Sáb, 15/05/2010
Luego de ver lo sucedido en estos días entre José Barba y Alex Kouri y anteriormente entre Barba y Bayly, uno se pregunta quiénes son en realidad los llamados “antisistema”.
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Es decir, si son aquellos que tienen un discurso radical o si, más bien, son los que desprestigian la política y los partidos.
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Lo que ha hecho Barba de entregarle las siglas de su “partido”, Cambio Radical, a Kouri para que pueda postular a la alcaldía de Lima (como antes hizo con Bayly) confirma que los partidos en el Perú son, hoy por hoy y mayoritariamente, instituciones vacías e inútiles.
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Y esta situación comprueba, además, la inutilidad de la actual legislación electoral.
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Me pregunto si alguna vez, más aún luego del escándalo de la falsificación de firmas del 2005, el órgano pertinente fiscalizó el número de comités de Cambio Radical.
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Sin embargo, lo que hoy sucede con Barba, hay que decirlo, no es patrimonio exclusivo de este político que ha transitado por varios partidos y fundado otros tantos.
Es cierto que el “caso Barba” es extremo. Cambio Radical como partido no existe, es apenas un registro y un membrete, con un único dueño.
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Sospecho que no existe un padrón de afiliados, un Comité Ejecutivo o Comisión Política, como tampoco locales y menos un programa de gobierno.
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Sin embargo, lo que hoy sucede, en general, en las elecciones municipales y regionales es otro ejemplo, realmente notable, donde podemos observar un verdadero tráfico (o trasiego) de candidatos que dejan un partido o movimiento para irse a otro con el argumento de que así pueden ganar las elecciones.
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Quien puso de moda esta idea de que los partidos eran una simple formalidad legal y, por lo tanto, un membrete, y que valían poco como instituciones de la democracia y de la política, fue el propio Alberto Fujimori que en cada elección –sea general o municipal– creaba un partido ad hoc.
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Hoy, por ejemplo, Keiko Fujimori candidatea por Fuerza 2011, dejando de lado a Cambio 90, Vamos Vecinos, Sí Cumple, Alianza para el Futuro, etc.
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Por eso, el caso de Barba y esta facilidad para “prestar” su partido a otros candidatos, así como la instrumentalización que hace el fujimorismo de las organizaciones políticas, y también el tráfico de candidatos municipales o regionales, reflejan claramente no solo los clamorosos vacíos de ley y la descomposición de un sistema político sino también el convencimiento en un sector de la clase política de que en este país la democracia tiene poco valor.
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Es también la transformación de los “partidos”, salvo honrosas excepciones, no solo en simples maquinarias electorales aideológicas y pragmáticas sino también en “aparatos de dominación” de una elite reducida y sin el menor interés por contactarse con los electores, lo que es reforzado por la ausencia de una institucionalidad partidaria real, como sucede en la mayoría de ellos.
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Este es el mejor terreno para que los intereses privados y los lobbies terminen por colonizar el Estado y a los “partidos” vía la corrupción, como lo estamos viendo.
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En un contexto así, las elecciones se convierten para los ciudadanos no en un acto de ejercicio de su libertad de elegir sino más bien en un momento de sujeción o subordinación a una clase política a la que le importan poco las demandas y menos el futuro de esos mismos ciudadanos.
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Los malestares ciudadanos que hoy se tiene con la democracia están asociados directamente a la desazón respecto a los políticos y al manejo que hacen los mismos de las instituciones del régimen democrático.
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La vergonzosa protección que le ha brindado el Congreso recientemente a Carlos Raffo es la confirmación de que cuanto más avanza esta “democracia realmente existente” la política se convierte en una actividad más mafiosa.
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Y si bien se requiere una reforma política urgente que ponga coto a este tráfico político lo que viene sucediendo es, finalmente, la traición de las elites a la democracia como expresión de la voluntad popular.
(*) albertoadrianzen.lamula.pe