En Lima está haciendo un verano que calienta poco pero molesta, calor nublado con sol escondido que, como nuestra democracia, promete pero no cumple. Democracia tibia que nació sin la convicción republicana de calentar espíritus y movilizar voluntades para construir un Estado de Derecho que permita superar nuestra vieja confusión entre cargo público y carga pública.En estos días leí una declaración de Keiko Fujimori que decía “el pueblo me escogió” pero que escondió la conclusión de esa frase: “entonces friéguense”, y recordé entonces a Don Alberto, el papito, que llegó a decir “hay fujimorismo para rato”, a lo que la historia le dio la razón obligando al Estado a gastar en nuevas cárceles de alta seguridad.Hay muchas lecciones políticas que no hemos aprendido y una de las más graves es que aún no sabemos elegir a nuestras autoridades a través de elecciones. Imagínense que la plancha que va a lanzar el fujimorismo para tentar la Presidencia de la República es la llamada BTK, o sea Bayly, Tongo y Keiko. ¿Será cierto eso de que el pueblo elige a sus autoridades o sólo apuesta por sus utilidades, es decir su curul? En un país con tan pocas convicciones democráticas como el nuestro es difícil que la gente vote por algo tan incomprensible como la democracia, o por algo tan abstracto como los candidatos demócratas.Muchos candidatos compran sus sitios en las listas para el Congreso, y pagan caro, pero cumplen con la ley del mercado que sentencia ‘todo lo que compras es tuyo, puedes venderlo o alquilarlo, en el creciente mercado de los tránsfugas y los corruptos”.No hemos aprendido la lección de la elección tantas veces defraudada. Este acto cívico fundamental se ha reducido a escogencias, a preferencias o a loterías, total, si hay ciento treinta premios para rifar entre muchos impresentables y pocos decentes para tentar la lotería, pues compremos nuestro huachito. Iremos a las ánforas este año y el próximo y si volvemos a salir con las caras largas porque ganó un impresentable pues la culpa es nuestra, porque los pueblos merecen a sus elegidos. Y así, además, ya sabremos por qué Dios ya no quiere ser peruano. Si alguna vez lo quiso
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