Por qué la democracia peruana es frágil y mediocre
Por más que lo intento, no llego a comprender el interés periodístico –en mi opinión desmesurado por lo que expondré a continuación– en el XXIII Congreso Nacional del Apra en marcha, pues más importante que lo que ahí ocurra siempre será lo que Alan García, el que en verdad corta el jamón en ese partido, quiera hacer con este.
El Apra es, qué duda cabe, el principal partido político peruano. Quizá el único, pues el otro que podría calificar como tal es el PPC, aunque este parece academia preuniversitaria para los que después ganarán elecciones en otros partidos.
Pero la constatación de que el Apra es prácticamente el único partido en el medio es, simultáneamente, la confirmación del descalabro partidario peruano, porque por más que esta organización tenga la capacidad de ganar elecciones o de salvar de apuros en fiscalías y salas judiciales a sus miembros, constituye una entidad anquilosada y absolutamente inútil para casi el resto de funciones que debiera cumplir un partido político.
No ejerce la tarea de representación a nivel nacional ni son lugares donde se practique la democracia. Si entre los propios apristas se acusan de fraude en el congreso en marcha, se puede entender su comportamiento en la arena nacional o su reconocida capacidad de maniobrar en mesa en las elecciones.
Tampoco sirve el Apra para acompañar al gobierno cuando llega al poder pues –como la mayoría de partidos– no prepara expertos en políticas públicas para nutrir la gestión sino, con pocas excepciones, politiqueros diestros en cuchipandas. El Apra, como la mayoría de partidos, se organiza en función del caudillo que ejerce el cargo como gamonal a cambio de ofrecer a la manada la posibilidad de una chamba del erario.
La mayoría de partidos políticos peruanos –empezando por el Apra– son instituciones que operan para resolver los problemas particulares de sus asociados y no los de la sociedad en su conjunto. Es por eso que en este congreso aprista no hay debate de ideas, políticas y visiones, sino gresca y puntapié por el reparto de puestos actuales y futuros.
Es por lo mal que funcionan los partidos que nuestra democracia es frágil y mediocre.