miércoles, 6 de enero de 2010

OUTSIDER

Por: Raúl Wiener Analista

El fenómeno de los outsider está asociado por definición a la crisis de los partidos políticos.
Tiene que ver con el hecho de que una porción sumamente grande de los electores dejó de sentirse representada por las organizaciones constituidas y decidió apostar a lo que más se parecía a un proyecto ajeno y contrario a ellas.
Es un voto subversivo, insolente y aventurero, que se enraíza en la falta de confianza hacia todo lo existente.
En el año 1990 se juntaron los fracasos de la derecha AP-PPC y del APRA en diez años, y la división y autoeliminación como opción electoral de la izquierda, para que emergiera el outsider emblemático que terminó ganando las elecciones al unir el voto de la protesta con el de los partidos que veían a Vargas Llosa y el FREDEMO como el mal mayor.
En el 2000, los peruanos que ya no querían a Fujimori y se sintieron heridos por la manipulación electoral, pero que tampoco habían regresado a los viejos partidos inventaron al segundo outsider, también sin partido ni historia política, que finalmente atrajo apoyos de distintos lados y puso en crisis el proyecto de segunda reelección del sátrapa.
Fue la resistencia contra el resultado electoral que se desató el día de la primera vuelta y que se extendió las siguientes semanas y meses hasta la marcha de los Cuatro Suyos, lo que hirió de muerte al régimen que tardaría unos cuantos meses en caer.
Pero el 2001 Toledo era mucho menos outsider, que el año anterior, lo que no le impidió recoger parte de la imagen de novedad y cambio que traía consigo.
Eso le hizo llegar a la segunda vuelta contra García con un voto propio y uno añadido de sectores de la derecha y la izquierda que veían el más grave riesgo en el regreso del aprismo.
El 2006, estábamos nuevamente en el dilema de elegir entre la derecha y el APRA, como si después de tantas vueltas los partidos tradicionales hubieran simplificado el campo para dominar los resultados y repartirse el poder.
Pero había una gran bolsa de electores que no se sentían identificados con lo que querían mostrar las encuestas como la fotografía adelantada de lo que iba a pasar.
Y así nació y se desarrolló a la velocidad de la espuma la candidatura de Ollanta Humala, el tercer outsider en menos de veinte años.
El que ya no venía con la bandera del “no shock” o la “democracia” de sus precedentes, sino que simbolizaba la protesta por la traición a la transición post dictadura y el continuismo neoliberal.
Este voto ganó sólo la primera vuelta, como ocurrió en los casos anteriores, pero siguió por su cuenta en la segunda vuelta (lo que no pasó en los otros casos) y estuvo a punto de vencer sin aliados.
Obviamente lo que se va a tener que resolver en el 2011 es el balance que hace la parte del país que votó casi a ciegas por García por los miedos que se sembraron contra Ollanta, y si tienen la suficiente mayoría para imponerse.
O si lo que fue 47.5% el 2006 madura como mayoría nacional. Díganme ahora: ¿dónde cabe aquí el outsider aprista del que habla Alan García?