QUE SE VAYAN TODOS ?
Sáb, 10/10/2009 - 21:11
Por Alberto Adrianzén M. (*)
Guillermo O’Donnell en una entrevista hace algunos años decía que las democracias en América Latina no se terminan solamente porque los militares les ponen fin. En algunos casos, afirmaba este politólogo argentino, las democracias también se suicidan. Son los políticos quienes siguiendo una suerte de manual, terminan por tirarse abajo la democracia que costó, como se dice, sangre, sudor y lágrimas.
Un ejemplo notable de ello fue lo que sucedió en Ecuador antes que llegara a la presidencia Rafael Correa. Los políticos, los partidos y el Congreso de ese país no solo tenían uno de los índices más bajos de aprobación de la región sino que también eran, odiados, prácticamente, por la mayoría de los ciudadanos. Ello explica, entre otros factores porqué Correa cuando postuló a la presidencia por primera vez no presentó una lista parlamentaria, más allá de que su propuesta haya sido la convocatoria a una Asamblea Constituyente, lo que a su vez suponía disolver el Congreso.
Algo de ello sucede en este país. El Congreso, el Poder Judicial, los partidos y los políticos, salvo muy pocas excepciones, aparecen hoy como los quintacolumnistas de nuestra precaria democracia. Con ello no solo me refiero a los escándalos sucesivos o, mejor dicho, semanales que el Congreso viene protagonizando. El caso de las congresistas Tula Benites del APRA y Elsa Canchaya de Unidad Nacional es verdaderamente una vergüenza. Mientras que el Ministerio Público opina por liberar de culpa a Benites, el Poder Judicial ha declarado culpable a Canchaya, cuando ambas han cometido prácticamente el mismo delito (malas contrataciones para apropiarse del sueldo de sus empleados). Lo gracioso, porque en realidad todo esto es un chiste, es que el MP ha culpado al Parlamento en el caso Benites y en el caso Canchaya a la propia congresista.
A ello se puede sumar la renuncia del congresista Mekler, que parece inaugurar la temporada de los tránsfugas. No sería extraño que la actitud de este congresista, que más tiene que ver con las próximas elecciones que con una postura principista, sea seguida por otros argumentado lo mismo que antes Torres Caro y ahora el propio Mekler, un supuesto “transfuguismo ideológico”. O, también, alianzas entre un partido de oposición con otro que no lo es. La pregunta, por lo tanto, es muy simple: ¿qué explica estos comportamientos o estas alianzas? Creo que ningún interés político ni ideológico sino más bien personal y clientelístico. Y si a todo ello le sumamos la creciente corrupción el cuadro no puede ser más trágico.
Cuando uno observa estos y otros hechos se pregunta si la única forma que tiene la democracia para operar en este país, es la que estamos viendo ahora. Es decir, esta suerte de suicidio político premeditado. Me temo que la respuesta es sí; y lo peor es que ese poder medra de todo lo que hoy sucede. Dicho de otra manera, el poder no requiere ser democrático para gobernar. Le basta hacer uso (y abuso) de lo que ahora vemos, es decir esta suerte de corrupción de la política. No es, por lo tanto, un poder ni civilizatorio ni democrático. Juega, como los dioses griegos, con las miserias humanas.
Ello es la mejor demostración de la propia incapacidad de la clase política y de las elites para autorreformarse y para reformar el país. Pero también de una democracia que es frágil porque no tiene quién la represente y porque termina por ser un juego de máscaras ante la mirada escéptica (y furiosa) de los ciudadanos. El fracaso del Congreso, pese al esfuerzo de unos pocos, es la mejor demostración de ello. Parte de la solución es que la mayoría de los actuales parlamentarios no sean reelegidos. Pero si ello no viene acompañado de otras medidas como fortalecer los partidos y reformar el Congreso, nos quedaremos a medio camino.
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(*) www.albertoadrianzen.org
Un ejemplo notable de ello fue lo que sucedió en Ecuador antes que llegara a la presidencia Rafael Correa. Los políticos, los partidos y el Congreso de ese país no solo tenían uno de los índices más bajos de aprobación de la región sino que también eran, odiados, prácticamente, por la mayoría de los ciudadanos. Ello explica, entre otros factores porqué Correa cuando postuló a la presidencia por primera vez no presentó una lista parlamentaria, más allá de que su propuesta haya sido la convocatoria a una Asamblea Constituyente, lo que a su vez suponía disolver el Congreso.
Algo de ello sucede en este país. El Congreso, el Poder Judicial, los partidos y los políticos, salvo muy pocas excepciones, aparecen hoy como los quintacolumnistas de nuestra precaria democracia. Con ello no solo me refiero a los escándalos sucesivos o, mejor dicho, semanales que el Congreso viene protagonizando. El caso de las congresistas Tula Benites del APRA y Elsa Canchaya de Unidad Nacional es verdaderamente una vergüenza. Mientras que el Ministerio Público opina por liberar de culpa a Benites, el Poder Judicial ha declarado culpable a Canchaya, cuando ambas han cometido prácticamente el mismo delito (malas contrataciones para apropiarse del sueldo de sus empleados). Lo gracioso, porque en realidad todo esto es un chiste, es que el MP ha culpado al Parlamento en el caso Benites y en el caso Canchaya a la propia congresista.
A ello se puede sumar la renuncia del congresista Mekler, que parece inaugurar la temporada de los tránsfugas. No sería extraño que la actitud de este congresista, que más tiene que ver con las próximas elecciones que con una postura principista, sea seguida por otros argumentado lo mismo que antes Torres Caro y ahora el propio Mekler, un supuesto “transfuguismo ideológico”. O, también, alianzas entre un partido de oposición con otro que no lo es. La pregunta, por lo tanto, es muy simple: ¿qué explica estos comportamientos o estas alianzas? Creo que ningún interés político ni ideológico sino más bien personal y clientelístico. Y si a todo ello le sumamos la creciente corrupción el cuadro no puede ser más trágico.
Cuando uno observa estos y otros hechos se pregunta si la única forma que tiene la democracia para operar en este país, es la que estamos viendo ahora. Es decir, esta suerte de suicidio político premeditado. Me temo que la respuesta es sí; y lo peor es que ese poder medra de todo lo que hoy sucede. Dicho de otra manera, el poder no requiere ser democrático para gobernar. Le basta hacer uso (y abuso) de lo que ahora vemos, es decir esta suerte de corrupción de la política. No es, por lo tanto, un poder ni civilizatorio ni democrático. Juega, como los dioses griegos, con las miserias humanas.
Ello es la mejor demostración de la propia incapacidad de la clase política y de las elites para autorreformarse y para reformar el país. Pero también de una democracia que es frágil porque no tiene quién la represente y porque termina por ser un juego de máscaras ante la mirada escéptica (y furiosa) de los ciudadanos. El fracaso del Congreso, pese al esfuerzo de unos pocos, es la mejor demostración de ello. Parte de la solución es que la mayoría de los actuales parlamentarios no sean reelegidos. Pero si ello no viene acompañado de otras medidas como fortalecer los partidos y reformar el Congreso, nos quedaremos a medio camino.
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(*) www.albertoadrianzen.org
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