La última encuesta nacional de El Comercio, realizada por Ipsos Apoyo S.A., vuelve a poner el dedo en la llaga: a la mayoría de peruanos no les interesa la política, lo cual no es una novedad, pero sí una señal de alerta y de preocupación.
Muchas han sido las razones que se han esgrimido para explicar el porqué de este rechazo hacia lo que constituye la representación y la administración del poder en el Estado para beneficio de todos los ciudadanos.
Sin embargo, todo indica que estamos ante un desinterés que va más allá de factores socioeconómicos, generacionales, geográficos y coyunturales.
Se trata, en realidad, del incremento de la frustración, del escepticismo y el desencanto de peruanos hartos de la política, que se niegan a legitimar a ciertos personajes cuestionados, corruptos o vinculados a hechos delictivos que usan la función pública en beneficio propio y no por la necesidad de servir.
En este sentido, el grado de adhesión de la población a la política seguirá siendo mínima en la medida que los políticos, los partidos y demás agrupaciones —sobre todo aquellas que forman parte de la administración estatal— no cambien radicalmente la imagen negativa que hoy proyectan.
Sin duda, como ha señalado el politólogo Enrique Bernales, hay “una percepción ética por parte de la población que, lamentablemente, muchos de los que están hoy en la política no ven o consideran de un modo superficial”.
No obstante, tal vez las próximas elecciones obliguen a más de una agrupación a cambiar de rumbo. Si no, veamos la expectativa positiva que generó en la capital la convocatoria para luchar contra la corrupción que una candidata a la Municipalidad de Lima sustentó hace algunas semanas.
Más allá de los votos, hay que decir que la insatisfacción de los ciudadanos ofrece alcances de pronóstico reservado. La misma encuesta de Ipsos Apoyo S.A. revela que si la política no convence, tampoco lo logra la conducción del modelo económico actual.
Así, 44% de los consultados expresó que el próximo gobierno debe realizar cambios moderados en la política económica, y 42% dijo que los cambios debían ser radicales.
Como ha puntualizado el economista Carlos Adrianzén, las estadísticas lo revelan: “Nuestro modelo hoy tiene mucho por calibrarse hacia el mercado, la educación y el respeto a la propiedad”.
Evidentemente la consolidación de nuestra cultura política no solo es tarea de los partidos, autoridades y demás estamentos.
Todos tenemos que actuar, desde el lugar donde estemos, como ciudadanos fiscalizadores de la función pública, del manejo de los recursos nacionales y de las medidas que se adoptan en nombre de los peruanos y del país.
Hoy las encuestas revelan que más de un tercio de la población sostiene que lo más importante para ella es el desarrollo económico. En cambio, pocos valoran la importancia de la democracia o de la libertad, como si no hubiéramos aprendido de las prácticas autoritarias que en el pasado reciente sometieron al Perú a los peores vejámenes.
Un mayor compromiso ciudadano puede reducir la corrupción. En este sentido, sopesemos el importante papel que debe cumplir la prensa independiente para fiscalizar la cosa pública.
No obstante, la sociedad civil también tiene que participar. Para ello, es indispensable empoderarla en el proceso de toma de decisiones —para que el poder no esté en pocas manos—, de manera que contribuya a transparentar el quehacer público, al control y al restablecimiento de la confianza ciudadana en sus autoridades.