Debo confesar que desconfío de aquellos que nos dicen que la labor de un científico social es explicar “por qué las cosas son como son”. Habría que preguntarse qué cosa es “como son” y si la realidad es “como es”. Diera la impresión que la realidad social (subrayo social) es una (o única) y que el trabajo del científico social consistiría en ser un simple notario de unos hechos de los cuales tendría que dar cuenta.
Este es un viejo debate y, por lo tanto, un viejo problema. Thomas Hobbes (inglés y autor del famoso libro El Leviatán) ya en el siglo XVII decía algo muy importante al respecto: “En efecto, verdad y falsedad son atributos del lenguaje y no de las cosas. Y donde no hay lenguaje no existe verdad y falsedad”. Para este autor, la verdad consiste “en la correcta ordenación de los nombres en nuestras afirmaciones….”, es decir, en la capacidad de ordenar un conjunto de hechos que son percibidos como caóticos.
Por eso es importante diferenciar lo que es sentir de conocer. El primero puede ser definido como una sucesión caótica de hechos que nuestros sentidos perciben. El segundo, como la capacidad de ordenar, a través del lenguaje, estos hechos que percibimos. El lenguaje, finalmente, crea la realidad (social) puesto que la ordena, esto es, la significa y le da sentido. Hay que decir además que como el lenguaje es artificial, ello supone un acuerdo entre los individuos.
Con ello quiero decir que debemos dejar de lado dos cosas si queremos procesar un debate serio: por un lado, esta suerte de oficio de notario que busca dar cuenta de una “realidad”, y por el otro, este “objetivismo” de que las cosas son como son porque la realidad es supuestamente única y se construye al margen de las voluntades de los individuos. Si así fuera, por ejemplo, no tendría sentido en la sociología el famoso teorema de Thomas (1928) que nos dice: “Si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”.
Todo ello no es, por cierto, una invitación al relativismo y menos a un eclecticismo. Los científicos sociales lo que enuncian es una suerte de “verdad” que no es la única ni la mejor porque otros también enunciarán sus verdades. Es cierto que este debate se da en un marco de “razonabilidad”. Nadie está invitando a que se enuncie el disparate o que se deje de lado metodologías y teorías; los enunciados para que sean aceptables deben ser consistentes. Por eso un científico social debería ser un poco más humilde y decir: aquí les presento mi punto de vista que es distinto a otros puntos de vista sobre tal tema o sobre tal hecho.
De otro lado, este debate se hace aún más complejo cuando hablamos de política. Qué es una verdad en política. Explicar la realidad tal “como es” para ganar seguidores o, más bien, establecer nexos comunicativos con los otros para construir con ellos no solo una verdad social o compartida sino también una voluntad pública (política) capaz de transformar o mantener una “realidad” (según la opción que tengamos).
Lo que diferencia a un político de un científico social no es, por tanto, la “objetividad” sino más bien algo muy distinto: mientras que el político busca explicar la “realidad” para crear una voluntad pública (mediante la comunicación) para así transformar o mantener esa realidad, el científico social explica esa “realidad” pero no tiene (o no tendría) intención de crear una voluntad pública orientada a la acción política.
Por eso creo que el problema no es tanto la objetividad de los científicos sociales sino más bien otro: la permanente invasión de los científicos sociales (y politólogos) –que carecen de responsabilidades políticas– en el campo de la política. Dicho en otros términos: asumir un comportamiento (y un discurso) político con la vestimenta del científico social o del académico “neutral”.
Este es un viejo debate y, por lo tanto, un viejo problema. Thomas Hobbes (inglés y autor del famoso libro El Leviatán) ya en el siglo XVII decía algo muy importante al respecto: “En efecto, verdad y falsedad son atributos del lenguaje y no de las cosas. Y donde no hay lenguaje no existe verdad y falsedad”. Para este autor, la verdad consiste “en la correcta ordenación de los nombres en nuestras afirmaciones….”, es decir, en la capacidad de ordenar un conjunto de hechos que son percibidos como caóticos.
Por eso es importante diferenciar lo que es sentir de conocer. El primero puede ser definido como una sucesión caótica de hechos que nuestros sentidos perciben. El segundo, como la capacidad de ordenar, a través del lenguaje, estos hechos que percibimos. El lenguaje, finalmente, crea la realidad (social) puesto que la ordena, esto es, la significa y le da sentido. Hay que decir además que como el lenguaje es artificial, ello supone un acuerdo entre los individuos.
Con ello quiero decir que debemos dejar de lado dos cosas si queremos procesar un debate serio: por un lado, esta suerte de oficio de notario que busca dar cuenta de una “realidad”, y por el otro, este “objetivismo” de que las cosas son como son porque la realidad es supuestamente única y se construye al margen de las voluntades de los individuos. Si así fuera, por ejemplo, no tendría sentido en la sociología el famoso teorema de Thomas (1928) que nos dice: “Si las personas definen las situaciones como reales, estas son reales en sus consecuencias”.
Todo ello no es, por cierto, una invitación al relativismo y menos a un eclecticismo. Los científicos sociales lo que enuncian es una suerte de “verdad” que no es la única ni la mejor porque otros también enunciarán sus verdades. Es cierto que este debate se da en un marco de “razonabilidad”. Nadie está invitando a que se enuncie el disparate o que se deje de lado metodologías y teorías; los enunciados para que sean aceptables deben ser consistentes. Por eso un científico social debería ser un poco más humilde y decir: aquí les presento mi punto de vista que es distinto a otros puntos de vista sobre tal tema o sobre tal hecho.
De otro lado, este debate se hace aún más complejo cuando hablamos de política. Qué es una verdad en política. Explicar la realidad tal “como es” para ganar seguidores o, más bien, establecer nexos comunicativos con los otros para construir con ellos no solo una verdad social o compartida sino también una voluntad pública (política) capaz de transformar o mantener una “realidad” (según la opción que tengamos).
Lo que diferencia a un político de un científico social no es, por tanto, la “objetividad” sino más bien algo muy distinto: mientras que el político busca explicar la “realidad” para crear una voluntad pública (mediante la comunicación) para así transformar o mantener esa realidad, el científico social explica esa “realidad” pero no tiene (o no tendría) intención de crear una voluntad pública orientada a la acción política.
Por eso creo que el problema no es tanto la objetividad de los científicos sociales sino más bien otro: la permanente invasión de los científicos sociales (y politólogos) –que carecen de responsabilidades políticas– en el campo de la política. Dicho en otros términos: asumir un comportamiento (y un discurso) político con la vestimenta del científico social o del académico “neutral”.