martes, 19 de enero de 2010

Hacia una nueva ética global

01/2010 por Oswaldo de Rivero*

Desafíos del nuevo milenio
Hacia una nueva ética global
La historia del hombre es el recuento de su propia crueldad.
Así como deben erradicarse las guerras, hay que sancionar a quienes violen los derechos humanos universalmente aceptados.
Así, también, debe generarse una ética mundial que parta de una ética personal de cada miembro de la especie.
Si examinamos la historia del homo sapiens y lo hacemos sin narcisismo tenemos que concluir que sigue siendo un depredador de su propia especie.
La tendencia de los humanos a la depredación de sus semejantes se ha manifestado sin pausa durante los últimos 10 mil años de civilización en todos los sistemas socio-políticos. Todas las culturas han racionalizado y glorificado el más alto exponente de depredación humana, la guerra.

Las raíces de esta constante depredadora se encontrarían en una tendencia instintiva del homo sapiens a considerar a su propio grupo (familia, tribu clan, etnia, nación, religión o cultura) diferente y superior a otros grupos humanos y dividir así nuestra propia especie entre nosotros y ellos.
Los humanos tienen una tendencia instintiva, a lo que en biología se llama seudoespeciación, que consiste en tratar a individuos de la misma especia, como si fueran de una especie distinta.
Esta tendencia, cuando no está controlada, permite no compartir nuestra humanidad con otros seres humanos, que son diferentes o rivales, hasta llegar a depredarlos con crímenes de lesa humanidad que van desde la discriminación hasta el genocidio.
A partir de la iluminación, el racionalismo occidental creyó que esta tendencia depredadora del hombre podría ser controlada logrando sociedades justas.
Desde entonces la conquista de la felicidad se va a convertir en occidente en el arte revolucionario de organizar sociedades justas. Las primeras tentativas fueron la revolución americana y francesa, de allí comenzó a emerger el moderno concepto de ingeniería político-social que inspiró más tarde la revolución totalitaria bolchevique, el delirio de la revolución cultural china y otras revoluciones.
Paradójicamente, a partir del nacimiento de la idea de ingeniería político-social para desarrollar sociedades justas la tendencia depredadora humana, que se quería controlar, se descontroló aun más porque los ingenieros político-sociales se volvieron enemigos mortales por tener proyectos de felicidad rivales, como fue el caso entre el capitalismo y el comunismo,

La guerra ideológica entre capitalismo y comunismo no fue en verdad un conflicto entre dos ideologías distintas sino más bien, una suerte de guerra civil entre dos enfoques extremos de la misma ideología occidental de la búsqueda de la sociedad justa, a través del progreso material, diseminado a partir de la revolución industrial.
Tanto el capitalismo como el comunismo son así dos confecciones occidentales salidas de las factorías de la revolución industrial.
El capitalismo representaba el enfoque individualista y democrático basado en el mercado e inspirado sobre todo en la filosofía liberal anglosajona, el comunismo el enfoque colectivista, autoritario y dialéctico de la filosofía alemana.

Sin duda el enfoque totalitario comunista fue más depredador que el enfoque democrático capitalista porque ni siquiera reconoció el derecho de las personas para dudar del proyecto de felicidad colectivista.
Sin embargo, el miedo al comunismo moderó la actitud depredadora del capitalismo obligándolo a instituir la protección social y dar independencia a los pueblos que colonizaba.
Al final, la depredación totalitaria del comunismo fue produciendo su propio atraso tecnológico. No pudo crear el progreso material que prometía y sus propios dirigentes admitieron que el sistema era inviable.
El triunfo de la vertiente capitalista de la ideología del progreso material no ha significado que estemos entrando en un nuevo orden ético global que controle la seudoespeciación entre humanos y la depredación del planeta.
Todo lo contrario, hoy estamos frente a una globalización que no puede controlar la violación de los derechos humanos y que persigue la felicidad material con darwinismo social, corrupción, especulación y patrones de consumo insostenibles para el planeta.

