Apareció recientemente el libro La transición inconclusa. De la década autoritaria al nacimiento del pueblo, de Alberto Adrianzén (Lima, Otra Mirada, 2009). Libro complejo y valioso que abre muchos temas de discusión.
Difícil resumir el planteamiento central, que parte de una discusión sobre las relaciones entre democracia, autoritarismo y capitalismo. Analiza luego la dictadura militar 1968-1980, la transición, la década de los 80, el fujimorismo, su colapso, la transición con Paniagua y Toledo, y la situación actual. Al inicio el autor plantea que existiría una suerte de incompatibilidad, o cuando menos una fuerte tensión, entre el capitalismo, basado en una dominación de clase, y el principio de igualdad esencial a la democracia. En este marco, los Estados populistas habrían buscado superar esa incompatibilidad con políticas de integración “desde arriba”, que quedaron truncas, como las del velasquismo; más adelante, en las transiciones y en las democracias establecidas en nuestros países veríamos de un lado estilos “delegativos”, plebiscitarios de ejercer el poder y, del otro, la aplicación de duras políticas de ajuste neoliberal, con altos costos sociales.
En nuestro país, el fujimorismo sería la máxima expresión de esta incompatibilidad entre economía de mercado y democracia, que llevó a la constitución de un gobierno autoritario neoliberal y corrupto, legitimado de manera clientelística. Con Paniagua y Toledo se abrió la posibilidad de un gran cambio, de una “refundación republicana”, que conciliara liberalismo con democracia, pero quedó trunca.
¿Qué se deduce de este diagnóstico? Que consolidar la democracia, llevar a buen puerto la transición, requiere cuestionar tanto el modelo económico como formas elitistas de democracia; desde este ángulo, lo que sucede en Venezuela, Ecuador o Bolivia serían diferentes formas de cumplir con las promesas pendientes de la democracia. Estaríamos viviendo un “momento constitucional” en el que mediante “poderes constituyentes originarios” (no “derivados”, propios de un constitucionalismo liberal), se puede dar lugar a un “nacimiento del pueblo”, liberado de ataduras que lo oprimen, en donde el nacionalismo es un componente importante.
Hay aquí muchos temas de debate. Privilegio uno que me parece central, referido a la conciliación entre democracia y liberalismo.
El autor los plantea como incompatibles, cuando en el mundo en general han demostrado ser una conjunción hegemónica, vía las políticas socialdemócratas; el autor rescata esa posibilidad solamente para ensalzar al gobierno de Paniagua, pero luego la descarta al entusiasmarse un tanto acríticamente con lo que sucede en Venezuela, Ecuador y Bolivia. Es inevitable relacionar los planteamientos del libro con el reciente respaldo de Adrianzén, junto a otros profesionales, a la candidatura presidencial de Ollanta Humala. Seguiré con el tema la próxima semana.