¿Será que tiene miedo de que Crousillat diga las cosas que sabe?
El presidente Alan García intentó sacudirse de José Enrique Crousillat retrocediendo en su indulto bamba, pero ni la renuncia imprescindible del ministro Aurelio Pastor lo ayudará a salir políticamente ileso por las esquirlas de uno de los mayores escándalos de este lustro.
Empezando por la fuga del ahora ex indultado Crousillat, algo que, la verdad, se caía de maduro. Esta columna, al igual que otros espacios periodísticos, vislumbró dicho desenlace previsible el miércoles pasado y lo reiteró el viernes, pero no había que ser muy mosca para intuirlo.
Sí había que ser, en cambio, sospechosamente tortuga como para no actuar con previsión ante lo que era inminente. Lo extraño habría sido que se entregara a la policía. Lo que parece es que el gobierno le dio a Crousillat el tiempo suficiente para tomar las de Villadiego.
Todo el manejo de este incidente es sospechosamente torpe. Hace recordar, además, las chambonadas que ocurrían durante el gobierno de Alejandro Toledo y que les permitían a los apristas hacerlo papilla desde la oposición.
Sin embargo, sería una ingenuidad pensar que estamos ante una chambonada, y ha sido justamente Toledo quien mejor describió la sensación de incredulidad por la posibilidad de que hayan engañado al jefe del Estado: “Si al presidente García lo sorprende alguien, ese alguien debe tener un Oscar”.
Pero la consecuencia más grave de lo sucedido es la sensación de que estuvimos –¿o estamos?– ante una amenaza a la libertad de expresión. En este sentido, el recuerdo que ayer hizo Pedro Salinas sobre lo que el presidente García le dijo hace unos meses a la reportera de América TV Jessica Chahud de que “su canal está en problemas judiciales” es revelador de lo que está ocurriendo y de que la voluntad de ostentación de García solo puede ser equivalente a la de Crousillat.
En lo que sí hay coincidencia es en lo dicho por el presidente sobre el mal sabor y la sensación de burlado que deja todo esto, pero la que debe experimentar eso es la ciudadanía por lo que él ha hecho. Pues lo más grave de todo es lo señalado ayer por Fernando Rospigliosi en el sentido de que lo que está ocurriendo deja la sensación del “retorno de la mafia de Fujimori y Montesinos de la mano de Alan García”.
La manera tan sencilla como el gobierno facilitó la fuga de Crousillat quizá se explique parafraseando lo dicho por el propio presidente García hace unos meses, cuando surgieron las primeras críticas al indulto: “¿Será que tienen miedo de que este hombre hable? ¿Será que tienen miedo de que Crousillat diga las cosas que sabe?”.
Empezando por la fuga del ahora ex indultado Crousillat, algo que, la verdad, se caía de maduro. Esta columna, al igual que otros espacios periodísticos, vislumbró dicho desenlace previsible el miércoles pasado y lo reiteró el viernes, pero no había que ser muy mosca para intuirlo.
Sí había que ser, en cambio, sospechosamente tortuga como para no actuar con previsión ante lo que era inminente. Lo extraño habría sido que se entregara a la policía. Lo que parece es que el gobierno le dio a Crousillat el tiempo suficiente para tomar las de Villadiego.
Todo el manejo de este incidente es sospechosamente torpe. Hace recordar, además, las chambonadas que ocurrían durante el gobierno de Alejandro Toledo y que les permitían a los apristas hacerlo papilla desde la oposición.
Sin embargo, sería una ingenuidad pensar que estamos ante una chambonada, y ha sido justamente Toledo quien mejor describió la sensación de incredulidad por la posibilidad de que hayan engañado al jefe del Estado: “Si al presidente García lo sorprende alguien, ese alguien debe tener un Oscar”.
Pero la consecuencia más grave de lo sucedido es la sensación de que estuvimos –¿o estamos?– ante una amenaza a la libertad de expresión. En este sentido, el recuerdo que ayer hizo Pedro Salinas sobre lo que el presidente García le dijo hace unos meses a la reportera de América TV Jessica Chahud de que “su canal está en problemas judiciales” es revelador de lo que está ocurriendo y de que la voluntad de ostentación de García solo puede ser equivalente a la de Crousillat.
En lo que sí hay coincidencia es en lo dicho por el presidente sobre el mal sabor y la sensación de burlado que deja todo esto, pero la que debe experimentar eso es la ciudadanía por lo que él ha hecho. Pues lo más grave de todo es lo señalado ayer por Fernando Rospigliosi en el sentido de que lo que está ocurriendo deja la sensación del “retorno de la mafia de Fujimori y Montesinos de la mano de Alan García”.
La manera tan sencilla como el gobierno facilitó la fuga de Crousillat quizá se explique parafraseando lo dicho por el propio presidente García hace unos meses, cuando surgieron las primeras críticas al indulto: “¿Será que tienen miedo de que este hombre hable? ¿Será que tienen miedo de que Crousillat diga las cosas que sabe?”.