico, sino que tiene un impacto sustancial sobre nuestro desarrollo, pues la competitividad de los países comienza en el campo laboral. Así, las mejoras salariales no pueden más verse como costos, castigos o penalidades; sino como una inversión necesaria para contar con una mano de obra que rinda, porque una economía basada en trabajadores mal tratados y mal pagados no va a llegar lejos. Y es que crecimiento con cholo barato, ya no sale, taita.
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