martes, 19 de enero de 2010

Sanitarización: La deuda pendiente

Enero 2010 por Maggie Black*

El 38% de la población mundial está privada de baños

Inexplicablemente, cuando se enumeran las múltiples amenazas que atentan contra la salud del aire, del clima, de la tierra, de los mares y, en fin, de todos los seres vivos de nuestro planeta, raramente se habla de una fundamental: la diseminación de las heces humanas en el medio ambiente sin un tratamiento previo adecuado. Sin embargo, la carencia de sistemas sanitarios eficaces para buena parte de la población mundial es una fuente potencial de devastadoras enfermedades.
En nuestro mundo preocupado por las emisiones de gas carbono y los contaminantes químicos y nucleares, la contaminación que generan los excrementos patógenos no suscita inquietud alguna. Desde la Gran Peste de Londres (recuadro, pág. 35), los países industrializados destinaron importantes recursos a limpiar y sanear el medio ambiente urbano. En los países en vías de desarrollo, una mejor comprensión de las causas de las enfermedades redujo el temor al “mal aire” (mala aria), considerado responsable de diversas contaminaciones durante siglos.
Pero la creciente urbanización genera una nueva preocupación. Gran parte de la población de las ciudades habita en viviendas precarias: chozas, galpones, villas miseria, favelas... Mil millones de ciudadanos sufren la falta de instalaciones sanitarias y sus consecuencias en términos de miseria, dignidad y salud.
Tras haber sufrido más de 7.000 casos de cólera y 172 muertes –de las cuales 30 en Lusaka, la capital–, Zambia acaba de invertir 12.500 millones de kwachas (1,5 millones de euros) en un programa de reducción de riesgos que emplea a presos para limpiar las alcantarillas e informa a la población a través de capítulos especiales de telenovelas y recitales (1).
Sin embargo, las condiciones de vida miserables de la periferia (o a veces del mismo centro) de las ciudades en plena expansión en África, Asia y América Latina son consideradas raras veces como amenazas serias para el tejido social y urbano. La infraestructura médica de cada país suele ser suficiente para impedir la propagación a gran escala de las epidemias por falta de saneamiento, entre las cuales el cólera figura en primer lugar.
Los baños con cisterna y las cloacas lograron imponer la idea de que el suministro de agua corriente resolvía por sí solo el problema de la eliminación de los excrementos.
La relación entre enfermedad y contaminación fecal había sido olvidada, al punto que incluso las políticas de salud colocaban las diarreas y demás infecciones asociadas con las excreciones en la categoría “acceso al agua”.
Actualmente, los propietarios de viviendas abonan un “impuesto al agua” para “conexiones” al líquido vital, como si la canalización de las cloacas no existiera. Mediante esta astucia del lenguaje, el tema desagradable queda al margen, no sólo de las conversaciones de la buena sociedad, sino también de los círculos de decisión. En algunos de los países en desarrollo, los ríos que atraviesan las ciudades están tan estancados y turbios como el Támesis, el Rin y el Sena en el siglo XIX, y son además incapaces de absorber los excrementos humanos no tratados que allí se vierten. Pero estas “pestes” ya no inspiran temor y, mientras se mantengan alejadas de los centros urbanos donde se encuentran los hoteles elegantes y las atracciones turísticas, prevalece el laisser-faire.
En consecuencia, 2.600 millones de personas, es decir ¡el 38% de la población mundial!, aún no tienen resuelto el problema cotidiano de la evacuación de los excrementos. Ellos no disponen ni de baños ni de conexión a cloacas. La utilización de letrinas, cuyo contenido es evacuado en un agujero o fosa séptica, no se completa con un servicio regular de evacuación. Y, cuando las casas tienen conexión a cloacas, sólo el 10% de la materia fecal es reprocesada, mientras el 90% restante desemboca en los ríos, donde las consecuencias sobre el medio ambiente acuático –peces, vida vegetal– y la salud humana pueden ser devastadoras.
Esos mismos ríos se utilizan en muchos casos para bañarse, lavarse, lavar la ropa y a veces incluso se extrae de allí el agua para el consumo humano y del ganado. El agua, eficaz agente de absorción y evacuación de los desechos, transporta sin embargo sustancias patógenas, como los miles de millones de bacterias microscópicas contenidas en una ínfima cantidad de excremento.
Para limpiar el Ganges, contaminado durante años de residuos industriales y aguas no tratadas, India acaba de obtener un préstamo del Banco Mundial por mil millones de dólares a cinco años (2). Pero, aun cuando lograra construir y hacer funcionar suficientes plantas de depuración en las salidas de las cloacas ubicadas a lo largo del río, es iluso esperar la conexión de los hogares más pobres a las cloacas, aún con semejante inversión. La casi totalidad de quienes no tienen acceso a instalaciones sanitarias viven en efecto en viviendas muy rudimentarias en el campo (70%) o en villas miseria urbanas cada vez más grandes (30%).
