Lun, 01/02/2010 - 22:31
Primero diría que no todo está destruido.
Primero diría que no todo está destruido.
Vengo de sobrevolar la Pampa de Anta.. y ese alarmismo no es más que fácil de usar en palabras”.
Así dijo García en Cusco, al hacerse presente como Presidente, casi una semana después del desastre. No pidió disculpas por su tardanza y la ineficiencia del manejo estatal, aunque embajadores europeos y latinoamericanos tenían ya días allí evacuando más de 4,000 turistas atrapados.
En su animadversión por el macrosur, que siempre le ha sido políticamente adverso, minimizó la emergencia.
Ésta ha desplomado el turismo y –según Indeci– hay 23,445 damnificados que perdieron todo y otros 37,375 afectados, destruyó más de 4,686 viviendas y afectó seriamente otras 8,000, cientos de comercios y centros laborales, 9 puentes, varios tramos de las carreteras y más de 16,150 de hectáreas de cultivo en Anta, Quispicanchis, Calca, Cusco, La Convención, etc. El fenómeno se ha extendido a Apurímac, arrasando Abancay; a Puno, donde el Ramis inundó más de 7,000 hectáreas de cultivo y más de 1,500 viviendas en Taraco, matando a dos, y sigue.
Le llaman desastre natural, pero es mucho más que eso. Es un desastre que los hombres y las políticas han contribuido a producir.
Primero, por el calentamiento global del planeta, producto de la voracidad por la ganancia del gran capital transnacional y el irrespeto a la naturaleza. Ello llevó a los problemas en la capa de ozono por los gases industriales y de la energía a combustión, la contaminación, el saqueo de recursos naturales y los agronegocios de monocultivo que han empobrecido las tierras, destruido fuentes hídricas y desertificado millones de hectáreas de bosques.
Cambia el clima y facilita las torrenteras y los deslizamientos de tierras, como los que encaran el Cusco y la sierra sur.
El Perú está entre los tres países del mundo más afectados por el cambio climático.
El desastre, que García minimiza, es producto de políticas de Estado que él encabeza y que no cambia. Ausencia de políticas de prevención de desastres y medioambientales adecuadas de un gobierno cooptado y al servicio de las transnacionales extractoras de materias primas y sus socios nacionales.
Un Estado que desprecia el agro nacional no exportador, que detesta la pequeña producción y pretende desaparecerla, así como a las comunidades campesinas y nativas, a las que estigmatiza como atraso y freno al desarrollo que podrían traer las grandes empresas extractivas o de agronegocios de monocultivo a las que fielmente sirve.
¿Acaso no es verdad que si se hubieran desarrollado presas en Pomacanchi, Langui y otros puntos –como se planteó años atrás– se habría podido manejar el 50% de las aguas del Vilcanota y evitado el desastre en el Valle Sagrado? ¿Acaso la carretera Cusco-La Convención y sus defensas no está a medio hacer desde Toledo y ello facilita las torrenteras que hoy la tienen cortada en no menos de tres puntos? ¿Acaso la ausencia de una política de reforestación y apoyo al cultivo de las comunidades no explica las zonas de tierras eriazas que sin vegetación facilitan la circulación de aguas de lluvias y el deslizamiento de tierras que producen aluviones y torrenteras que barren con casas, zonas pobladas y carreteras, y que acrecientan el caudal de los ríos en épocas de lluvia e impiden preservar una napa freática para aprovechar en épocas de seca? No hay duda de que en los desastres ha intervenido la inacción estatal y sus erróneas políticas.
Y en la reconstrucción también lo hará. Una cosa será si hay un Fondo de Reconstrucción del Estado, con administración regional y local, y una firme supervigilancia ciudadana; y otra, si no lo hay y solo se usan los fondos del canon del gas regional ante la desidia del Estado central. Una cosa será si se reactiva una efectiva Asamblea Regional del Cusco para tomar cartas en el asunto y otra si todo queda en manos de Lima o del gobierno regional. Los desastres no son solo naturales, como tampoco las soluciones.