lunes, 3 de mayo de 2010

Punto a favor de la corrupción Por: Ernesto Velit Granda Analista político


QUIÉN GANA Y QUIÉN PIERDE
3 de Mayo del 2010

Las graves denuncias sobre actos ilícitos perpetrados por personas pertenecientes al entorno del poder, y al poder mismo, parecieran colocarnos como un país al borde del colapso moral.
El nivel de corrupción que invade la administración del Estado nos aleja cada vez más de lo que modernamente debería ser una nación civilizada. El país se desinstitucionaliza en forma acelerada, la cultura de la corrupción está creando un nuevo lenguaje en nuestra sociedad y las reservas morales, donde siempre se concentraron nuestras mejores energías sociales y políticas, hace rato que comenzaron a debilitarse.
La democracia ha entrado en un proceso de verdadera contradicción, impulsada desde abajo por los sectores populares y medios y asfixiada desde arriba por un poder que pareciera haber renunciado a sus más elementales responsabilidades. Y, por si esto fuera poco, los partidos políticos, cuya tarea principal se debe orientar a preservar y fortalecer la democracia, viven la ebriedad electoral como única preocupación dando señales de agotamiento frente a los embates del poder cuestionado.
Son los medios de información la única trinchera desde donde se puede reclamar el ejercicio de la ética y la moral en la conducta política. Los valores, que siempre fueron sustento de la vida en sociedad y control instintivo ante las tentaciones, resultan hoy elementos en extinción ante una clase política dominada por la monocultura y sin más horizonte que capturar el poder para hacer lo mismo que los que hoy lo disfrutan.
El Poder Judicial perdió, hace tiempo, su condición de recinto de la justicia. Perdió, también, esa dimensión de conciencia de la nación y ha llegado a la condición de ser difícil de categorizar moralmente.
Durkheim decía que la anomia es ese estado previo al suicidio, es ese comportamiento que afecta al sistema total y en el que el conjunto de valores y la jerarquía moral han desaparecido. Creo que estamos muy cerca de esta situación. No hay mañana en que los diarios no nos traigan una denuncia de corrupción procedente de las esferas del Gobierno.
Ya dijo alguien que lo que sucede es que la democracia está corrupta y esto es tan grave en la medida en que debería ser ella la que nos proporcione los elementos para combatir la corrupción.
Este “cleptocapitalismo”, como lo llama Osvaldo de Rivero, compromete a personas e instituciones, socava las bases mismas del Estado y la sociedad, atrapa a los partidos, asfixia a la justicia y pone a la vergüenza nacional en el centro mismo de la vida política.
Los casos denunciados de corrupción son generalmente la punta del iceberg de delitos mucho más grandes y al amparo de los cuales algunas elites del poder realizan sus negocios a espaldas del pueblo y eludiendo los controles legales establecidos. Lo hacen con la confianza de tener una justicia que se colude fácilmente con el delito, que no revisa ni actualiza sus sanciones, que muestra una tolerancia que tiene visos de complicidad.
La corrupción se ha convertido, entre nosotros, en parte del comportamiento cotidiano de personas e instituciones y nos impide llegar a ser un Estado de derecho. La crisis deontológica que vive el país ensombrece la vida de los ciudadanos y pone en riesgo los comportamientos éticos y morales de toda la sociedad. Combatirla debería ser tarea del Estado y de los ciudadanos. Pero comprometer al Gobierno en la misión es igual que poner al gato de despensero.