Hábitos malsanos
En la mayoría de las zonas rurales de los países en vías de desarrollo, los habitantes defecan al aire libre; al caer la noche se dirigen al campo. Los problemas son numerosos, especialmente para las mujeres, quienes deben mostrarse discretas si quieren mantener su reputación, pudor y respetabilidad; las agresiones físicas o sexuales abundan durante estas peregrinaciones nocturnas. Además, la obligación de contenerse durante el día puede causar problemas urinarios o de salud.
Cuando no existe ningún lugar adonde ir, por ejemplo en las zonas urbanas, pero también en el caso de niños muy pequeños, ancianos discapacitados o muy enfermos como para movilizarse, deben recurrir a un balde o hacer sus necesidades en envases de alimentos o bolsas de plástico, que se arrojan luego a un basural vecino; los perros vagabundos o los cerdos harán allí la limpieza a su modo. Estos repugnantes paquetes se conocen con el nombre de “baños portátiles”.
En el campo, algunos de los recursos tradicionales son infinitamente preferidos antes que el uso de baños exiguos y malolientes. La población rural se resiste a menudo a la idea de contar con un baño doméstico: la gente está en cambio más proclive a alejar la materia en cuestión lo más posible de su lugar de vida. En el pasado, las propiedades secantes y desodorizantes del sol y el viento, conjugadas con el lavado realizado por el flujo y reflujo de las aguas les sirvieron perfectamente. Pero en un mundo donde la densidad de población aumentó considerablemente, la defecación al aire libre se tornó malsana.
Millones de personas contraen enfermedades a causa de las partículas fecales presentes en los campos, en los caminos y las calles, o en las costas de los mares, ríos o arroyos. Los gérmenes patógenos se depositan en los pies, las manos, los alimentos, los utensilios de cocina, los recipientes y la ropa, y son luego ingeridos tanto por los bañistas que utilizan los lagos y estanques para sus abluciones, como por los niños que juegan allí.
Cada año, más de un millón y medio de niños pequeños pierden la vida a causa de infecciones diarreicas. Otros millones sufren periódicamente accesos de fiebre y dolores de estómago que los hacen faltar a la escuela, afectan su crecimiento y absorben los cuidados maternos y los recursos familiares. Las infecciones parasitarias, debidas al contacto de los pies desnudos con la materia fecal, son aún más frecuentes y suman cada año más de 133 millones de casos. El ascáride, un gusano redondo que se instala en los intestinos, puede absorber un tercio de los alimentos que ingiere un niño, y suele además causar asma. Un niño que vive en un entorno muy degradado puede ser portador de un millar de parásitos al mismo tiempo.
Sin embargo, aun cuando las consecuencias para la salud de un inadecuado sistema de saneamiento susciten la preocupación de los poderes públicos, el baño sigue siendo percibido por la población como una comodidad personal más que como una ayuda sanitaria. A medida que la urbanización avanza, se vuelve mucho más difícil aislarse para hacer discretamente sus necesidades, más aun cuando no existen instalaciones destinadas a este uso. La ausencia de intimidad crea una demanda entre las poblaciones más pobres, particularmente entre aquellas que comienzan a ascender en la escala social. Los baños son una marca de la modernidad buscada, al igual que el televisor; incluso en un hogar modesto.
La necesidad de un baño o una simple ducha y cañerías para evacuar las aguas residuales conduce al mismo tiempo a una demanda de “bienes de equipamiento para el hogar” similar a la que los europeos conocieron hace más de un siglo. No hay compromiso ni recursos por parte de las colectividades locales: no se dio ningún impulso en ese sentido, ni por parte de las personalidades influyentes de las clases dirigentes ni de los consumidores.
Quienes brindan ayuda tienen su parte de responsabilidad en este estado de situación. Si bien se asignan cada año 13.000 millones de dólares a programas para el agua, sólo 1.000 millones se destinan a instalaciones sanitarias (3). En programas denominados “agua y saneamiento”, omiten con frecuencia asignar presupuestos para la educación sanitaria, la promoción del uso de baños o la construcción de sistemas de evacuación de aguas y excrementos, de manera que la palabra “saneamiento” es allí puramente decorativa. Cuando Naciones Unidas definió en el año 2000 los objetivos del milenio para el desarrollo, el saneamiento lisa y llanamente no figuraba. No fue sino después de un intenso lobby durante la Segunda Cumbre de la Tierra –llevada a cabo en 2002 en Johannesburgo– que se decidió agregar el objetivo de reducir a la mitad, de aquí a 2015, el porcentaje de quienes, en 1990, no tenían acceso a la infraestructura sanitaria básica. Ahora bien, según UNICEF, existen pocas esperanzas de que este modesto objetivo se alcance; quedarían aún 1.800 millones de personas del otro lado de la línea divisoria.
