EL ACTO MÉDICO
Para los que elegimos esta profesión es una tarea apasionante, porque en ella descubrimos las preguntas que se podría hacer el filósofo, la creatividad del artista, el saber del científico y el servicio para la tarea solidaria.
Dr. Juan Carlos Reboiras, Psiquiatra y Profesor de Filosofía
No es intención de este trabajo hacer una sesuda exposición con aspiraciones filosófica. Se trata solamente de reflexiones hechas en voz alta sobre un quehacer ejercido durante más de cuarenta años, con la actitud de un médico que ha tematizado su ejercicio cotidiano, y con el simple objetivo de compartir con colegas estos pensamientos, sabiendo que seguramente ellos han sabido descubrir dimensiones que yo no he podido percibir.
El vínculo médico-paciente tiene una característica peculiar: es una relación entre dos sujetos humanos.
La ya conocida estructura bipolar de todo acto de conocimiento donde en un polo está el sujeto que conoce y en el otro el objeto a conocer, se transforma aquí en una relación sujeto-sujeto.
A esta peculiaridad se agrega otro aspecto, implícito en ocasiones, explícito con frecuencia, y que da un perfil especial y único al acto médico: siempre tiene como fondo el horizonte de la muerte.
La enfermedad (ya establecida o por sobrevenir), por más benigna que sea remite a un menoscabo de lo vital, a la no vida, y por lo tanto a la muerte.
Sin duda es por esta razón que el médico vive la relación como riesgo: porque el enemigo no perdona, el menor descuido, el más pequeño error será capitalizado por la muerte.
Ese riesgo, presente o no en la conciencia del médico, pero siempre existente en el vínculo médico-paciente, determina una actitud vital de alerta: la semiología nos prepara y nos enriquece con herramientas para detectar al enemigo.
Nuestro propio cuerpo se convierte en herramienta: percusión, auscultación, palpación... al servicio del alerta.
Nuestra razón se convierte en una facultad hermenéutica, descifradora de signos y síntomas que hace posible interpretar el material recogido que patentiza la enfermedad, y que aspira a limitarla y anularla, es decir, ponerla en fuga.
Hasta aquí, pues, los términos esenciales del vínculo médico-paciente: relación sujeto-sujeto, posibilidad de muerte como horizonte, riesgo, alerta.
Sin embargo, no se agotan aquí las reflexiones. Sobre estas características básicas, se apoyan otras, muy difíciles de percibir desde fuera, sólo descubiertas en el mismo acto médico, no durante el acto, sino en la posterior introspección que reflexiona sobre ese vínculo peculiar.
Me atrevería a decir que es casi una experiencia esotérica, sólo conocida por los iniciados que han transitado por ella.
Haré lo posible por conceptualizarla. Podemos afirmar que el acto médico es un estado de tensión entre términos bipolares, opuestos, cuya síntesis es una profunda tarea de resolución de una aparente aporía, de una estructura de no fácil comprensión.
Veamos porqué y en qué aspectos:
1. El vínculo sujeto-sujeto tiene una dimensión necesariamente objetal, esto es, el cuerpo del paciente debe, sin duda, ser conocido, estudiado como cosa, como objeto en su nivel naturaleza. Sin embargo, este vínculo con lo natural debe incorporar la naturaleza trascendente, o si se quiere espiritual de lo humano. El médico no puede optar definitivamente por uno de los términos, es necesario que resuelva esa tensión: ni centrarse en el cuerpo y abandonar lo espiritual, ni abandonar el cuerpo y centrarse sólo en lo espiritual.
2. Relacionado con lo anterior y como consecuencia de ello aparece la necesidad de plantearse el lugar que debe ocupar el médico frente a su paciente: ¿observador objetivo del padecer, o protagonista que establece una relación empática con su paciente? Nuevamente dos términos polarizados: la opción por el primero ganaría en conocimientos de esa dimensión causal, pero nos alejaría de la acabada comprensión del dolor del semejante.
La empatía podría llegar a obstaculizar el proceso conocimiento de la enfermedad (no por casualidad los médicos nos negamos a atender seres queridos) pero nos acerca afectivamente al paciente. Entonces, ¿frío observador o protagonista empático?