Para progresar hacia una ética de dimensión planetaria que controle la seudoespeciación es indispensable abandonar toda pretensión de ingeniería político-social. La idea de lograr una sociedad justa nacional o internacional es una falacia heredada del siglo de las luces que ha producido millones de sacrificios humanos y ante la cual debemos ser escépticos. La condición humana no es sufrir todo el tiempo, pero tampoco vivir el cielo en la tierra.
Una nueva ética global podrá reducir notablemente nuestra tendencia a depredar otros seres humanos y hacer más decente la vida pero de ningún modo podrá ser el fin de la historia con una sociedad perfecta y feliz.
Un cierto escepticismo sobre la ingeniería sociopolítica y una gran tolerancia frente a las diferentes culturas del mundo es lo primero que debe cultivarse para avanzar hacia una ética planetaria.
Sin embargo, esta tolerancia no debe llegar hasta un relativismo cultural que termine por hacer perder sentido ético al concepto de humanidad. La tolerancia cultural no puede llegar hasta el punto de estar a favor de la libertad política, y al mismo tiempo respetar que otras culturas repriman el derecho de opinión, tengan campos de concentración o torturen. Una tolerancia de esta naturaleza sería un absurdo moral.

Debe haber entonces un conjunto de valores humanos comunes que deben protegerse dentro de cualquier cultura y cuya violación constituya crímenes de lesa inhumanidad.
Un conjunto de valores que nos identifiquen, pesar de la diversidad de cultural, que nos identifiquen como una sola civilización humana planetaria.
Este conjunto de valores existe y han sido aceptados por la comunidad internacional en la Declaración Universal de Derechos Humanos y en otros pactos de la misma naturaleza establecidos en las Naciones Unidas y en el mundo.
La tarea ética global en los próximos años implica hacer que estos derechos tengan respaldo penal, que sus violadores sean sancionados por el Tribunal Penal Internacional.
Así como se globaliza la economía debe globalizarse la justicia defendiendo el conjunto de valores y derechos que hacen que constituyamos la humanidad.
El castigo de los violadores de derechos humanos es indispensable para lograr una conciencia efectiva de pertenecer a una sola humanidad y hacer emanar un nuevo orden ético planetario que castigue la seudoespeciación.
Sin embargo, la sola sanción judicial internacional no es suficiente: se necesita además un mínimo de fuerza pública internacional para disuadir las violaciones masivas de los derechos humanos y los genocidios. La nueva ética global debe apoyarse en una fuerza pública internacional permanente, de despliegue rápido, que dependa del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o de un nuevo mecanismo creado para estos fines.
Frente al gran desarrollo de la ciencia y la tecnología se necesita también un nuevo orden ético que fiscalice los progresos científicos que no guardan vinculación con las urgentes necesidades de la humanidad.
En los últimos treinta años actividades científicas como la astrofísica, las expediciones al sistema solar, la creación de una costosa estación espacial internacional, los proyectados viajes a la Luna absorben enormes recursos económicos que servirían para aliviar las deplorables condiciones de vida que existen hoy en la Tierra.

Ante tantos recursos gastados en la exploración a Marte deberíamos preguntarnos si acaso existe más hambre en ese planeta que en la Tierra. Ante tanto recurso gastado en la exploración del sistema solar deberíamos preguntarnos por qué no implantar una moratoria de estas expediciones para erradicar la falta de agua en nuestro planeta.

Otra tarea ética global es revertir el darwinismo de la especulativa economía global que pretende hacer del mercado una ley natural, éticamente neutra, como la ley de la selección natural que decide que personas, empresa o naciones son aptos o no para sobrevivir, sin interesar el desempleo, la pobreza o la ecología.

Para moralizar esta situación se han presentado iniciativas destinadas a controlar el vasto casino especulativo global y también muchas inversiones transnacionales que han transformado el mundo en un vasto taller con salarios muy bajos y condiciones de trabajo inaceptables.
El instrumento moralizador sugerido ha sido una fiscalidad mundial compuesta por dos tributos. El primero a las transacciones financieras y el segundo a las empresas transnacionales que no observen condiciones decentes de trabajo.