Tecnologías alternativas
La lentitud –financiera, política, institucional, promocional– de los progresos en materia sanitaria condujo a Naciones Unidas a designar el 2008 como el “Año Internacional del Saneamiento” (AIS). Se obtuvieron pocos resultados. El suministro de agua y el saneamiento fueron finalmente separados en las políticas de quienes toman las decisiones.
En numerosas regiones del mundo los baños que se prevé instalar en las zonas más pobres no pueden recibir agua ni disponer de caños de evacuación. Ni los habitantes ni las autoridades locales tienen los medios para invertir en cañerías ni en fosas sépticas y menos aún en sistemas de evacuación y tratamiento de las materias evacuadas. Un buen número de países de África y Medio Oriente (al igual que India y China) padecen grandes restricciones de agua. En consecuencia, el saneamiento universal está condenado al fracaso.
Tal como suele suceder cuando se aborda un problema ignorado durante mucho tiempo, el AIS dio a conocer, por un lado, los progresos educativos y tecnológicos que permanecían ocultos y, por el otro, situaciones mucho peores que las imaginadas.
Tomar en cuenta a las poblaciones que habitan en viviendas “ilegales” condujo a que se elevara el número de personas en condiciones de vida extremadamente malas. Por temor a dañar su imagen turística, numerosos países adquirieron además el hábito de subestimar los casos de cólera, lo cual es tanto más fácil cuando, tratándose de una “enfermedad sucia”, la vergüenza incita a muchos enfermos a sufrirla en silencio (4).
Antes de comprobar el menor progreso en el frente sanitario, es necesario promover tecnologías alternativas menos costosas, más fáciles de instalar y mantener que los sistemas convencionales de cloacas domésticas utilizados en el mundo industrializado y los barrios ricos. ♦
La Gran Peste de Londres
En 1858, un caluroso verano reducía el Támesis a una suerte de cloaca repugnante. El entusiasmo general por los baños con cisterna que acababan de inventarse había convertido a Londres en una gran cloaca a cielo abierto. Las emanaciones eran tan insoportables que los tribunales ribereños se veían obligados a acortar sus sesiones. Londres, al igual que otras ciudades europeas de la época, sufría regularmente epidemias de cólera, y todavía se creía que los “miasmas” contenidos en el aire eran los responsables de la propagación de la enfermedad.
La convicción de que la Peste era “infecciosa” tuvo un efecto notable en la eficacia de los miembros del Parlamento: como las ventanas y terrazas del Palacio de Westminster daban a la ribera norte del río, aprobaron rápidamente un presupuesto especial de tres millones de libras –algo nunca visto– para la remodelación de las cloacas.
Se autorizó al Metropolitan Board of Works (1) a intervenir en todos los distritos bajo la dirección del ingeniero Joseph Bazalgette. Esto significó, junto con la legislación en materia de salud pública y la reforma de la administración local, un progreso sanitario y el comienzo de una revolución del sistema de salud pública en todo Reino Unido, que se extendió luego a Europa y América del Norte en plena industrialización. ♦

(1) El Metropolitan Board of Works (MBW) fue el principal organismo gubernamental de Londres, desde 1855 hasta la fundación del London County Council en 1889. Su principal responsabilidad era ocuparse de la infraestructura necesaria para el rápido crecimiento de la ciudad.
Las cloacas no son la panacea
Desde el lanzamiento en los años 80 de la campaña de Naciones Unidas “Agua y saneamiento para todos”, los pioneros de la higiene encontraron, sin hacer ruido, algunas soluciones sanitarias de bajo costo y poco consumo de agua. Mejoraron la “letrina” común para que fuera más agradable, más limpia y su contenido, compostable o biodegradable.

Los ambientalistas recomiendan el “saneamiento ecológico” para reciclar como fertilizantes los nutrientes presentes en las excreciones, algo que no resulta agradable para todos pero que, sin embargo, es bien recibido en algunas sociedades, especialmente en Escandinavia y el Sudeste Asiático. Los baños sin conexión –menos atractivos que los inodoros de porcelana inmaculada, pero decentes y utilizables– se presentan actualmente en diferentes variantes, según los gustos y el bolsillo de los consumidores, a partir de un precio de aproximadamente quince euros. Algunos modelos incluyen una junta hidráulica y deben limpiarse manualmente echando un balde de agua. Los baños secos pueden, en cambio, funcionar con cenizas vertidas para cubrir las deyecciones y poseen un sistema de ventilación para evitar los olores.
Existen también sistemas de cloacas modificadas, un poco más costosos, con cañerías de diámetro pequeño y una configuración simple, que se construyen en algunas zonas periurbanas.
