La semana pasada comenté el reciente libro de Alberto Adrianzén, La transición inconclusa, y terminaba diciendo que es inevitable relacionar los planteamientos del mismo con el reciente respaldo del autor, junto a otros profesionales de izquierda, a la candidatura presidencial de Ollanta Humala.
Si el diagnóstico es que de lo que se trata en el Perú de hoy es de romper con la continuidad neoliberal y de refundar la política mediante una asamblea constituyente plenamente soberana; si es que se piensa que la candidatura de Humala es la única opción “realmente existente” y viable después del fracaso de las candidaturas de izquierda en 2006; y si es que se confía en que esta vez se superarán los problemas de una candidatura improvisada, entonces ese respaldo parece lógico.
Lo que suena extraño para mí es que muchos de quienes apoyan hoy a Humala antes trabajaran en los gobiernos de Valentín Paniagua y de Alejandro Toledo (haciéndolo muy bien, dicho sea de paso). ¿Cómo se entiende esto? En su libro Adrianzén señala que con Paniagua habríamos vivido la posibilidad de una “refundación republicana”, un pacto antiautoritario que expresara la “nueva mayoría política” forjada en el combate al fujimorismo; mientras que con Toledo habríamos tenido la continuidad tanto del modelo económico como de viejas prácticas políticas (p. 187-189). Así, de las potencialidades de la transición se justifica el apoyo a Paniagua o Toledo, y de las limitaciones aparecidas conforme avanzó el gobierno de Toledo se justifica el alejamiento de este y el actual apoyo a Humala.
Sin embargo, ¿no suena ingenuo el haber pensado que Toledo haría el tipo de cambios que ahora plantea Ollanta Humala? No me parece justo acusar a Toledo de “traicionar” un programa radical que nunca fue suyo. Esto solo es posible mediante la construcción, un tanto artificiosa, de un “programa de la transición”, respaldado por una ‘mayoría política” que me parece solo existió como proyecto en la cabeza de algunos, pero no en la realidad ni en las intenciones de Paniagua o Toledo. En realidad, me parece que el respaldo a Humala no se deduce de la “transición inconclusa”, sino de la radicalización que han experimentado algunos en los últimos años, al calor de la oposición al actual gobierno de García.
El problema con esto es que parece confirmar un patrón según el cual la izquierda, incapaz de crear partidos propios mínimamente viables, según las coyunturas ingresa y trata de controlar e imponer sus agendas a liderazgos y grupos ajenos, pero los abandonan cuando se debilitan, para buscar nuevos. ¿No sería mejor para la izquierda apostar por un proyecto propio, aunque fuera de largo plazo? Y si no, ¿no habría sido más consecuente integrarse y apostar por fortalecer el Partido Nacionalista? Respaldar una candidatura, pero no un partido, no contribuye a reducir el caudillismo ni a fortalecer nuestras precarias instituciones.