Todas estas medidas si se hacen efectivas ayudarán sin duda a corregir la amoralidad de la globalización, pero no resuelven el gran problema ético de nuestra era que es la inviabilidad ecológica de nuestra civilización. En efecto, en el mundo hoy existen muchas culturas pero todas tienen en común una sola civilización urbana global que se expande imparable por todo el planeta con patrones de consumo que destruyen y los recursos no renovables para la vida y recalientan peligrosamente el planeta.
Gran parte de los políticos no comprende que la actual crisis no es solo una grandiosa recesión económica sino la crisis de un estilo de vida urbano global consumista que es económica y ecológicamente insostenible porque crea enormes deudas privadas y públicas, contaminan el aire, crea escasez de agua, de alimentos y recalienta peligrosamente el planeta.

Esta crisis es diferente porque por primera vez la Tierra le ha dicho no a este estilo global de vida urbana advirtiendo, a través de los miles de científicos del Panel sobre Cambio Climático (IPCC) que si recalentamos el clima dos grados centígrados más nuestra especie tendrá muy serios problemas de supervivencia.
Y es por esto que esta crisis planetaria es un desafío totalmente nuevo porque ahora todos estamos en el Titanic y si no cambiamos rumbo antes del año 2015 nuestra especie tendrá graves problemas para adaptarse a un planeta nuevo, mucho más hostil.
Muy poco sirven por eso las negociaciones defendiendo intereses nacionales que el planeta no contempla ni negocia.
Los gobiernos de los países industriales en la a Conferencia de Copenhague ignoraron esto.
Se comportaron como si no son los responsables del cambio climático y como si éste fuera un asunto de negociación entre ellos.
No comprendieron que el planeta no negocia, que según los científicos del IPCC, solo tenemos hasta el 2015 para que los países más ricos fijen metas para reducir radicalmente sus emisiones.
Si no las fija nuestra especie vivirá en un planeta distinto y comenzara a tener muy graves problemas de adaptación y supervivencia.
Los pobres resultados de Copenhague muestran que los líderes del mundo siguen comportándose éticamente bajo el principio de la razón de estado no han comprendido que se necesita un cambio ético global donde los intereses de la humanidad primen sobre la parroquial defensa de “intereses nacionales”, que en verdad no lo son, porque el cambio climático va también a afectar seriamente a sus propios países por más ricos que sean.
De esta manera, al comenzar el tercer milenio el gran progreso material logrado durante el siglo XX no tiene todavía una ética global que lo guíe.
Nuestra civilización sigue seudoespeciando, no ha podido evitar masivas violaciones de los derechos humanos, conflictos armados y genocidios.
También sigue divorciando gran parte de la ciencia de las urgentes necesidades humanas y además hasta ahora no ha logrado hacer compatible la economía de la ecología. Por ello, nada es más pertinente hoy que las palabras de Albert Einstein: “la única cura contra el daño causado por el progreso es el progreso ético de uno mismo”.

Sin dudas, no puede haber progreso ético global sin progreso ético personal. Toda ética comienza con una adaptación personal ante los desafíos que nos plantea nuestra supervivencia. La nueva ética global surgirá del imperativo ético personal de no tratar al otro como si fuera una especie diferente. También de perder la fascinación por todo progreso científico que es indiferente a las miserias de la humanidad. Y sobre todo, del autocontrol de nuestra tendencia constante a la gratificación instantánea de nuevas y continúas necesidades materiales que son ecológicamente insostenibles.
El autocontrol personal de nuestro instinto depredador no es ninguna novedad, ha sido predicado por filosofías y religiones milenarias sin mucho éxito. Sin embargo, ahora es distinto: el planeta ha intervenido. Los indicios de grandes catástrofes ecológicas, como la desaparición de los glaciales, la escasez de agua y el aumento del nivel de los mares ya está haciendo surgir el autocontrol individual de nuestra tendencia a la gratificaron material instantánea. Este comportamiento, si es que no somos una especie autodestructiva, presionará a los gobiernos y se ira convirtiendo en una nueva ética global que irá llenando el vacío espiritual que nos dejó el materialista siglo XX.
REFERENCIAS
* Ex Embajador del Perú ante Naciones Unidas. Miembro del Consejo Editorial de Le Monde diplomatique, edición peruana.