3. La bipolaridad en la cuestión de los límites del saber. La sociedad y el mismo médico exigen un saber de su materia de características casi inacabables. Nuevamente se da una tensión entre términos: saber actual versus saber posible. En el acto médico, frente al paciente, se nos hace patente la realidad limitada de nuestro conocimiento (a la manera socrática, casi ignorancia), frente a las dimensiones del saber posible capaz de desentrañar los misterios de la enfermedad.
El médico está siempre en falta en esa tensión de conocimiento: la conciencia de un no saber y de un poder saber más se desplaza como un horizonte inalcanzable.
4. Los límites de la entrega. He aquí una nueva tensión, porque como el acto médico no termina con el apretón de manos de la despedida, sino que siempre hay una posible llamada, una posibilidad de... constante, una invasión del paciente a nuestro mundo cotidiano: el almuerzo, la cena, nuestro descansar, los festejos familiares, etc. Éstos pueden ser interrumpidos imprevistamente (nuevo estado de alerta); decíamos entonces, que como el acto médico no termina con la despedida, nos planteamos ¿cuál deberá ser la dimensión de la entrega, cuál es su límite? Aparece entonces la tensión entre la entrega real y la entrega posible. ¿Es suficiente la que realizamos? ¿Debemos hacerlo más, aún sacrificando a nuestra familia? ¿Dónde está ese límite imponderable que nos dé la ansiada tranquilidad?5. La tensión del autoengaño.
El paciente con frecuencia, pone en el médico cualidades omnipotentes, lo que podríamos llamar una idealización de su figura. Esto se comprende pues el enfermo necesita asegurarse la creencia en la idoneidad profesional, y para ello lo inviste de poderes y saberes que generalmente están lejos del saber real y objetivo.
Es innegable que este status que da el paciente ejerce una especie de fascinación que nos puede hacer caer en la trampa del autoengaño. Si claudicamos a ella actuaremos como sabiondos, que tienen respuesta para todo. Construiremos pues un pseudosaber bajo la presión del paciente.
Correremos entonces el riesgo de ser poco eficaces, porque ese aparente saber sin fisuras no deja espacio al saber de la propia ignorancia, el cual nos remite a nuestros propios límites y nos alienta para seguir aprendiendo.
6. No cabe duda de que el acto médico implica una actitud de servicio.
Un servicio que como decíamos al principio, supone la lucha contra la enfermedad actual o posible.
Pero este servicio no excluye una dimensión económica. Al profesional, como en cualquier otra actividad, se le paga un honorario por su acto médico.
Lo peculiar de este vínculo servicio-honorario es que cualquier sospecha de que el acto se contaminare con algún interés económico, sería condenable.
El médico transita esa delgada franja en que debe mantener impoluto su servicio: su conciencia y la de los demás se encuentran al acecho para condenar la posible falta.
CONCLUSIONES:
La tensión entre términos descripta en todo lo anterior y que le dimos la característica de bipolaridad, tiene su repercusión, por supuesto en el ámbito psicológico: es un vivir la profesión como una tarea nunca totalmente acabada ya que la relación con el paciente es un acto creador siempre inédito, siempre renovado y original.
En el acto médico se debe hacer un tremendo esfuerzo de síntesis (no siempre conciente) entre lo conceptual y lo singular, entre la enfermedad y el enfermo, sin perder de vista a ninguno de los dos.
Para los que elegimos esta profesión es una tarea apasionante, porque en ella descubrimos las preguntas que se podría hacer el filósofo, la creatividad del artista, el saber del científico y el servicio para la tarea solidaria.
Nos preguntamos entonces :
a) si la universidad nos prepara para llevar a cabo con éxito este esfuerzo;
b) si el perfeccionamiento de postgrado tiene en cuenta estos aspectos;
c) si no se debería poner énfasis en una tarea de revalorización no sólo del conocimiento exclusivamente técnico, indudablemente imprescindible, sino también en la construcción de una sabiduría que abreve en lo humanístico, espacio donde quizás pueda realizarse la deseada síntesis integradora de la bipolaridad.
Dr. Juan Carlos ReboirasMédico Psiquiatra
CMA MN: 27208
Profesor de Filosofía
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