No suelo meterme en polémicas ajenas, pero cuando los errores abundan y de paso se menciona el nombre de uno no cabe sino pedir la palabra. En el intercambio entre Alberto Adrianzén y Martín Tanaka este último se permite establecer una diferencia, en el campo de las ciencias sociales, entre los intelectuales que se mantienen en el ejercicio académico y aquellos que, además, buscan asumir un compromiso político. Hasta allí todo estaría bien si el mencionado colega no insinuara luego que de los segundos habría que dudar porque se ven obligados a defender posiciones partidistas.
El compromiso de los intelectuales no es un asunto nuevo sino tan antiguo como el ejercicio intelectual mismo. En una época se pensó que el compromiso político le daba un status especial al trabajo intelectual, me refiero al “intelectual orgánico” del que hablaba Antonio Gramsci. El devenir de los acontecimientos ha demostrado, sin embargo, que la calidad del trabajo intelectual no depende necesariamente del compromiso con una opción política sino, además, de la capacidad para operativizar un determinado enfoque teórico y metodológico en el análisis de un problema específico. Es decir, de tener al menos compromiso académico.
Lo que pasa con Tanaka es que plantea una suerte de relativismo conceptual que les huye a las definiciones y que, por ejemplo, lo hace sostener en diversas intervenciones que el fujimorismo no fue dictadura ni democracia sino “autoritarismo competitivo”. O, más recientemente, en debate con Nelson Manrique, que los enfoques epistemológicos se escogen de acuerdo al problema que uno tiene por delante y no –sobre todo– como una opción académica e incluso ideológica en el curso de un proceso de investigación. Es decir, convierte la epistemología en una gira por el supermercado.
Paradójicamente, entonces el problema de Tanaka es anterior a la discusión del compromiso político mismo. En su visión, si así podemos llamarla, no hay tampoco compromiso académico con determinado punto de vista, forjado por él o por otros, para obtener ciertos resultados. Tanaka, así, en su temor a cualquier compromiso, predica la malagua para terminar, sin querer queriendo, comprometido en la defensa del orden existente
El compromiso de los intelectuales no es un asunto nuevo sino tan antiguo como el ejercicio intelectual mismo. En una época se pensó que el compromiso político le daba un status especial al trabajo intelectual, me refiero al “intelectual orgánico” del que hablaba Antonio Gramsci. El devenir de los acontecimientos ha demostrado, sin embargo, que la calidad del trabajo intelectual no depende necesariamente del compromiso con una opción política sino, además, de la capacidad para operativizar un determinado enfoque teórico y metodológico en el análisis de un problema específico. Es decir, de tener al menos compromiso académico.
Lo que pasa con Tanaka es que plantea una suerte de relativismo conceptual que les huye a las definiciones y que, por ejemplo, lo hace sostener en diversas intervenciones que el fujimorismo no fue dictadura ni democracia sino “autoritarismo competitivo”. O, más recientemente, en debate con Nelson Manrique, que los enfoques epistemológicos se escogen de acuerdo al problema que uno tiene por delante y no –sobre todo– como una opción académica e incluso ideológica en el curso de un proceso de investigación. Es decir, convierte la epistemología en una gira por el supermercado.
Paradójicamente, entonces el problema de Tanaka es anterior a la discusión del compromiso político mismo. En su visión, si así podemos llamarla, no hay tampoco compromiso académico con determinado punto de vista, forjado por él o por otros, para obtener ciertos resultados. Tanaka, así, en su temor a cualquier compromiso, predica la malagua para terminar, sin querer queriendo, comprometido en la defensa del orden existente