En consecuencia, la elección de los tipos de baños que puedan ofrecerse allí donde es imposible instalar cloacas –zonas rurales donde viven 2.000 millones de personas “incomunicadas” y un gran número de villas miseria– ya no es un problema insalvable.
Los modelos se mejoran constantemente para convencer y seducir más a los consumidores: los inodoros se fabrican en plástico de color, los caños de ventilación son menos costosos y las tapas y productos de limpieza se venden en el mercado.
Sin embargo, teniendo en cuenta la pobreza de la gran mayoría de la gente que carece de baños, el papel de las autoridades y los usuarios respecto del pago de los equipos y los servicios sanitarios puso en grandes problemas a quienes toman las decisiones.
Con la revolución sanitaria del siglo XIX resultó evidente que si la extensión de la red cloacal quedaba librada enteramente al mercado, quienes vivían en los barrios más pobres de las ciudades no contarían con esos equipos. Las municipalidades y las autoridades sanitarias ayudaron de común acuerdo a financiar, si no los inodoros o las conexiones a los hogares, al menos la construcción de las cloacas y los servicios de evacuación o tratamiento. Actualmente, las comodidades in situ incluyen a la vez un baño y una fosa o un reservorio para la materia fecal.
Aun cuando lograran equiparse de baños con una fosa o un reservorio para sólidos, parecería injusto pedirles a los pobres que asuman la totalidad de los gastos relacionados con el desagüe y la evacuación, más aun cuando esos servicios están subsidiados para quienes viven en lugares equipados con cloacas de alta gama. En muchos programas de saneamiento de los países pobres, los aportantes de fondos han financiado todo, incluso baños costosos que, ubicados en las viviendas como templos, nunca fueron utilizados para el uso previsto. En el extremo opuesto, algunos sostienen que si la gente no paga por su propio equipo sanitario, no tiene la sensación de haberlo elegido realmente y en consecuencia no lo utiliza.
Ahora bien, los baños representan ante todo una mejora en el confort de la vivienda, y es en ese sentido que encontrarán su lugar. El desafío es permitir que artesanos, fabricantes locales e incluso los tradicionales limpiadores de fosas y baldes participen en una nueva economía sanitaria, respetable y rentable. En India, Indonesia y otros lugares del mundo existen ejemplos de centros de producción donde hombres y mujeres jóvenes fabrican sanitarios y viven de su venta, entrega e instalación.
La recolección, el reciclaje y la eliminación de los residuos –incluso la instalación de incineradores locales, plantas de tratamiento, digestores aeróbicos y desagües cloacales de pequeño porte– pueden constituir una actividad económica viable, a condición de obtener un financiamiento inicial, que puede ser provisto por los aportantes de fondos y las autoridades.
La excusa esgrimida a menudo por los responsables políticos y los planificadores para explicar la escasa energía invertida en los sistemas de saneamiento, en comparación con el suministro de agua, es que este último se sostiene a partir de la demanda popular, mientras que nadie reclama que se eliminen los excrementos. Esto se explica sin embargo porque el tema sigue siendo tabú, y no por el hecho de que la gente –en particular las mujeres– no sienta la necesidad de hacerlo.
Está surgiendo, sin embargo, una verdadera demanda de baños decentes motivada no por cuestiones de salud sino por la aspiración a la dignidad, el confort, la intimidad, la seguridad para mujeres y niños y, para los hombres, un mejor estatus social. Esta exigencia encuentra probablemente su expresión con mayor frecuencia en las zonas urbanas superpobladas que en las rurales.
En una ciudad de Tamil Nadu (India), un fondo de 200.000 dólares se puso a disposición de grupos de mujeres para proyectos de modernización de letrinas. Estos grupos tenían ya gran experiencia en materia de microcréditos y sus miembros estaban acostumbrados a ayudarse mutuamente para asegurar el reembolso de sus préstamos. En muy poco tiempo, gracias a los bancos comerciales locales y al ahorro de sus miembros, estas mujeres lograron movilizar 1,1 millones de dólares, aumentando así significativamente el número de sus beneficiarios. ♦
REFERENCIAS
1 Sam Phiri, “Zambia: Lusaka declares war against malaria, cholera”, Times of Zambia, Lusaka, 27-10-09.2 BBC News, “World Bank loans India $1bn for Ganges river clean up”, Londres, 3-12-09.3 Global Water Partnership, “Towards Water Security: A Framework for Action”, Estocolmo, 2000.4 Boletín de la Organización Mundial de la Salud, Vol. 87, Ginebra, diciembre de 2009.
*Autora, junto con Ben Fawcett, de The Last Taboo: Opening the Door on the Global Sanitation Crisis, Earthscan, Londres, 2008.